Revolución soviética es la denominación más
adecuada (a mi parecer) para referirnos a los acontecimientos vividos en el
Imperio Ruso durante los años 1917 y siguientes, pues fueron los soviets los
verdaderos protagonistas de la organización de obreros, campesinos,
estudiantes, intelectuales y soldados contra la autocracia zarista, contra la
brutal policía y contra las condiciones de miseria que sufría la mayor parte de
la población. Lenin estaba en Zurich cuando los acontecimientos se iniciaron en
Rusia, y con tal despiste que se sorprendió cuando fue avisado de ellos.
Incluso cuando se produjo la revolución de 1905, el movimiento socialdemócrata
ruso no estuvo preparado para ser vanguardia de los acontecimientos.
El Imperio Ruso, a finales del siglo XIX, estaba
en plena expansión industrial, con la explotación minera a pleno rendimiento,
con el desarrollo de la red ferroviaria, con industrias que se habían
alimentado de capital alemán y francés fundamentalmente, pues la clase
adinerada rusa era una finísima lámina en el conjunto de la sociedad y la
nobleza vivía amancebada con el alto clero y con la burocracia zarista. El
ejército, por su parte, se relamía de las antiguas victorias
contra Napoleón y contra el Imperio turco, verdadero “otro yo” del zarismo.
Había una tradición revolucionaria en el
Imperio Ruso, por lo menos desde el decembrismo de 1825, revuelta
importantísima de una parte del ejército al que se sumaron intelectuales hartos
de un zarismo que se sucedía a sí mismo caprichosamente. Dicho movimiento fue
un hito en la historia rusa del siglo XIX y en el futuro no dejaron de hacerse
continuas apelaciones a la oficialidad más joven para que no consintiese
derivas autoritarias del régimen. La ya citada revolución de 1905 fue una
respuesta de los intelectuales, de las clases medias urbanas y de los obreros y
mujeres contra una situación insostenible de falta de libertad, de explotación
inmisericorde y de alejamiento del Imperio respecto del liberalismo europeo.
Fracasó porque no se dieron las condiciones objetivas para que triunfase, y
también porque no se cuestionó al zarismo; solo se exigió que su titular
actuase paternalmente a favor de los obreros explotados y aceptase un Parlamento en el que se depositase el poder legislativo: no fue así y la
experiencia fracasó porque la mayor parte de la nobleza, el clero, la masa
campesina –la mayor parte de la población- el ejército, impidieron el triunfo.
Pero desde entonces nada fue igual y la policía
se tuvo que emplear a fondo para combatir a una prensa cada vez más
contestataria, un movimiento soviético cada vez mejor organizado, las diversas
familias socialistas en plena campaña propagandística, el nihilismo y el
populismo extendiéndose por las ciudades, sobre todo en la parte occidental del
Imperio y unos intelectuales que tenían en Tólstoi (muerto en 1911) un
referente de honestidad y clarividencia.
La participación del Imperio Ruso en la guerra
de 1914 prefiguró las condiciones para que la revolución de 1917 triunfase
contra el zarismo, aunque no triunfó para la inmensa mayoría de la población.
Un ejército que se había hecho antiguo ante el avance del británico, alemán,
estadounidense o japonés (este había vencido al Imperio Ruso entre 1904 y
1905), hizo comprender a muchos que la participación en una guerra que tuvo su
origen en los Balcanes, en Marruecos y en las ambiciones imperialistas de las
potencias occidentales, era un error que llevaba a la muerte a esposos e hijos
de campesinas y trabajadores. Los bolcheviques, rama del movimiento socialista
de profundas convicciones revolucionarias (pero como se verá no democráticas)
hicieron gala de su consigna favorita: no a la guerra, es algo que interesa
solo a los imperialistas. Y esto hizo mella en amplias capas de la población
rusa.
