LA
HISTORIA INTERMINABLE:
La derecha extrema, extremando sus discursos
frente a los derechos civiles.
En
estos días hemos asistido una vez más, a la muestra de lo grosero,
anacrónico y estúpido que llega a ser el integrismo ultramontano de
este país. Un fundamentalismo que fra-casado y con “vox”
casposa, es incapaz de usar la sensatez para configurar derechos
ciudadanos y armonizar desde la empatía los dramas de la vida, y
desde el humanismo, la calidad de vida en todas sus dimensiones.
Promovidos
desde sectores vinculados a confesiones religiosas, surgen los
movimientos de objeción ante la iniciativa legislativa reguladora de
la eutanasia. Lo hacen partiendo de un presupuesto: que la vida y la
muerte son potestad de Dios, -su Dios-, y que al margen de su divino
imperio, nadie puede disponer de ella.
Supuesto
cargado de legitimidad ante aquellas personas de convicciones
vinculadas a esas confesiones. Pero que carece de valor y entidad
entre los sectores no creyentes, agnósticos, o que simplemente no
hallan dicotomía entre su creencia y el derecho a la dignidad ante
procesos vitales irreversibles.
El
dilatar artificialmente la vida, el sufrimiento físico y psíquico,
la agonía interminable en el caso de un daño irreversible, de un
tumor maligno diseminado en fase avanzada, de enfermedades
degenerativas del sistema nervioso o muscular sin solución posible…
Ante ello, las medidas para enfrentar el dramático catalogo de
situaciones de gravedad extrema que determinan pronósticos
irreversibles, se comparecen más con un sentido humanitario ejercido
desde el libre albedrío, que con convicciones confesionales. Incluso
la propia Conferencia Episcopal Española en su modelo de testamento
vital reconoce, “la vida en este mundo es un don y una bendición
de Dios, pero no es el valor supremo absoluto”.
En
este dilema, vida y muerte, es absurdo o perverso convertir la
eutanasia en un capitulo mas del debate siempre agitado y casi nunca
racional, entre ciencia y religión. Menos si cabe cuando lo que está
en juego es abordar con respeto y delicadeza, algo vinculado al
derecho de la persona en instancias dramáticas. En un umbral donde
la angustia, la desesperación o la degradación de los códigos
personales por el azote de la enfermedad o los traumatismos hacen
sopesar al sujeto del drama ante la irreversibilidad definitiva, la
búsqueda de su sedativo. Pudiendo ejercer la decisión desde el
pleno derecho. Amparado por pautas profesionales, tras concluir estos
como insuficientes sus esfuerzos para conjurar la patología. Y con
el aval de los garantes del cumplimiento de la ley.
No
se puede anteponer a la realidad y al dolor humano el dogma
confesional, arbitrario en orden a que solo se representa sí mismo y
a su congregación, o moralinas fabricadas en probetas ideológicas
escleróticas.
En
la conciencia ciudadana uno de los primeros aldabonazos fue el de un
marinero de Puerto do Son, Ramón Sampedro, (que quedó tetrapléjico
en un accidente sufrido en unas rocas mientras se bañaba),
reclamando “el derecho a disponer de su propia vida”.
Incapacitado para finalizar sus días por sí mismo, los jueces no
solo le denegaron auxilio sino que advirtieron que cualquiera que le
ayudara incurriría en delito. Aun así, es de todos conocido el
desenlace de su dura historia llevada magistralmente al cine…
Es
imposible navegar a contracorriente de las convicciones que arraigan
en el imaginario colectivo o poner puertas al campo de las demandas
de la sociedad y los derechos que la informan en un contexto
democrático.
Los
personajes estrambóticos que pululan por la política
fundamentalista y extrema, que histéricos se autocalifican de
centro, debieran recordar una frase del ex - Presidente del Gobierno,
D. Adolfo Suarez en la que, el si desde el centro político, afirmaba
hace ya más de cuarenta años la necesidad de: “Elevar a la
categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente
normal”
*Antonio
Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario