En
casi todas las cancillerías europeas se consideraba que lo que
acabaría conociéndose como “I Guerra Mundial”, sería algo
breve y poco cruento. El ejército francés confiaba desayunar en
Berlín en tres semanas. Similar cálculo hacia el alto mando alemán,
pero en su caso para pernoctar en París. La siniestra realidad fue
una descomunal orgía de dolor y sangre que afectó de forma especial
a los sectores populares que debieron sufrir el peso de la
carnicería. Una degradación moral acompañada de terribles daños
materiales que duró cuatro años. El epilogo fue un acto de
ingenuidad o cinismo mayúsculo. Hacer creer a la ciudadanía que con
su “final” se había eliminado todo enfrentamiento venidero…
Menos
de veinte años duro el entreacto antes de la segunda parte del
drama, corregido y aumentado en horror… La infamia de las llamadas
potencias democráticas apuñalando por la espalda a la República
Española para entregarla como víctima propiciatoria a las garras
del fascismo, fue el prolegómeno de lo que hoguera aventada por la
cobardía franco-británica. Su apocada benevolencia con el matonismo
insaciable nazi no evitó, que tras enseñorearse de Alemania, se
convirtiese en el látigo feroz de unas democracias pusilánimes,
egoístas e irresolutas.
La
posterior “guerra fría”, terminará por incomparecencia de uno
de los jugadores acuciado por su descomunal quiebra. Se ponía fin al
equilibrio del terror, que no al terror. Fukiyama anticipa
erróneamente “el final de la historia” con el dominio benévolo
de EEUU en un lago de pensamiento único…Ni la historia tiene
final, ni hay imperio benevolente, menos si se siente monopólico.
Los sueños de un gobierno mundial presidido por un régimen liberal
basado en un capitalismo sin restricciones correctoras y con un
respeto formal a los derechos ciudadanos, degeneraron en pesadilla.
Estos
días el Brexit, más allá de la gresca puramente económica, nos
recuerda que la Unión Europea se debate en una crisis en la que
sufren de forma severa algunas de las columnas maestras que fueron su
razón de ser y garantizaron más de medio siglo de paz continental.
Titubeando entre ser unión que antepone las políticas sociales, la
dignidad de los seres humanos y los derechos de la ciudadanía, o
limitarse a ser fría anfitriona de mercaderes, especuladores y sus
negocios. Lo que deviene en un escenario nada gratificante para ese
espacio europeo en el que tantos sueños están depositados.
Cada
día que pasa se dibuja con trazo más grueso el papel del dúo
China-EEUU como corregentes del imperio. Un duunvirato del siglo XXI,
en el que comienza a percibirse una tímida deriva de poder hacia la
parte asiática del duopolio. Europa, mermada inicialmente por la
defección británica sufrirá directamente estas tensiones y
desasosiegos en su piel. Algo a lo que contribuye en no menor medida
su precario perfil militar, debilitado al abandonarse cómodamente a
la acción suplida en la materia, a cargo del nada inocente ni
altruista amigo americano, hoy con una estrategia renuente a seguir
con tal papel.
Europa
enrocada en la soberbia de sentirse el magisterio moral para los
asuntos del mundo sacrificó los presupuestos bélicos subrogándose
con notoria ligereza al amigo del Norte. Si a los líderes
comunitarios se le formulase la pregunta enojada de Stalin a un
colaborador suyo sobre el Papa Pio XII en orden a su grado de
influencia en el escenario internacional, “¿cuántas divisiones
tiene?”, los europeos se verían obligados a reconocer que a
diferencia de aquel obispo de Roma, no solo carecen de la autoridad
espiritual con la que este manipulaba hábilmente, sino que su poder
democrático y calidad de vida carece de una fuerza militar autónoma
para robustecer sus opiniones, cada vez más desoídas.
Maniobras
económicas y manejos subterráneos encaminados a desmembrar países
creando situaciones conflictivas son parte del vademécum de medidas
encaminadas a socavar una Unión que vive sus horas más frágiles.
Intencionalidad que en algunos casos tampoco descarta el fomento de
la violencia larvada, al objeto testar la resistencia y las diversas
temperaturas locales.
Vale
la pena recordar que Europa en el tablero internacional es un trofeo
apetitoso por su inmenso mercado económico, más codiciado si cabe,
por su presunta vulnerabilidad. Órganos rectores colegiados que
muestran escasa raigambre y una fortaleza débil. Un liderazgo difuso
muy mejorable. Algo que en conjunto redunda que ante una crisis
severa, las respuestas sean más premiosas que determinantes.
Cada
vez que el socio norteamericano asome su testuz para intervenir manu
militari en focos de tensión (desestabilizados a la carta de forma
previa), corrigiendo al tiempo alguna veleidad izquierdista que pueda
incomodarle, su actuación será más como tutor poco dialogante que
como socio. Manejándose con la comodidad que le da una Rusia casi
ausente del tapete, enfrascada en poner sus intestinos en orden. En
tanto, la otra gran potencia, despertando con energía de su letargo,
pasea su poder por el sudeste asiático, en tanto coloniza
activamente todas las economías que se le ponen a tiro…
Son
movimientos con gran capacidad de contagio. Mucho más que los
microbiológicos pese a la alarma que conllevan. Su trascendencia se
recoge en “la epidemia” espiritual que cita Jung en “Mysterium
coniunctionis”: “La
lucha contra las sombras no es una cuestión sin importancia que
pueda solucionarse con la razón. Las sombras son lo primitivo que
vive y opera en el hombre civilizado. Y nuestra razón, fruto de la
civilización, no representa nada frente a ellas. La razón carece de
ascendiente ante la concepción primitiva de la sombras, incluso en
los hombre inteligentes”
Y
así dando tumbos, circulamos por caminos pantanosas llenas de
sombras funestas. Un mundo donde Trump perfila con respaldo masivo,
su segundo mandato. Boris Johnson se afirma en el Reino Unido. No se
resiente la fortaleza del Frente Nacional en Francia. Se refuerzan
los neonazis en Alemania. No decrece VOX en España. Salvini mantiene
grandes posibilidades en Italia… Por no citar otros países
víctimas de la marea neo-fascista, caso de Brasil con Bolsonaro.
*
Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.
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