lunes, 30 de marzo de 2020

RESISTIREMOS Y VENCEREMOS.



Padres y abuelos de la generación actual vivieron, ó la guerra civil más infame que padeció España o las miserias de la posguerra. La casposa, reaccionaria, inculta, de sotana y sacristía, la insolidaria y mezquina, ahogó en un baño de sangre a la que soñaba el renacer de sus raíces podridas alumbrando una nueva sociedad. Concebida como espacio de libertad, humanismo y progreso. Una sociedad que hiciese cotidiano que el nombre cediese lugar al merito, la codicia a la justicia social, el atropello al estado de derecho. Donde la voz de hombres y mujeres sometidos sonase en lo que era monopolio de especuladores y caciques.
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Ahora estamos empeñados en un inmenso reto que nos vuelve a poner a prueba como nación. Cuestionando nuestra supervivencia con la dignidad requerida y un estándar de vida aceptable. Es una contienda sin armas, donde el pueblo, -que es nación y es patria-, forjado en solidaridad y lucha, es el protagonista y no la farándula de paños colgados de mástiles o fanfarrias de redoble cuartelero.


Se nos convoca como pueblo, no como postureo de pulseritas bicolores ni dinastías que afligen nuestra historia y la ensucian con sus inmundicias familiares. Se convoca a los patriotas. Los que no usan en vano el apelativo. Que siempre asumen abnegadamente el sacrificio en pro del común y se aúnan para salir del trance. Hoy nuestras casas son la trinchera en un campo de batalla donde el pueblo derrocha civismo. Cada hogar, una parcela de ese campo donde la ciudadanía se confina para que la nación pueda vivir. Y en primera línea de combate la épica de la familia sanitaria, de las fuerzas de seguridad ciudadana, cajeras, emergencias, cadena alimentaria, militares, transporte… Tantos y tantos héroes anónimos que hacen, que aun a ralentí, el país funcione y esté abastecido.


Esfuerzo y sacrificio no es solo una fría estadística de sumas y restas. De más o menos positivos, de más o menos muertos, de más o menos ingresados en UCIS. Alcanza a la suma de la bonhomía de las gentes que aleccionan con su comportamiento a unos líderes que debieran esforzarse para hacerse dignos del ejemplo.


Para pesar de unos pocos y haciendo justicia a muchos, cuando vuelva a encenderse el país y en nuestros rostros se pose la lluvia, o brille el sol, no podremos olvidar lo que unos hicieron deteriorando y destruyendo nuestras defensas sanitarias para lucrarse con el negocio privado de la salud colectiva. Y lo que se esforzaron otros, con lealtad a la ciudadanía, en poner diques por todos los medios a la inundación vírica. Los que de oficio ó a instancia de parte de forma enconada, no cesaron de poner palos en las ruedas para sabotear los esfuerzos de defender la salud ciudadana. Ante este drama nacional que mudará nuestra faz como país, no se puede olvidar lo que hizo cada cual.


Hoy España debe consagrarse a la lucha contra el virus. Ignorando la insolidaridad enfermiza de los obsesos de Ínsulas Baratarias o los que tratan de escamotear su responsabilidad en los indecentes recortes y negocios que tanto dañaron la columna de vertebral de uno de los mejores Sistemas Nacionales de Salud del mundo, cuyas consecuencias padecen hoy de forma especial dos comunidades muy afectadas por la pandemia. Es alentador ver como se responde desde el Gobierno de España, sin perder la calma ni las formas a las demandas que se amontona en su mesa, en medio de emponzoñadas críticas y un intenso fuego cruzado


Esta crisis nos va devolver un país distinto. Angustiado, desconcertado, con dramática tendencia al empobrecimiento. La primera reflexión debe ser que la reconstrucción de los daños de la economía que todavía somos incapaces de mensurar, no cabe hacerla volviendo a poner una alfombra roja a los tiburones y especuladores financieros que se enriquecen con el dolor ajeno. En esta crisis, ni una solo compatriota puede quedarse atrás. Que el dolor que colectivamente vamos a sufrir no sea en vano. Todavía sectores muy amplios de nuestra sociedad sangran por la herida social que la insolidaridad brutal de la tecnocracia ultra-liberal, sembró a la sombra de la Gran Estafa de 2008.


Quienes tienen en la memoria la postguerra tan cruelmente prolongada por el sátrapa del Pardo, que derivo en miseria, atraso y estrecheces hasta casi los años setenta del pasado siglo se estremecen, ante la posibilidad de volver a transitar un panorama similar.


Es hora que la Unión Europea reencuentre su alma extraviada y abandone su enroque en el proyecto sórdido de la Europa de los mercaderes y del egoísmo. “Repúgnate” en palabras del premier portugués Antonio Costa. Algo que abrazan con feroz insolidaridad gobernantes holandeses y alemanes, compañeros de viaje ideológicos de la actual derecha extrema española. Sería tanto como suscribir la partida de defunción del sueño europeo. Un retroceso de incalculables consecuencias. Para indecente regocijo del sujeto que ocupa la Casa Blanca o del estrambótico inquilino del número diez de Downing Street,
*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia

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