lunes, 13 de julio de 2020

No hacer leña del árbol caído


Después de las elecciones vienen las reflexiones, y por mi parte, humildemente, quiero hacer algunas. En primer lugar puede haber quienes tengan la tentación de pedir dimisiones a diestro y siniestro, cuando el resultado electoral del Partido Socialista en Galicia no ha sido ni malo ni bueno, aunque empeora en términos relativos, pues queda en tercer lugar a bastante distancia de los dos primeros.

Lo primero que planteo es que se pregunte el señor Caballero si está dispuesto a pasar una “travesía del desierto” durante cuatro años e incluso pensar a ocho años vista, sacrificando con ello, en parte, su carrera profesional. Porque si la respuesta fuese afirmativa, debiera seguir contándose con él, pues no parece que exista ningún mirlo blanco que le pueda sustituir. No se ha hecho otra cosa por parte de los socialistas de Galicia y de nada ha servido.

El señor Caballero quizá esté por hacerse como líder, pues no ha contado con el tiempo –ya largo- de los dos triunfadores, el conservador y la nacionalista. Para ello ha de contar con equipos que tengan verdadero espíritu de sacrificio para estudiar, con todo celo y dedicación, los problemas que afectan a los gallegos. Creo que el Partido Socialista en Galicia no tiene por costumbre lo que sí hacía allá por los años setenta y ochenta del pasado siglo: patearse el país, llegar a todas sus esquinas, hablar con todos, contactar con las personas afines, intentar comprometerlas, alentar a los que aún están ilusionados, pedir una ejemplaridad especial a los que tienen cargos públicos locales y de cualquier índole, hacer el seguimiento periódico de todo esto.

Se me dirá que esto tiene poco que ver con la política institucional que le ha sido encomendada a los diputados autonómicos del PSOE. Cierto, y es que parto de la base de que más que la política institucional –que no se ha de abandonar- urge ahora el trabajo de campo durante cuatro años: hablando a las comunidades de sus problemas, de las soluciones que se le plantean, trabajando sectorialmente con unos y otros, etc. La consigna sería no aparecer por las aldeas y comarcas, por los barrios y villas de Galicia solo cuando hay elecciones, sino durante toda la legislatura.

Traer a responsables políticos de otras partes de España, del Gobierno actual (me refiero a los socialistas) para que escuchen y hablen con los gallegos que se presten a ello, sería una acción que no hay por qué desechar. Si el Partido Socialista está en las Diputaciones, en los Ayuntamientos, en el Gobierno de la nación y en otros centros de decisión ¿por qué no contar con ese personal, que se supone sabe de lo que lleva entre manos?

También me parece que sería una buena idea la que ya pusieron en práctica los socialistas alemanes y franceses, pero no solo, durante muchos años: las candidaturas municipales deben contar con dos o tres personas sólidas para que, si consiguen las alcaldías, estos alcaldes puedan engrosar las listas de candidatos al Parlamento de Galicia dentro de cuatro años. Sus sustitutos habrán de ser cuidadosamente seleccionados.

El Partido Socialista ha perdido votos en tres de las cuatro provincias gallegas respecto al año 2016, siendo especialmente sangrante el caso de A Coruña (casi 11.000 votos). Solo en la provincia de Pontevedra se han mejorado los resultados (más d 12.000 votos). La mejoría en más de un punto respecto a las elecciones de 2016 se debe exclusivamente al reparto en el que solo han entrado tres en liza, pues los demás partidos (partidillos, diría) no han alcanzado o han estado lejos de 5% exigido.

Menos de 1 de cada 5 gallegos han depositado su confianza en el Partido Socialista el pasado día 12 de julio. Mejorar eso es la única alternativa pensable, porque de lo contrario no vale la pena el esfuerzo.

Una cosa buena veo de estas elecciones (más allá de la gran pena por constatar lo que ya se sabía, que el partido con menos tradición democrática es el que recibe más apoyos). La cosa buena es que los gallegos, en un esfuerzo de síntesis que ya han demostrado en otras ocasiones, se han desembarazado de siglas que no vienen a aportar nada (IU, Anova, Podemos, Mareas, Ciudadanos, Vox…) y sí a enmarañar la política regional.

El Partido Popular no debiera sentirse tan satisfecho como quien va a gobernar y mangonear (a tenor de su experiencia en esto último) la política gallega: ha perdido apoyo popular en las cuatro provincias gallegas, con especial evidencia en Pontevedra (más de 23.000 votos) y en el conjunto de Galicia (unos 58.000 votos). Para no tener competencia en la derecha (Ciudadanos y Vox han tenido entre el 1 y el 2% de los votos) se nota que hay una parte del electorado, pequeña aún, que no ve al señor Feijóo sin tan buen gestor como él mismo se pinta, ni al PP tan limpio como nadie se cree, ni a sus políticas tan justas como las publicitan los interesados.

El resto ya es fácil de deducir y lo han señalado otros más avezados que yo: el nacionalismo gallego ha agrupado en torno a la señora Pontón (una nacionalista comunista, lo que ya es contradicción) todo el nacionalismo patrio, porque este se cuida muy mucho de decir que la exitosa señora (que inspira, lo reconozco, honestidad y constancia) es destacada y antigua miembro de la UPG, la quintaesencia del leninismo gallego… Cousas veredes.

L. de Guereñu Polán.


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