Cuando
honestamente se cree en el progreso colectivo, pasando de la
concepción abstracta a lo concreto, se intenta poner en valor su
significado. En consecuencia se incita a caminar por su senda como
tránsito hacia la mejora de la condición humana, contribuyendo a
hacer reales las esperanzas de una sociedad construida sobre valores
morales y de fraternidad. Que busca amparo en el marco de un mundo
más justo. Pudiera a primera vista semejar que se propugna una
utopía, que como mucho pueda despertar una sonrisa piadosa o
displicente.
Hace
más de quinientos años Thomas More, inscribió en nuestro
imaginario “su” isla, que convocaba a la ensoñación del ser
humano. Quizás a la quimera o la fabula. Pero también lo hacía a
ideales de transformación, de capacidad crítica y revolución
social. E implícitamente a abundar en el convencimiento de que la
utopía de hoy, no es sino el umbral de la realidad de mañana.
Son
tiempos turbulentos, en los que el mundo avanza hacia paradigmas
distintos. Donde el ciclo histórico está mudando con más rapidez
de lo que muchas mentes anquilosadas están dispuestas a aceptar aun
a riesgo de verse arrolladas por la realidad. La dimensión local y
la internacional sufren la virulencia de convulsiones que son
sinérgicas en un mundo globalizado. Lo que nos obliga de forma
inevitable, a optar y hacer elecciones que pueden condicionar
severamente el devenir.
Elegir
como seres humanos miembros de un espacio colectivo que no pueden
permanecer indiferentes o en silencio ante las opciones que diseñaran
la nueva forma de acontecer. Ante las que cada cual, desde su visión
y sensibilidad concreta, debe asumir su responsabilidad. Siendo
conscientes que de no adoptarlas, se habilita la impunidad de quien
acecha para inspirar y cometer actos contrarios al interés
colectivo.
Cuando
frente al internacionalismo que es base de un intento de concertación
solidaria se pretende sembrar de fronteras la Tierra. Cuando de una
bandera se hace más razón de ser que de una causa social. Cuando se
declina por pensar diferente, la capacidad de entenderse. Cuando el
recurso a la violencia, con indiferencia de que la esgrima una mano
mercenaria, el poder políticos, o los que del alboroto hacen
profesión o divertimento, enturbia y supera la configuración de
las ideas. Cuando se disfrazan de ideas las actitudes encaminadas
menospreciar al otro o a subordinarlo por el temor tácito o
explicito. Cuando la soberbia hace creer ser dueños de la razón
absoluta frente a visiones distintas. Cuando se confía la solución
a la justicia lo que es simplemente política. Cuando alguien se cree
por mesiánicas razones dueño de un territorio, o de un conjunto de
ellos agrupados bajo forma de Estado. Cuando se esgrime patrio como
antagónico de pueblo. Cuando el reproche legal de las conductas
alcanza una dimensión difícilmente entendible. Llegado a ese punto
y tales actitudes toman carta de naturaleza, las sociedades necesitan
serenarse y reflexionar seriamente su comportamiento.
Es
quizás llegado el momento de arribar a las playas de esa isla tan
poco conocida que nos dibujó Thomas Moro. Donde tiene acogida el
ser humano que aspira a la felicidad y no está dispuesto a renunciar
a convivir en paz, y que confía con inocencia positiva, que el
género humano es capaz de evolucionar poniendo en valor la idea de
que una sociedad mejor es posible.
Es
sin duda el momento en que la ciudadanía exija a sus políticos
empeñados estúpidamente en cavar trincheras a riesgo de que
terminen convirtiéndose en fosas, que pongan su empeño en lo que
ansían los seres humanos: avanzar hacia esa deseable utopía de
una sociedad humanizada, social, justa, libre y solidaria
El
futuro pertenece a aquellos que tiene la osadía de soñarlo.
*Antonio
Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.
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