Ante
lo que estamos viviendo cabria evocar a Baudelaire, para mentes
biempensantes el poeta maldito, “Sobre
el fondo de mis noches, Dios, con su dedo sabio, /dibuja una
pesadilla multiforme y sin tregua”…
La
corono-pijería con el riñón cubierto esgrime las cacerolas,
reclamando libertad para cercenar la libertad. La cursilería de
insolidaridad brutal, los cutres fantoches con bandera de cruzada y
fanfarria de granaderos, surgen como polichinelas apergaminados en el
fascismo más rancio. Replicantes zafios de las caceroladas con que
los barrios altos de Santiago de Chile a principios de los setenta
batían con partitura de la CIA contra Salvador Allende… La
“alta sociedad” orquestaban con sus cacerolas el primer
asalto contra el gobierno de coalición chileno…Rugían como hienas
contra las medidas gubernamentales, mientras sus alacenas y neveras
rebosaban en medio del desabastecimiento provocado por acaparadores.
Por cierto aquel proceso terminó con el escueto comunicado de un
militar traidor al felón Pinochet: “Misión cumplida. Moneda
tomada. Presidente muerto”.
Mientras
rompen la solidaridad social frente a la pandemia, propician con
irresponsable indiferencia la expansión del virus, “un ratito por
la tarde”, con la bendición e incitación de la autoridad, por
supuesto “popular”… Mientras “la milla de oro madrileña”
defiende desquiciada sus privilegios y granjerías, sus rencores y
clasismo, la mesocracia se desliza con silenciosa dignidad herida por
una oscura pendiente hacia los comedores sociales, donde ya los más
desfavorecidos hacen cola…
Las
palabras en ciertas bocas pierden su valor balsámico. Dejan de ser
herramientas para construir espacios de encuentro. De mecanismo para
plasmar de forma racional emociones y sentimientos, de don con
capacidad de brindar fragancia y poesía, se convierte en bocas
infames, en espacio para el odio, la difamación y la injuria.
Energúmenos que la usan, no para exponer sus tesis, sino para
despreciar cualquier tesis de un gobierno que odian más que el
virus. Su cruzada no es contra la pandemia, es contra la solidaridad
y quien pueda objetivamente proponerla.
Se
usa la palabra de forma torticera para arrojar un gobierno de su
camino. Un camino arduo, complejo, trazado para frenar los efectos de
la pandemia, intentando paliar ante todo los dramas sociales que de
ella se derivan, evitando que nadie se quede atrás.
Se
usa la palabra para mentir y calumniar diciendo que en España no hay
libertad. Que se sustrae el derecho a la información. Que la
libertad de prensa está en riesgo. Incluso la de la práctica de
cultos. Que se gesta una dictadura desde el gobierno. Que se
violentan los derechos de la ciudadanía. Lo dicen los que quieren
reescribir la historia, robar la memoria y obtener desde sus
conjuraciones en las sombras con sus altavoces mediáticos y poderes
facticos, lo que las urnas llevan negándole tras varias elecciones.
Son
aquellos a los que solo les guía el histerismo de su ansia turbia,
de oponerse a una política de progreso y equidad social. Anhelan
resucitar la “operación Armada” vestida de gobierno de
concentración nacional. Los que sabiendo lo invendible de una
drástica solución Franco en tiempos de UE y redes sociales, se
conformarían con un sinuoso primo-riverismo actualizado y con
similar “patronazgo” al de 1923.
Frente
a la amenaza de los fantasmas de un pasado tenebroso, solo cabe
confiar en la España solidaria y de la idea. Capaz de alborear un
horizonte de esperanza e incluyente ante un estado de postración y
angustia.
*Antonio
Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia
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