España, por su historia
política en los dos últimos siglos, podría estar situada en los Balcanes, para
corresponderse así con los conflictos civiles y militares que son propios de
las dos penínsulas. Un verdadero cáncer. Por el auge xenófobo y criminal de los
nacionalismos (el serbio, el croata, el español, el catalán, el vasco…) y por
el papel que los militares se han arrogado en no pocas ocasiones.
Centrémonos: desde las
guerras civiles del siglo XIX, que enfrentaron a la España ilustrada y urbana,
burguesa y obrera con la España rural, carlista y católica, pasando por el
rearme neocatólico de los Nocedal (padre e hijo), los Pidal, los Primo de Rivera
y sus epígonos, que llevaron al guerra civil de 1936, no acabamos de librarnos
de los enemigos de la democracia, de la libertad, de los derechos civiles, de
la diversidad de nuestras gentes…
No a las lenguas
vernáculas; sí a la del imperio. No a los partidos políticos; sí al único que
entraña la tradición de las dos dictaduras del siglo XX; no al
librepensamiento; sí a la España católica de Trento; no a la división de
poderes; sí al papel del Ejército como garantía para la uniformidad. Y así
podríamos seguir.
El militarismo, el
autoritarismo, el fascismo con sus diversos matices, la bravuconería y el
desprecio a la ley están tan inoculados en algunos grupos sociales (una parte
del ejército, de la judicatura, del empresariado, de la banca, de los
especuladores, de ciertas corporaciones) que cuarenta años de régimen
democrático no han servido para que esos grupos acepten la voluntad de la
mayoría de los españoles.
Cierto que hay partidos
políticos en España que excitan a esos militares que se dirigen al Jefe del
Estado quejándose del Gobierno “social-comunista”; cierto que algún miembro del
Gobierno carece de la más elemental prudencia; cierto que los independentistas
catalanes y los herederos de ETA (ahora venidos a la política) no contribuyen a
la paz institucional y democrática; pero sus actitudes no justifican que unas
cuantas decenas de militares retirados, haciendo ostentación de su condición de
ex altos mandos, se dirijan al Jefe del Estado para mostrar su odio a España, a
la real, no a la que ellos imaginan y quisieran.
¿Qué han aprendido esos
mandos en sus Academias? ¿Quiénes han sido los que les han promocionado? ¿Conocen
esos ex altos mandos la Constitución española? Y si no la conocen ¿son
partidarios de conculcarla? ¿Quieren comprometer al Jefe del Estado en una
acción ilegal y homicida a gran escala?
La ministra de Defensa
ya ha dicho en la tribuna del Congreso de los Diputados lo que corresponde a un
Gobierno responsable. No así el principal partido de la oposición, que calla
cobardemente. Parte de los de dicho partido y los de Vox se frotan las manos.
Cuanto peor mejor, se ha dicho más de una vez. Pero el cuanto peor mejor es el
cáncer de España, que ya nos ha dejado una estela de odio, de muerte, de represión,
de cadáveres no exhumados aún en las cunetas.
A algunos españoles
(pocos pero poderosos a juzgar por los datos electorales), no les importan las
tragedias y el dolor causados por los que fueron como ellos. Les importan
ellos, sus cegueras, sus pocas letras, sus miserias.
España tiene un cáncer.
Seguramente se le vencerá, seguramente no estamos en la metástasis, pero
tenemos un cáncer. Ojalá los partidos políticos, los ciudadanos, los
gobernantes, las instituciones, estén a la altura para conjurar aquel mal. Los
demás problemas se pueden solucionar con la palabra, el estudio, la razón y la
inteligencia, nunca con el horror.
L. de Guereñu Polán.
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