martes, 18 de agosto de 2020

Un discurso de Castelar

 

En 1869 tomó la palabra, entre otras veces en el Congreso de los Diputados, el republicano Emilio Castelar para defender la separación entre la Iglesia y el Estado y la libertad de cultos en España. Aparte la calidad literaria de su discurso, que invito a leer a los que gusten de éste género, el gaditano da muestras de una concepción del parlamentarismo que está a años luz del que ahora se practica en España.

En primer lugar se disculpa ante los diputados por tener que emplear el tiempo en defender cuestiones que ya empezaban a no ser discutidas en otros países europeos. Haciendo referencia a Ríos Rosas, presente en uno de los escaños, le reconoce autoridad intelectual, hombre con talento, de alta elocuencia, íntegro carácter… Impensable en un diputado actual al referirse a un opositor, claro que no hay un Castelar en nuestro Congreso actual. Sabía que Ríos Rosas estaba emparentado con una familia terrateniente y que provenía de posiciones nada liberales, aunque luego se asentó en ellas.

Continuó Castelar diciendo que su opositor Ríos Rosas tenía todo el derecho a darle consejos (pues éste se lo había preguntado), y le reconocía como hombre de Estado, además de con más experiencia que él, pues Ríos era unos veinte años mayor y ya experto en las lides políticas. Castelar tenía, cuando pronunció el discurso que aquí comento, apenas 37 años.

Castelar no atacó ninguna creencia, ni culto, ni dogma. Solo dijo que la Iglesia católica, organizada como estaba, como poder del Estado, traía grandes perturbaciones y conflictos, porque la Iglesia tenía un ideal de autoridad, de infalibilidad, que era una amenaza para las libertades civiles. A otro diputado, el clérigo Manterola, cuya intolerancia fue proverbial, le considera una autoridad con virtudes, aun habiendo este defendido la reprobación del derecho, la conciencia moderna, la nueva filosofía…

Manterola fue un carlista que, una vez vistas sus posiciones fracasadas en el Parlamento del sexenio se lanzó a la batalla en la guerrilla, recaudando dinero para sostener la guerra de 1872 y legitimando con su condición de canónigo el levantamiento antiliberal. Castelar, en el año citado de 1869, recoge los argumentos de Manterola para recordar a los diputados que éste no reconoce la soberanía nacional, pues el clero no reconocía más dogma que la soberanía de la Iglesia. Pero aún así, Castelar defendía la presencia en el Congreso del canónigo, del obispo de Jaén, que debía ser el integrista Monescillo y del cardenal de Santiago, García Cuesta. Así concebía la democracia parlamentaria don Emilio, con capacidad para que todas las voces se expresasen en un foro donde residía la soberanía nacional.

En su discurso Castelar hace una serie de concesiones a sus oponentes, sobre todo a los clérigos, considerando que haciéndolo les rebatirá mejor en sus posiciones antidemocráticas. Para que una sociedad libre pueda vivir –dijo- es indispensable que tenga ideales, que reconozca deberes, pero no deberes impuestos por la autoridad civil o por los ejércitos, sino por su propia razón, por su propia conciencia. Recurre luego a las sociedades esclavistas donde el domingo es una saturnal (una fiesta pagana), mientras que el domingo se respeta religiosamente en Europa, en Suiza, en Inglaterra…

Como Castelar no solo era católico sino sumamente culto, recuerda al señor Manterola que Pablo de Tarso había reconocido no haber nada tan voluntario como la religión, y Tertuliano, en una de sus cartas, había dicho que no es propio de la religión obligar por la fuerza, lo contrario de lo que hacía la Iglesia de su tiempo, la anterior a su tiempo y también la posterior. Castelar se adelantó al Concilio Vaticano II donde la Iglesia reconoció la libertad religiosa, obligando al mismo general Franco, sorprendido, a adaptar la legislación española… un siglo más tarde del discurso de Castelar.

El Estado no tiene religión, defendía Castelar, el Estado no confiesa, no comulga… y nuestro personaje invita al diputado Manterola a que la indique en qué sitio del Valle de Josafat va a estar el día del juicio el alma del Estado… Y continuó con el ejemplo de una ballena que se movía en su medio marino, en lo que uno consideró que con dicho movimiento el animal alababa a Dios; pero como otro dijese que en el cuerpo de la ballena había ciertas ratas que la molestaban y obligaban a moverse, Castelar señala que, teniendo el animal tanta masa de aceite, no tiene ni un átomo de sentimiento religioso: igual que el Estado.

Y como latía en la España del siglo XIX el gran acontecimiento de la Revolución Francesa, Castelar condena los excesos de ésta, y recuerda a Barnave, el cual, en nombre de la libertad pidió que se revocase el edicto de expulsión de los jesuitas. Y don Emilio recuerda que con los mismos argumentos que Manterola quería imponer la religión en España, Enrique VIII de Inglaterra pudo en su día cambiar la religión católica por la anglicana, como Teodosio pudo cambiar en el Senado romano las religiones paganas por la católica… Por eso Manterola –dijo Castelar- no tenía razón exigiendo, en nombre de la Iglesia, en nombre de una idea moral, de una idea religiosa, fuerza coercitiva al Estado.

En esa misma sesión (12 de abril de 1869) tomó la palabra el vigués Eduardo Chao, benefactor de la Escuela de Artes y Oficios de Vigo, Cánovas, Ríos Rosas, el citado Manterola y, a partir de la página 986 del Diario de Sesiones, se recoge el discurso de Castelar, ejemplo de parlamentarismo puro, democrático, racional, de generosidad e integración, de un patriotismo que trasciende todos los conceptos que a esta palabra se le han atribuido.

L. de Guereñu Polán.

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