Después de las
elecciones vienen las reflexiones, y por mi parte, humildemente, quiero hacer
algunas. En primer lugar puede haber quienes tengan la tentación de pedir
dimisiones a diestro y siniestro, cuando el resultado electoral del Partido
Socialista en Galicia no ha sido ni malo ni bueno, aunque empeora en términos
relativos, pues queda en tercer lugar a bastante distancia de los dos primeros.
Lo primero que planteo
es que se pregunte el señor Caballero si está dispuesto a pasar una “travesía
del desierto” durante cuatro años e incluso pensar a ocho años vista,
sacrificando con ello, en parte, su carrera profesional. Porque si la respuesta
fuese afirmativa, debiera seguir contándose con él, pues no parece que exista
ningún mirlo blanco que le pueda sustituir. No se ha hecho otra cosa por parte
de los socialistas de Galicia y de nada ha servido.
El señor Caballero
quizá esté por hacerse como líder, pues no ha contado con el tiempo –ya largo-
de los dos triunfadores, el conservador y la nacionalista. Para ello ha de
contar con equipos que tengan verdadero espíritu de sacrificio para estudiar,
con todo celo y dedicación, los problemas que afectan a los gallegos. Creo que
el Partido Socialista en Galicia no tiene por costumbre lo que sí hacía allá
por los años setenta y ochenta del pasado siglo: patearse el país, llegar a
todas sus esquinas, hablar con todos, contactar con las personas afines,
intentar comprometerlas, alentar a los que aún están ilusionados, pedir una
ejemplaridad especial a los que tienen cargos públicos locales y de cualquier
índole, hacer el seguimiento periódico de todo esto.
Se me dirá que esto
tiene poco que ver con la política institucional que le ha sido encomendada a
los diputados autonómicos del PSOE. Cierto, y es que parto de la base de que
más que la política institucional –que no se ha de abandonar- urge ahora el
trabajo de campo durante cuatro años: hablando a las comunidades de sus
problemas, de las soluciones que se le plantean, trabajando sectorialmente con
unos y otros, etc. La consigna sería no aparecer por las aldeas y comarcas, por
los barrios y villas de Galicia solo cuando hay elecciones, sino durante toda
la legislatura.
Traer a responsables
políticos de otras partes de España, del Gobierno actual (me refiero a los
socialistas) para que escuchen y hablen con los gallegos que se presten a ello,
sería una acción que no hay por qué desechar. Si el Partido Socialista está en
las Diputaciones, en los Ayuntamientos, en el Gobierno de la nación y en otros
centros de decisión ¿por qué no contar con ese personal, que se supone sabe de
lo que lleva entre manos?
También me parece que
sería una buena idea la que ya pusieron en práctica los socialistas alemanes y
franceses, pero no solo, durante muchos años: las candidaturas municipales
deben contar con dos o tres personas sólidas para que, si consiguen las
alcaldías, estos alcaldes puedan engrosar las listas de candidatos al
Parlamento de Galicia dentro de cuatro años. Sus sustitutos habrán de ser
cuidadosamente seleccionados.
El Partido Socialista
ha perdido votos en tres de las cuatro provincias gallegas respecto al año
2016, siendo especialmente sangrante el caso de A Coruña (casi 11.000 votos).
Solo en la provincia de Pontevedra se han mejorado los resultados (más d 12.000
votos). La mejoría en más de un punto respecto a las elecciones de 2016 se debe
exclusivamente al reparto en el que solo han entrado tres en liza, pues los
demás partidos (partidillos, diría) no han alcanzado o han estado lejos de 5%
exigido.
Menos de 1 de cada 5
gallegos han depositado su confianza en el Partido Socialista el pasado día 12
de julio. Mejorar eso es la única alternativa pensable, porque de lo contrario
no vale la pena el esfuerzo.
Una cosa buena veo de
estas elecciones (más allá de la gran pena por constatar lo que ya se sabía,
que el partido con menos tradición democrática es el que recibe más apoyos). La
cosa buena es que los gallegos, en un esfuerzo de síntesis que ya han
demostrado en otras ocasiones, se han desembarazado de siglas que no vienen a
aportar nada (IU, Anova, Podemos, Mareas, Ciudadanos, Vox…) y sí a enmarañar la
política regional.
El Partido Popular no
debiera sentirse tan satisfecho como quien va a gobernar y mangonear (a tenor
de su experiencia en esto último) la política gallega: ha perdido apoyo popular
en las cuatro provincias gallegas, con especial evidencia en Pontevedra (más de
23.000 votos) y en el conjunto de Galicia (unos 58.000 votos). Para no tener
competencia en la derecha (Ciudadanos y Vox han tenido entre el 1 y el 2% de
los votos) se nota que hay una parte del electorado, pequeña aún, que no ve al
señor Feijóo sin tan buen gestor como él mismo se pinta, ni al PP tan limpio
como nadie se cree, ni a sus políticas tan justas como las publicitan los
interesados.
El resto ya es fácil de
deducir y lo han señalado otros más avezados que yo: el nacionalismo gallego ha
agrupado en torno a la señora Pontón (una nacionalista comunista, lo que ya es
contradicción) todo el nacionalismo patrio, porque este se cuida muy mucho de
decir que la exitosa señora (que inspira, lo reconozco, honestidad y
constancia) es destacada y antigua miembro de la UPG, la quintaesencia del
leninismo gallego… Cousas veredes.
L. de Guereñu Polán.
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