Interpretar la política no es
algo nuevo, como tampoco lo son los recelos que inspira en algunos casos. Desde
Aristóteles a Maquiavelo pasando por Gottfried Leibniz, Bismarck y muchos otros
en épocas distintas y escenarios diferentes, se les atribuye calificar la
política como arte de lo posible… Incluso se llega en algún caso a perfeccionar
la frase definiéndola como el arte de hacer posible lo necesario para una
comunidad. La vinculación entre posible y necesario, es aporte de racionalidad
en pro de acciones concretas más allá de proclamas declarativas o ilusorias. Lo
necesario, es la cruel realidad en que
se estrella la atopia, y que exige no diluirse en ella
Cuando renacen los exegetas de
los valores eternos y los principios inamovibles, un baño de realismo es tan urgente
como una mirada a la historia. Leyendo con interés el pasado, de dónde venimos,
es más fácil dibujar el futuro y tener conciencia de que nada es eterno en
política. Algo que una simple mirada a nuestra alrededor hace tomar conciencia
de ello. Nada es inmutable. Ni relaciones sociales, hábitos, actitudes, fronteras
o comportamientos económicos...
Con cierta malevolencia se
dice que aquel que no se atreve a ser
inteligente, se hace político. Y también ha calado en el ánimo ciudadano que
son demasiados presuntos estadistas vocacionales que la practica profesionalizada de la
política ha degradado convirtiéndoles en “políticos” Gentes que cuanto más
oscuros son los designios que albergan más rimbombante se hace la honorabilidad
de su lenguaje.
Groucho Marx, con su peculiar ironía
define a la política “como el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un
diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Aunque fuera
concebida como ironía encaja tristemente con los modos a que nos ha condenado
la praxis política. Tras una larga vida sin democracia algunos políticos y
algunas de las políticas realizadas, parecieran encaminadas a intentar
demostrarnos que con la democracia no se come. Nada nuevo, pues era de uso
común entre los reaccionarios de los años treinta decir “tenéis hambre, comed
Republica”. Lo dicen quienes manejan los negocios públicos como un cortijo, su
cortijo, cuyo mantenimiento pagan los menos favorecidos, siempre en exclusivo beneficio
de los que consideran superflua la democracia. Gentes a las que esta incomoda
seriamente, porque representa la necesidad de contar con las opiniones ajenas.
Y sobre todo porque pone en valor las energías y criterios de los silentes.
La muestra perfecta es la
práctica política en España. Convertida en un arte complicado, ejercido con soberbia, frustrante
por la corrupción que la asfixia y la incapacidad de gestión demostrada en los
últimos años. Donde una larga travesía del desierto de no previsible final,
muestra con agravio como los que debieran ser alejados del poder por higiene pública,
se mantienen imperturbables, porque frente a ellos solo una cohorte de
sentimientos fracturados y parcelados más atentos a su minifundio ideológico
que al interés común, incoherentes con su prédica, son incapaces de ofrecer
otro horizonte. Ignorando con ello, que corren tiempos de cambio de ciclo. y de
lenguaje. Aferrados con miopía suicida al suceso de las próximas elecciones
ignoran el suceso de las próximas generaciones. Algo que tiene un triste contrapunto.
Gentes que saltan de felicidad cuando gana su partido las elecciones, obviando
que está plagado de corruptos, quizás sin saber que con ello se hacen cómplices
de su destino. Debieran caer en cuenta que quien vota a ladrones, hiciera bien
por economía de esfuerzo, entregarles la llave de su casa, mientras votan
alegremente a los usureros para que los
saquen de su deuda.
Rousseau advierte juicioso, “la democracia perfecta sólo puede existir en una sociedad de ángeles”
La política es un acto de equilibrio inestable entre la gente que ansía
espacios distintos y aquellos que se los niegan. Y en la que cuando crees has
encontrado las respuestas resulta que han cambiado la pregunta. Por ello, cuando
se dice que la política es el arte de lo posible, el subconsciente alerta de la
tentación de creer que más bien es el
arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa, en un
intento de engañar al pueblo un tiempo y si es posible todo el tiempo.
Sería interesante que la política
dejase de ser un laberinto reservado al alcance de presuntos iniciados y fuese llanamente
el arte de lo sencillo, de la
búsqueda por gente normal de soluciones para gentes normales que ansían vivir con sosiego y dignidad. Que la política sea el
arte de encarar los problemas con coraje, enfrentando con optimismo las
dificultades, y asumiendo los logros con humildad. Un espacio limitado en el
tiempo para sus actores. Y donde la corrupción, su menor atisbo, indique la
puerta de la calle al corrupto eliminándolo definitivamente del servicio
público. Donde los partidos sean herramienta, no prepotencia.
La política entendida como arte de lo sencillo. Simplemente, del cumplimiento del contrato social entre electores y
elegibles, sin subterfugios de letra pequeña….
ANTONIO CAMPOS ROMAY
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