jueves, 13 de febrero de 2020

CAMINOS PANTANOSOS. Antonio Campos Romay*

En casi todas las cancillerías europeas se consideraba que lo que acabaría conociéndose como “I Guerra Mundial”, sería algo breve y poco cruento. El ejército francés confiaba desayunar en Berlín en tres semanas. Similar cálculo hacia el alto mando alemán, pero en su caso para pernoctar en París. La siniestra realidad fue una descomunal orgía de dolor y sangre que afectó de forma especial a los sectores populares que debieron sufrir el peso de la carnicería. Una degradación moral acompañada de terribles daños materiales que duró cuatro años. El epilogo fue un acto de ingenuidad o cinismo mayúsculo. Hacer creer a la ciudadanía que con su “final” se había eliminado todo enfrentamiento venidero…
Menos de veinte años duro el entreacto antes de la segunda parte del drama, corregido y aumentado en horror… La infamia de las llamadas potencias democráticas apuñalando por la espalda a la República Española para entregarla como víctima propiciatoria a las garras del fascismo, fue el prolegómeno de lo que hoguera aventada por la cobardía franco-británica. Su apocada benevolencia con el matonismo insaciable nazi no evitó, que tras enseñorearse de Alemania, se convirtiese en el látigo feroz de unas democracias pusilánimes, egoístas e irresolutas.
La posterior “guerra fría”, terminará por incomparecencia de uno de los jugadores acuciado por su descomunal quiebra. Se ponía fin al equilibrio del terror, que no al terror. Fukiyama anticipa erróneamente “el final de la historia” con el dominio benévolo de EEUU en un lago de pensamiento único…Ni la historia tiene final, ni hay imperio benevolente, menos si se siente monopólico. Los sueños de un gobierno mundial presidido por un régimen liberal basado en un capitalismo sin restricciones correctoras y con un respeto formal a los derechos ciudadanos, degeneraron en pesadilla.
Estos días el Brexit, más allá de la gresca puramente económica, nos recuerda que la Unión Europea se debate en una crisis en la que sufren de forma severa algunas de las columnas maestras que fueron su razón de ser y garantizaron más de medio siglo de paz continental. Titubeando entre ser unión que antepone las políticas sociales, la dignidad de los seres humanos y los derechos de la ciudadanía, o limitarse a ser fría anfitriona de mercaderes, especuladores y sus negocios. Lo que deviene en un escenario nada gratificante para ese espacio europeo en el que tantos sueños están depositados.
Cada día que pasa se dibuja con trazo más grueso el papel del dúo China-EEUU como corregentes del imperio. Un duunvirato del siglo XXI, en el que comienza a percibirse una tímida deriva de poder hacia la parte asiática del duopolio. Europa, mermada inicialmente por la defección británica sufrirá directamente estas tensiones y desasosiegos en su piel. Algo a lo que contribuye en no menor medida su precario perfil militar, debilitado al abandonarse cómodamente a la acción suplida en la materia, a cargo del nada inocente ni altruista amigo americano, hoy con una estrategia renuente a seguir con tal papel.
Europa enrocada en la soberbia de sentirse el magisterio moral para los asuntos del mundo sacrificó los presupuestos bélicos subrogándose con notoria ligereza al amigo del Norte. Si a los líderes comunitarios se le formulase la pregunta enojada de Stalin a un colaborador suyo sobre el Papa Pio XII en orden a su grado de influencia en el escenario internacional, “¿cuántas divisiones tiene?”, los europeos se verían obligados a reconocer que a diferencia de aquel obispo de Roma, no solo carecen de la autoridad espiritual con la que este manipulaba hábilmente, sino que su poder democrático y calidad de vida carece de una fuerza militar autónoma para robustecer sus opiniones, cada vez más desoídas.
Maniobras económicas y manejos subterráneos encaminados a desmembrar países creando situaciones conflictivas son parte del vademécum de medidas encaminadas a socavar una Unión que vive sus horas más frágiles. Intencionalidad que en algunos casos tampoco descarta el fomento de la violencia larvada, al objeto testar la resistencia y las diversas temperaturas locales.
Vale la pena recordar que Europa en el tablero internacional es un trofeo apetitoso por su inmenso mercado económico, más codiciado si cabe, por su presunta vulnerabilidad. Órganos rectores colegiados que muestran escasa raigambre y una fortaleza débil. Un liderazgo difuso muy mejorable. Algo que en conjunto redunda que ante una crisis severa, las respuestas sean más premiosas que determinantes.
Cada vez que el socio norteamericano asome su testuz para intervenir manu militari en focos de tensión (desestabilizados a la carta de forma previa), corrigiendo al tiempo alguna veleidad izquierdista que pueda incomodarle, su actuación será más como tutor poco dialogante que como socio. Manejándose con la comodidad que le da una Rusia casi ausente del tapete, enfrascada en poner sus intestinos en orden. En tanto, la otra gran potencia, despertando con energía de su letargo, pasea su poder por el sudeste asiático, en tanto coloniza activamente todas las economías que se le ponen a tiro…
Son movimientos con gran capacidad de contagio. Mucho más que los microbiológicos pese a la alarma que conllevan. Su trascendencia se recoge en “la epidemia” espiritual que cita Jung en “Mysterium coniunctionis”: “La lucha contra las sombras no es una cuestión sin importancia que pueda solucionarse con la razón. Las sombras son lo primitivo que vive y opera en el hombre civilizado. Y nuestra razón, fruto de la civilización, no representa nada frente a ellas. La razón carece de ascendiente ante la concepción primitiva de la sombras, incluso en los hombre inteligentes
Y así dando tumbos, circulamos por caminos pantanosas llenas de sombras funestas. Un mundo donde Trump perfila con respaldo masivo, su segundo mandato. Boris Johnson se afirma en el Reino Unido. No se resiente la fortaleza del Frente Nacional en Francia. Se refuerzan los neonazis en Alemania. No decrece VOX en España. Salvini mantiene grandes posibilidades en Italia… Por no citar otros países víctimas de la marea neo-fascista, caso de Brasil con Bolsonaro.
* Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.

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