Vivimos en España unos
tiempos pobres desde el punto de vista intelectual, creo yo, y también desde la
necesaria altura política que no existe (salvadas sean las contadas
excepciones). Nos faltan los Cernuda, Altolaguirre, Machado (don Antonio),
Unamuno, Maeztu (ya ven que no excluyo por razones ideológicas), Azaña, Ortega,
Ridruejo, Laín, Besteiro, Marañón, Verdaguer y otros, sin pretender ser
exhaustivo. Nada de estos tienen los Junqueras, Rufián, Torra, Aragonés,
Turrión y otros mantenidos del nacionalismo patrio.
Cuando Junqueras pudo
salir de la cárcel para asistir a una sesión inútil del Parlamento catalán,
quizá no pensó que vivía en un país con gran tolerancia para los que, como él,
habían violado la ley gravemente. Cuando aludió al parlem que tiene a flor de labios en cada momento, quizá no puso en
práctica ese necesario diálogo razonado antes de delinquir. Porque no está en
la cárcel por nada más sino por delinquir. Creyó quizá que era más importante
que los demás, o que le tocaba jugar el papel de héroe, mientras sus compinches
huían despavoridos antes de entregarse a la Justicia para que se pronunciase sobre
sus actos.
El monjil Junqueras,
cuyo aspecto tiene, en efecto, un aire seráfico muy a propósito, dice que
volverá a incurrir en los mismos actos que le han llevado a la cárcel, pero yo
creo que miente. No volverá a incurrir en un desafío al Estado porque ya sabe
las consecuencias: cárcel e inanidad. Los que están fuera se pavonean
teniéndolo como un mártir por la causa, pero lo cierto es que no hay causa.
Esta la tuvieron los Torrijos, María Pineda, Pi i Margall, Ferrer Guardia y
otros, pero no los actuales alimentados nacionalistas catalanes, que usan de su
libertad de expresión porque así lo hemos querido la inmensa mayoría de los
españoles.
A los dirigentes del PNV
les va bien con la barriga llena, no tanto en el sentido literal de la palabra
cuanto por los privilegios fiscales de que gozan los vasos de Euskadi, que se
han olvidado, en su inmensa mayoría, de ciertas ensoñaciones independentistas,
solamente mantenidas en voz baja por unos pocos. Algunos de los
independentistas vascos, con una representación muy pequeña, se niegan a pedir
perdón por los crímenes llevados a cabo por sus mayores. Tienen la desfachatez,
la poca altura, la bajeza moral de hablar de “limitaciones del lenguaje”, en un
sentido completamente distinto a como lo ha explicado Noam Chomski. Todo menos
pedir perdón, como incluso lo ha hecho la Iglesia por su colaboración criminal
con el franquismo.
El diputado Rufián dice
que no tiene Rey, pero sí lo tiene, como yo tengo cabeza por mucho que me
empeñe en negarlo. Pero pudiera ser que el señor Rufián no tuviese cabeza en un
sentido intelectual. Allí se reunió con unos pocos que representan también a
muy pocos –algunos incluso a la flor y nata de la riqueza económica catalana-
para decir que la monarquía no les representa. Ni está esto contemplado en la
Constitución española vigente. Quienes representan a los españoles son los
diputados y senadores electos cada cierto tiempo. Otros dicen que asistirán a
las sesiones de las Cortes cuando les interesa, pero que el dinero no devengado
debe ser ingresado en sus cuentas bancarias como si tal cosa. Miserables.
Estos de los que hablo
quieren imponer a la mayoría de la sociedad catalana, también española, sus
sectarismos egoístas, alimentados como están por la extrema derecha española,
la que representa un partido franquista y la que anida en el PP. Los hay
incluso que, incrustados en el Gobierno de la nación por la necesidad de que la
legislatura echase a andar, dudan y zozobran, dicen y se desdicen, no se
comprometen de una vez, nadan a dos aguas, o esconden la ropa, o la mano
después de lanzar la piedra: así les va.
Desde aquí pido a los
que tienen cabeza para pensar, a los que no viven del cuento, a los que
trabajan, a las gentes de buena fe, a los intelectuales españoles, a los
dirigentes políticos, a los sindicatos de trabajadores, a las asociaciones
cívicas, a los de toda condición política que aspiren al progreso de nuestro
país, que no se dejen arrastrar por tanta miseria y vacuidad, por tanta
ambigüedad, por tanta tontería.
L. de Guereñu Polán.
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