domingo, 16 de febrero de 2020

LA HISTORIA INTERMINABLE: Antonio Campos Romay*

LA HISTORIA INTERMINABLE: 
La derecha extrema, extremando sus discursos frente a los derechos civiles. 
En estos días hemos asistido una vez más, a la muestra de lo grosero, anacrónico y estúpido que llega a ser el integrismo ultramontano de este país. Un fundamentalismo que fra-casado y con “vox” casposa, es incapaz de usar la sensatez para configurar derechos ciudadanos y armonizar desde la empatía los dramas de la vida, y desde el humanismo, la calidad de vida en todas sus dimensiones.
Promovidos desde sectores vinculados a confesiones religiosas, surgen los movimientos de objeción ante la iniciativa legislativa reguladora de la eutanasia. Lo hacen partiendo de un presupuesto: que la vida y la muerte son potestad de Dios, -su Dios-, y que al margen de su divino imperio, nadie puede disponer de ella.
Supuesto cargado de legitimidad ante aquellas personas de convicciones vinculadas a esas confesiones. Pero que carece de valor y entidad entre los sectores no creyentes, agnósticos, o que simplemente no hallan dicotomía entre su creencia y el derecho a la dignidad ante procesos vitales irreversibles.
El dilatar artificialmente la vida, el sufrimiento físico y psíquico, la agonía interminable en el caso de un daño irreversible, de un tumor maligno diseminado en fase avanzada, de enfermedades degenerativas del sistema nervioso o muscular sin solución posible… Ante ello, las medidas para enfrentar el dramático catalogo de situaciones de gravedad extrema que determinan pronósticos irreversibles, se comparecen más con un sentido humanitario ejercido desde el libre albedrío, que con convicciones confesionales. Incluso la propia Conferencia Episcopal Española en su modelo de testamento vital reconoce, “la vida en este mundo es un don y una bendición de Dios, pero no es el valor supremo absoluto”.
En este dilema, vida y muerte, es absurdo o perverso convertir la eutanasia en un capitulo mas del debate siempre agitado y casi nunca racional, entre ciencia y religión. Menos si cabe cuando lo que está en juego es abordar con respeto y delicadeza, algo vinculado al derecho de la persona en instancias dramáticas. En un umbral donde la angustia, la desesperación o la degradación de los códigos personales por el azote de la enfermedad o los traumatismos hacen sopesar al sujeto del drama ante la irreversibilidad definitiva, la búsqueda de su sedativo. Pudiendo ejercer la decisión desde el pleno derecho. Amparado por pautas profesionales, tras concluir estos como insuficientes sus esfuerzos para conjurar la patología. Y con el aval de los garantes del cumplimiento de la ley.
No se puede anteponer a la realidad y al dolor humano el dogma confesional, arbitrario en orden a que solo se representa sí mismo y a su congregación, o moralinas fabricadas en probetas ideológicas escleróticas.
En la conciencia ciudadana uno de los primeros aldabonazos fue el de un marinero de Puerto do Son, Ramón Sampedro, (que quedó tetrapléjico en un accidente sufrido en unas rocas mientras se bañaba), reclamando “el derecho a disponer de su propia vida”. Incapacitado para finalizar sus días por sí mismo, los jueces no solo le denegaron auxilio sino que advirtieron que cualquiera que le ayudara incurriría en delito. Aun así, es de todos conocido el desenlace de su dura historia llevada magistralmente al cine…
Es imposible navegar a contracorriente de las convicciones que arraigan en el imaginario colectivo o poner puertas al campo de las demandas de la sociedad y los derechos que la informan en un contexto democrático.
Los personajes estrambóticos que pululan por la política fundamentalista y extrema, que histéricos se autocalifican de centro, debieran recordar una frase del ex - Presidente del Gobierno, D. Adolfo Suarez en la que, el si desde el centro político, afirmaba hace ya más de cuarenta años la necesidad de: “Elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal”


*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.

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