Padres
y abuelos de la generación actual vivieron, ó la guerra civil más
infame que padeció España o las miserias de la posguerra. La
casposa, reaccionaria, inculta, de sotana y sacristía, la
insolidaria y mezquina, ahogó en un baño de sangre a la que soñaba
el renacer de sus raíces podridas alumbrando una nueva sociedad.
Concebida como espacio de libertad, humanismo y progreso. Una
sociedad que hiciese cotidiano que el nombre cediese lugar al merito,
la codicia a la justicia social, el atropello al estado de derecho.
Donde la voz de hombres y mujeres sometidos sonase en lo que era
monopolio de especuladores y caciques.
.
Ahora
estamos empeñados en un inmenso reto que nos vuelve a poner a prueba
como nación. Cuestionando nuestra supervivencia con la dignidad
requerida y un estándar de vida aceptable. Es una contienda sin
armas, donde el pueblo, -que es nación y es patria-, forjado en
solidaridad y lucha, es el protagonista y no la farándula de paños
colgados de mástiles o fanfarrias de redoble cuartelero.
Se
nos convoca como pueblo, no como postureo de pulseritas bicolores ni
dinastías que afligen nuestra historia y la ensucian con sus
inmundicias familiares. Se convoca a los patriotas. Los que no usan
en vano el apelativo. Que siempre asumen abnegadamente el sacrificio
en pro del común y se aúnan para salir del trance. Hoy nuestras
casas son la trinchera en un campo de batalla donde el pueblo
derrocha civismo. Cada hogar, una parcela de ese campo donde la
ciudadanía se confina para que la nación pueda vivir. Y en primera
línea de combate la épica de la familia sanitaria, de las fuerzas
de seguridad ciudadana, cajeras, emergencias, cadena alimentaria,
militares, transporte… Tantos y tantos héroes anónimos que hacen,
que aun a ralentí, el país funcione y esté abastecido.
Esfuerzo
y sacrificio no es solo una fría estadística de sumas y restas. De
más o menos positivos, de más o menos muertos, de más o menos
ingresados en UCIS. Alcanza a la suma de la bonhomía de las gentes
que aleccionan con su comportamiento a unos líderes que debieran
esforzarse para hacerse dignos del ejemplo.
Para
pesar de unos pocos y haciendo justicia a muchos, cuando vuelva a
encenderse el país y en nuestros rostros se pose la lluvia, o brille
el sol, no podremos olvidar lo que unos hicieron deteriorando y
destruyendo nuestras defensas sanitarias para lucrarse con el
negocio privado de la salud colectiva. Y lo que se esforzaron otros,
con lealtad a la ciudadanía, en poner diques por todos los medios a
la inundación vírica. Los que de oficio ó a instancia de parte de
forma enconada, no cesaron de poner palos en las ruedas para sabotear
los esfuerzos de defender la salud ciudadana. Ante este drama
nacional que mudará nuestra faz como país, no se puede olvidar lo
que hizo cada cual.
Hoy
España debe consagrarse a la lucha contra el virus. Ignorando la
insolidaridad enfermiza de los obsesos de Ínsulas Baratarias o los
que tratan de escamotear su responsabilidad en los indecentes
recortes y negocios que tanto dañaron la columna de vertebral de uno
de los mejores Sistemas Nacionales de Salud del mundo, cuyas
consecuencias padecen hoy de forma especial dos comunidades muy
afectadas por la pandemia. Es alentador ver como se responde desde el
Gobierno de España, sin perder la calma ni las formas a las demandas
que se amontona en su mesa, en medio de emponzoñadas críticas y un
intenso fuego cruzado
Esta
crisis nos va devolver un país distinto. Angustiado, desconcertado,
con dramática tendencia al empobrecimiento. La primera reflexión
debe ser que la reconstrucción de los daños de la economía que
todavía somos incapaces de mensurar, no cabe hacerla volviendo a
poner una alfombra roja a los tiburones y especuladores financieros
que se enriquecen con el dolor ajeno. En esta crisis, ni una solo
compatriota puede quedarse atrás. Que el dolor que colectivamente
vamos a sufrir no sea en vano. Todavía sectores muy amplios de
nuestra sociedad sangran por la herida social que la insolidaridad
brutal de la tecnocracia ultra-liberal, sembró a la sombra de la
Gran Estafa de 2008.
Quienes
tienen en la memoria la postguerra tan cruelmente prolongada por el
sátrapa del Pardo, que derivo en miseria, atraso y estrecheces hasta
casi los años setenta del pasado siglo se estremecen, ante la
posibilidad de volver a transitar un panorama similar.
Es
hora que la Unión Europea reencuentre su alma extraviada y abandone
su enroque en el proyecto sórdido de la Europa de los mercaderes y
del egoísmo. “Repúgnate” en palabras del premier portugués
Antonio Costa. Algo que abrazan con feroz insolidaridad gobernantes
holandeses y alemanes, compañeros de viaje ideológicos de la actual
derecha extrema española. Sería tanto como suscribir la partida de
defunción del sueño europeo. Un retroceso de incalculables
consecuencias. Para indecente regocijo del sujeto que ocupa la Casa
Blanca o del estrambótico inquilino del número diez de Downing
Street,
*Antonio
Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia
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