De forma que fue una parte importante del
ejército zarista, que sufría las consecuencias de la movilización y de las
penurias, el factor determinante para el derrocamiento del zarismo: ni los
soviets organizados disciplinadamente, sin los campesinos adoctrinados por el
anarquismo y por los Socialistas Revolucionarios, ni los intelectuales ni las
clases medias, por sí mismas, hubieran conseguido lo que sí consiguió un
ejército que se alzó contra el zar y contra la guerra. Es cierto que las
grandes movilizaciones en las ciudades y regiones industrializadas jugaron un
papel importante de concienciación, es cierto que bolcheviques, mencheviques,
populistas, burguesía liberal y otros grupos animaron extraordinariamente el
ambiente revolucionario, pero si el Imperio no estuviese en una guerra ruinosa
(de materiales y hombres) ¿habría triunfado la revolución? Hoy se sabe que muy
probablemente no. Ni la pericia cambiante de Lenin, que se incorporó tarde a
los acontecimientos, ni la honestidad de tantos socialistas de la época, ni el
esfuerzo de tantos activistas, hubiesen podido con la gran mole que
representaba una poderosa Iglesia, una leal aristocracia al zar y una economía
en manos de pocos. Sin guerra, sin defección del ejército a la autoridad del
zar, muy probablemente no hubiese triunfado revolución alguna, por muchas
manifestaciones que atestasen las calles de las principales ciudades
industriales y administrativas.
Cuando el movimiento socialista se dividió de
forma definitiva, entonces surgió claramente la capacidad organizativa de
los bolcheviques, y esto sí es mérito de Lenin y sus colaboradores. Pero esa
capacidad organizativa, que se puso de manifiesto en la guerra civil que siguió
a la revolución, contó también con un ejército formado por la decisiva actuación
de Trostky y sus colaboradores, no pocos antiguos fieles al zarismo que ahora
se acomodan a lo que se adivinaban nuevos tiempos. Es simplista, y por lo tanto
falso, que solo existieran dos ejércitos que se enfrentaron en la guerra civil,
el rojo y el blanco. También los anarquistas, sobre todo en Ucrania, formaron
un ejército que perseguía objetivos distintos a los de los bolcheviques
(negro) y los campesinos en varias regiones formaron ejércitos que pretendían
salvaguardar las apropiaciones de tierras que se habían arrebatado a la nobleza
(verde). La guerra civil fue un caos, como toda guerra, donde al ejército
zarista (sin zar) se sumaron muchos oficiales, mencheviques, jóvenes de clase
media que no podían soportar los métodos de los bolcheviques, en definitiva una
minoría que se había hecho, eso sí, con el control de muchos de los soviets.
Luego vinieron las checas practicadas sin piedad
por los bolcheviques, la quiebra de la democracia soviética (al fin y al cabo
las decisiones las tomaban los que formaban parte de los soviets en un régimen
de libertad y exaltación inusitados). Aquellos gobiernos provisionales, uno de
los cuales había sido dirigido por el menchevique Kerenski, querían establecer
en el Imperio un régimen con división de poderes, con elecciones, una
democracia representativa que no podemos decir en que se sustanciaría. Pero el
modelo bolchevique fue otro: el del crimen sin número, la represión, los
atentados, la arbitrariedad jurídica, la dictadura impía que daría lugar a las
grandes purgas de los años treinta. Ya con Lenin la revolución había fracasado
históricamente, porque no fue igualitaria, no estableció la libertad, no
repartió la riqueza equitativamente y se engañó una y otra vez a la mayoría de
la población, los campesinos. Fueron estos los que se hicieron con las tierras
que ocuparon, no la burocracia bolchevique, que no hizo sino venir a consagrar
lo que ya estaba hecho… para luego colectivizar la propiedad
territorial contra el interés del campesinado y de toda economía racional.
Los bolcheviques no respetaron los derechos de
las nacionalidades del Imperio, ni siquiera las de mayoría musulmana. Excepción
fue Finlandia, compromiso personal de Lenin, pero arrebatándole parte de
Carelia. En el poder una banda de asesinos en serie, lo cierto es que, desde 1928, el
Imperio se convirtió en una gran potencia industrial capaz de ganar una guerra
al fascismo, pero con un infinito coste humano y medioambiental. Mientras que la Revolución Francesa
está vigente, porque muchos de sus logros están hoy en vigor o son un ideal
para una parte del mundo, la revolución soviética está muerta, fracasó
históricamente, y muy pocos la reclaman como modelo; se estableció un régimen
feroz en el que cayeron como adeptos, por desgracia, muchos partidos comunistas
del mundo durante demasiado tiempo.
L. de Guereñu Polán.
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