Imagen modernista de Reus |
Entre principios del siglo XX y el primer
franquismo, encontramos una serie de figuras del socialismo catalán que hoy
podrían ser referencia para el diario hacer de esta familia ideológica y
política no solo en Cataluña sino en toda España. Salvando, claro está, las
diferencias en los muy distantes contextos históricos, pero prevaleciendo los
valores que animaron a aquellos socialistas como Antoni Fabra Ribas, Rafael
Campalans, Josep Recasens y otros que ha estudiado Maximiliano Fuentes[1].
Fabra Ribas fue un socialista intelectual con
gran proyección internacional, pues parte de su obra la llevó a cabo en París a
la sombra de Jean Jaurès. Se inscribió, en España, dentro de un tipo de
republicanismo federal que hoy está en boca de muchos dirigentes del PSOE y
llevó a cabo una intensa labor periodística en semanarios diversos, tanto
catalanes como franceses, para llegar a ser director de “El Socialista”.
Participó en varios congresos internacionales donde los socialistas de la época
analizaron las causas y consecuencias de la “gran guerra” de 1914, mostrándose
Fabra decididamente aliadófilo, pero dejándose influir también por el
neutralismo que, a la postre, había decidido el gobierno de Eduardo Dato. El
propio Azaña, mucho antes de que llegase a ser una figura conocida, explicó que
la causa fundamental de que España no participase en la primera guerra mundial
fue la impreparación de su ejército, anticuado y politizado por la monarquía,
más allá de que el país estuviese dividido entre aliadófilos y germanófilos.
Fue partidario de “Solidaridad Obrera”,
organización que se inspiró en la
CGT francesa y, por lo tanto, no contó con el apoyo del PSOE
en ello. Estuvo en contacto con Rafael Campalans, cuya formación era menos
humanística y más técnica que la de Fabra, no obstante haber destacado, el
primero, en el campo de la educación y la cuestión social del momento cuando
ya estaban en marcha los proyectos en esta materia de los gobiernos dinásticos,
sobre todo de los conservadores, verdadero punto de arranque de la legislación
social de la dictadura primorriverista (y esto es lo que llevó a Caballero a
colaborar con ella) y de la amplísima llevada a cabo a propuesta del propio
Largo Caballero durante los dos años y medio primeros de la
II República. A tal punto fue importante
que, en algunos aspectos, ni el propio franquismo arrumbó toda aquella
legislación, llegando a nuestros días hasta la regresión que sufre en la
actualidad.
Fabra concibió el socialismo como acción, por
lo que participó en el comité organizador de la huelga de 1909 que daría lugar
a la “semana trágica” de Barcelona, lo que le llevó a exiliarse. Luego haría
una interpretación de dicha huelga como un gran servicio a España, pues
pretendió denunciar el colonialismo, defender los intereses de las familias
menesterosas y la paz; hoy no podemos considerar que aquel hito
contribuyese a convertir a Barcelona y a España en un país moderno, y dos
dictaduras posteriores vendrían a confirmarlo.
Fabra estuvo relacionado con el krausismo, lo
que para la época en la que vivió
(1879-1958) es casi obligado en un intelectual socialista, como es el
caso de Julián Besteiro, Fernando de los Ríos y otros. Ese krausismo estaba
acorde con los aires de regeneración que luchaban por imponerse en la época,
donde encontramos socialistas y no socialistas: Picabea, Costa, Maura,
Canalejas, el propio Primo de Rivera… En su Reus natal, Fabra colaboró en el
periódico “La Justicia Social”,
dirigido por Recasens, por entonces secretario de la Federación Catalana
del PSOE, muy en contacto con el socialismo europeo gracias a Fabra, teniendo
como colaboradores a Gómez de Fabián, Andreu Nin, Núñez de Arenas (el de la
“Escuela Nueva”) y Luis Araquistáin, que con el tiempo se convertiría en mentor
(aunque no siempre) de Largo Caballero.
Campalans, por su parte, fue secretario del
“Consell de Pedagogia” y director de la “Escola Elemental del Treball”: asombra
la enorme actividad –en un medio hostil- que desarrollaron los socialistas de
entonces, máxime si tenemos en cuenta que esto mismo lo vemos en Madrid,
Valencia, Andalucía y otras regiones españolas. Con Núñez de Arenas, García
Cortés, Nin y Recasens, lideró una corriente internacionalista disidente dentro
del PSOE en la medida en que fueron partidarios de la entrada de España en la
guerra de 1914 al lado de los aliados antialemanes. Pero con el tiempo no
dudaron en firmar un manifiesto neutralista y europeísta, defendiendo después
de la guerra una necesaria (a su juicio) radicalización política a favor de la
educación política y cívica, lo que implicaba formar a las masas en la lectura
y la escritura, en la política y en el societarismo, sobre todo en el campo,
teniendo en cuenta que España era un país atrasado económicamente y
desarticulado socialmente en amplios espacios geográficos.
La revolución soviética despertó el interés de
Fabra y Campalans, pero solo en lo relativo al derrumbamiento del zarismo, no
en el modelo que se instauró luego con las checas y la dictadura leninista,
pero el auge e influencia de dicha revolución llevó a Fabra a colaborar con la
“Escuela Nueva” madrileña exponiendo sus ideas sobre la necesidad de una
reforma agraria, la nacionalización de los medios de transporte, las minas y
los embalses hidroeléctricos. También se preocupó del “problema catalán”, que
como hoy en día latía en la política española, siendo partidario –y esto se
sentía también en sectores intelectuales portugueses- de una confederación
liberal “de todos los pueblos de Iberia”.
En tiempos de mudanza, o como poco de
turbulencia, como los que hoy vivimos, bueno sería que viéramos no es la
primera vez que los problemas que nos aquejan estuvieron ya presentes en las
inquietudes de socialistas de otras épocas, catalanes en este caso.
L. de Guereñu Polán.
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