sábado, 12 de octubre de 2019

Patrimonio artístico español e Iglesia


Que yo sepa, el Estado español no tiene garantías de que el rico patrimonio artístico que atesora la Iglesia en nuestro suelo, está a salvo de expolios, ventas o expatriaciones. Solo hay que tener presente las pinturas que algunas catedrales guardan en sus sacristías o museos, como es el caso de la de Toledo (un Tiziano, un Greco y otras de autores no menores), así como la de Sevilla o el monasterio de Guadalupe, donde se guarda una colección extraordinaria de Zurbarán.

A principios del siglo XX los escolapios de Monforte de Lemos quisieron vender una obra de Hugo van der Goes al káiser alemán, aunque en esta ocasión alguien se interpuso y se pudo evitar el contrafuero. Por las mismas fechas, sin embargo, un bote de marfil, ricamente labrado por un artista del siglo X para el califa cordobés del momento, sí fue vendido por el cabildo de la catedral de Zamora, junto con otros objetos que se encontraban en unas arquetas y que se encontraban catalogadas por otro cabildo del siglo XIV. Más grave, en este caso, es que el dinero obtenido fue destinado a comprar valores de la una empresa hidroeléctrica (la Iglesia ha sido experta inversora entre otras cosas).

Recordemos el robo, hace unos años, del Codex Calixtinus del archivo de la catedral compostelana. La acción policial vino a restituirlo después de un tiempo no corto, pero esto demuestra que la Iglesia no tiene la custodia debida del patrimonio que corresponde a todos, aunque esté en sus manos no siempre de forma lícita.

No son pocos los autores que se han preocupado en denunciar esta situación, llegándose a la conclusión, como hizo Gaya Nuño, de que el expolio de obras de arte, por parte de la Iglesia, durante las pasadas décadas de los años sesenta y setenta, roza lo inimaginable. Ni el personal eclesiástico al cargo de las obras de arte está especializado en muchos casos, ni los contratados a tal efecto están bajo la vigilancia del Estado, por lo que, si no existe un “soplo” por parte de algún bien intencionado ciudadano que se entere del asunto, la Iglesia podrá seguir como hasta ahora.

No debe olvidarse que en siglos ya muy antiguos, la propia Iglesia no tuvo inconveniente en falsificar un documento (la Donación de Constantino) para exigir, con el tiempo, la creación de los Estados Pontificios, que no dejó hasta que un dictador, a cambio de dinero, se lo apropió para el reino de Italia en 1929.

Oro ejemplo que me viene a la memoria es el de la localidad zamorana de Villafáfila, donde un cura desaprensivo quiso vender una talla antigua. Conocedor la feligresía de esto, se manifestó ruidosamente hasta que intervino la Guardia Civil. Es muy común que los feligreses, sobre todo en el medio rural, tengan a la parroquia como algo propio –particularmente en Galicia- por lo que no debe de salir de ella nada sin que sea conocido y aprobado por los fieles. No todos los curas coinciden en esto, como quedó demostrado con la disputa, que duró varios años, de ciertas tierras en la parroquia de San Xurxo de Sacos (Cerdedo-Cotobade), o –por otros motivos- el pleito tenido entre feligreses y arzobispo de Santiago por la sustitución de un cura en el año 1978.

La Cámara Santa de Oviedo, los tesoros guardados en la catedral de Burgos, en la de Segovia, en muchos monasterios todavía en uso, las grandes catedrales de Barcelona, Valencia, Palma, Vitoria, Lugo, Ourense, Salamanca, Cuenca, prioratos, museos y archivos eclesiásticos… un sinfín de riquezas históricas y artísticas que no están bajo el control del Estado pero que, por ahora, están en España.

En 1910 el ministro Julio Burrell ya se tuvo que ocupar de este asunto, y los estudiosos Martín Benito y Regueras Grande claman en el desierto contra el descontrol existente en España sobre su patrimonio, a pesar de la legislación pretendidamente garantista que existe. Los coleccionistas ofrecen cantidades pingües a los poseedores o guardadores de tesoros extraordinarios, la Iglesia, que de acuerdo con su historia, ha pecado mucho en esta materia, y el Estado no debiera estar ajeno a tan importante asunto. Cuando ha hecho dejación, nos encontramos con episodios como la donación de varias decenas de pinturas, por parte de Fernando VII, al duque de Wellington, así como la desaparición de varios cientos de libros, algunos incunables, en manos de la Iglesia, o la colección con la que se hizo el rey francés Luis Felipe de Orleáns hasta que fue destronado en 1848 (las pinturas que tenía eran de autores españoles y salidas de España).

L. de Guereñu Polán.  

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