Probablemente habrá que analizar caso por caso, como ha
defendido Fernando Savater, pues no es lo mismo la prisión por
agresiones y violencia, que por la defensa de unas ideas. Distinguir y
matizar es imprescindible. Y conviene no errar en el análisis.
La libertad de expresión está siendo limitada. Los efectos del
terrorismo vasco, una derivada extrema del nacionalismo étnico y del
secesionismo catalán, han llevado a un endurecimiento del Código Penal.
Es una tendencia característica de nuestro tiempo, que da voz y
amplifica el particularismo que exige protección de sus ideas y por
tanto limitación de las ideas contrarias. Ocurre en todo Occidente,
representando un cambio en los valores otrora considerados universales.
Es cierto que más en la teoría que en la práctica.
El secuestro del libro “Fariña”, del periodista Nacho Carretero, que
iba ya por su décima edición, amenaza incluso la supervivencia de la
empresa editorial. Multas y condenas a cantantes por el contenido de sus
letras, a titiriteros o más recientemente el escándalo con la censura a
una obra expuesta en ARCO, muestran el nuevo rostro de la sociedad.
Está por ver que sea posible sostener esa tendencia, contraria a la
apertura de las sociedades posmodernas, pero a corto plazo el reflujo de
las libertades parece inevitable. Naturalmente se hace en nombre de la
protección de derechos de otros.
La retirada de una obra de Santiago Sierra en la feria ARCO es el
caso más flagrante. No media sentencia judicial de protección de ningún
interés particular. Es una decisión autónoma del Presidente del recinto
que acoge la Feria, sin atender a ningún criterio artístico.
Posteriormente la decisión es ratificada entre otros por la
representación de la Comunidad Autónoma de Madrid, mientras la
Presidenta de ésta se deshace en loas a la libertad. Más elegante ha
sido el Ministro de Cultura que al no estar implicado ha podido hablar
con sentido común. Ahora bien, las disculpas de unos y otros no han
restituido la obra a su anterior emplazamiento. Claro que, tratándose de
una Feria, la publicidad gratuita ha permitido la venta inmediata de la
obra censurada. Como estrategia de marketing, magnífica para el autor,
lamentable para IFEMA y las entidades que la han respaldado. Estos
mismos días, autores que forman parte del canon estético de nuestra
época, están sufriendo vicisitudes semejantes en los países vecinos.
No es posible establecer una libertad de expresión irrestricta, que
solo favorecería a quienes tuviesen mayor capacidad de imponer su voz en
el espacio público. Probablemente habrá que analizar caso por caso,
como ha defendido Fernando Savater, pues no es lo mismo la prisión por
agresiones y violencia, que por la defensa de unas ideas. Ni cabe
equiparar el llamamiento al terrorismo en la letra de una canción, un
discurso o cualquier otra forma de expresión, con la libertad de
expresar ideas distintas a las que conforman el canon oficial. Tampoco
es igual el espectáculo teatral irreverente que el pregón antirreligioso
en Carnaval, pagado por el Ayuntamiento de Santiago. Distinguir y
matizar es imprescindible. Y conviene no errar en el análisis, como hizo
la portavoz socialista, la señora Robles, aplaudiendo la decisión de
IFEMA y retractándose a las pocas horas, en una sorprendente falta de
criterio.
El populismo aplaude en todos los casos. La anomia de la sociedad es
un caldo de cultivo extraordinario para las ideas simplistas y para
conseguirla es necesario socavar cualquier consenso social alrededor de
las instituciones, las normas o las prácticas sociales. Y sobre todo
necesita invadir los espacios antes libres de la crispación social, ya
sean las competiciones deportivas, los actos institucionales o las
fiestas populares. No es nada nuevo históricamente. Así actuaron los
totalitarismos en el período de entreguerras para exterminar la
disidencia y afianzar su propio gobierno: la Unión Soviética y Alemania,
desde luego, pero también otros muchos países.
Aunque sea más difícil, los representantes públicos deben de explicar
a los ciudadanos una y otra vez, que la democracia es sólida pero
también frágil. La fuerza de sus instituciones, comenzando por el
Derecho, es mucha, pero carece de fuerza emocional, precisamente lo que
cultivan los populismos. La adhesión a ideas abstractas no es tan
inmediata como a un sentimiento. Necesita un proceso de reflexión, tarea
ineludible para los dirigentes políticos.
José Luís Mendez Romeu
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