En 1869 tomó la
palabra, entre otras veces en el Congreso de los Diputados, el republicano
Emilio Castelar para defender la separación entre la Iglesia y el Estado y la
libertad de cultos en España. Aparte la calidad literaria de su discurso, que
invito a leer a los que gusten de éste género, el gaditano da muestras de una
concepción del parlamentarismo que está a años luz del que ahora se practica en
España.
En primer lugar se
disculpa ante los diputados por tener que emplear el tiempo en defender
cuestiones que ya empezaban a no ser discutidas en otros países europeos.
Haciendo referencia a Ríos Rosas, presente en uno de los escaños, le reconoce
autoridad intelectual, hombre con talento, de alta elocuencia, íntegro carácter…
Impensable en un diputado actual al referirse a un opositor, claro que no hay
un Castelar en nuestro Congreso actual. Sabía que Ríos Rosas estaba emparentado
con una familia terrateniente y que provenía de posiciones nada liberales,
aunque luego se asentó en ellas.
Continuó Castelar
diciendo que su opositor Ríos Rosas tenía todo el derecho a darle consejos
(pues éste se lo había preguntado), y le reconocía como hombre de Estado,
además de con más experiencia que él, pues Ríos era unos veinte años mayor y ya
experto en las lides políticas. Castelar tenía, cuando pronunció el discurso
que aquí comento, apenas 37 años.
Castelar no atacó
ninguna creencia, ni culto, ni dogma. Solo dijo que la Iglesia católica,
organizada como estaba, como poder del Estado, traía grandes perturbaciones y
conflictos, porque la Iglesia tenía un ideal de autoridad, de infalibilidad,
que era una amenaza para las libertades civiles. A otro diputado, el clérigo
Manterola, cuya intolerancia fue proverbial, le considera una autoridad con
virtudes, aun habiendo este defendido la reprobación del derecho, la conciencia
moderna, la nueva filosofía…
Manterola fue un
carlista que, una vez vistas sus posiciones fracasadas en el Parlamento del
sexenio se lanzó a la batalla en la guerrilla, recaudando dinero para sostener
la guerra de 1872 y legitimando con su condición de canónigo el levantamiento
antiliberal. Castelar, en el año citado de 1869, recoge los argumentos de
Manterola para recordar a los diputados que éste no reconoce la soberanía
nacional, pues el clero no reconocía más dogma que la soberanía de la Iglesia.
Pero aún así, Castelar defendía la presencia en el Congreso del canónigo, del
obispo de Jaén, que debía ser el integrista Monescillo y del cardenal de
Santiago, García Cuesta. Así concebía la democracia parlamentaria don Emilio,
con capacidad para que todas las voces se expresasen en un foro donde residía la
soberanía nacional.
En su discurso Castelar
hace una serie de concesiones a sus oponentes, sobre todo a los clérigos,
considerando que haciéndolo les rebatirá mejor en sus posiciones antidemocráticas.
Para que una sociedad libre pueda vivir –dijo- es indispensable que tenga
ideales, que reconozca deberes, pero no deberes impuestos por la autoridad
civil o por los ejércitos, sino por su propia razón, por su propia conciencia.
Recurre luego a las sociedades esclavistas donde el domingo es una saturnal
(una fiesta pagana), mientras que el domingo se respeta religiosamente en
Europa, en Suiza, en Inglaterra…
Como Castelar no solo
era católico sino sumamente culto, recuerda al señor Manterola que Pablo de
Tarso había reconocido no haber nada tan voluntario como la religión, y
Tertuliano, en una de sus cartas, había dicho que no es propio de la religión
obligar por la fuerza, lo contrario de lo que hacía la Iglesia de su tiempo, la
anterior a su tiempo y también la posterior. Castelar se adelantó al Concilio
Vaticano II donde la Iglesia reconoció la libertad religiosa, obligando al
mismo general Franco, sorprendido, a adaptar la legislación española… un siglo
más tarde del discurso de Castelar.
El Estado no tiene
religión, defendía Castelar, el Estado no confiesa, no comulga… y nuestro
personaje invita al diputado Manterola a que la indique en qué sitio del Valle
de Josafat va a estar el día del juicio el alma del Estado… Y continuó con el
ejemplo de una ballena que se movía en su medio marino, en lo que uno consideró
que con dicho movimiento el animal alababa a Dios; pero como otro dijese que en
el cuerpo de la ballena había ciertas ratas que la molestaban y obligaban a
moverse, Castelar señala que, teniendo el animal tanta masa de aceite, no tiene
ni un átomo de sentimiento religioso: igual que el Estado.
Y como latía en la
España del siglo XIX el gran acontecimiento de la Revolución Francesa, Castelar
condena los excesos de ésta, y recuerda a Barnave, el cual, en nombre de la
libertad pidió que se revocase el edicto de expulsión de los jesuitas. Y don
Emilio recuerda que con los mismos argumentos que Manterola quería imponer la
religión en España, Enrique VIII de Inglaterra pudo en su día cambiar la religión
católica por la anglicana, como Teodosio pudo cambiar en el Senado romano las
religiones paganas por la católica… Por eso Manterola –dijo Castelar- no tenía
razón exigiendo, en nombre de la Iglesia, en nombre de una idea moral, de una
idea religiosa, fuerza coercitiva al Estado.
En esa misma sesión (12
de abril de 1869) tomó la palabra el vigués Eduardo Chao, benefactor de la
Escuela de Artes y Oficios de Vigo, Cánovas, Ríos Rosas, el citado Manterola y,
a partir de la página 986 del Diario de Sesiones, se recoge el discurso de
Castelar, ejemplo de parlamentarismo puro, democrático, racional, de
generosidad e integración, de un patriotismo que trasciende todos los conceptos
que a esta palabra se le han atribuido.
L. de Guereñu Polán.
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