jueves, 1 de marzo de 2018

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN ESTÁ EN CRISIS EN ESPAÑA

Probablemente habrá que analizar caso por caso, como ha defendido Fernando Savater, pues no es lo mismo la prisión por agresiones y violencia, que por la defensa de unas ideas. Distinguir y matizar es imprescindible. Y conviene no errar en el análisis.
La libertad de expresión está siendo limitada. Los efectos del terrorismo vasco, una derivada extrema del nacionalismo étnico y del secesionismo catalán, han llevado a un endurecimiento del Código Penal. Es una tendencia característica de nuestro tiempo, que da voz y amplifica el particularismo que exige protección de sus ideas y por tanto limitación de las ideas contrarias. Ocurre en todo Occidente, representando un cambio en los valores otrora considerados universales. Es cierto que más en la teoría que en la práctica.
El secuestro del libro “Fariña”, del periodista Nacho Carretero, que iba ya por su décima edición, amenaza incluso la supervivencia de la empresa editorial. Multas y condenas a cantantes por el contenido de sus letras, a titiriteros o más recientemente el escándalo con la censura a una obra expuesta en ARCO, muestran el nuevo rostro de la sociedad. Está por ver que sea posible sostener esa tendencia, contraria a la apertura de las sociedades posmodernas, pero a corto plazo el reflujo de las libertades parece inevitable. Naturalmente se hace en nombre de la protección de derechos de otros.
La retirada de una obra de Santiago Sierra en la feria ARCO es el caso más flagrante. No media sentencia judicial de protección de ningún interés particular. Es una decisión autónoma del Presidente del recinto que acoge la Feria, sin atender a ningún criterio artístico. Posteriormente la decisión es ratificada entre otros por la representación de la Comunidad Autónoma de Madrid, mientras la Presidenta de ésta se deshace en loas a la libertad. Más elegante ha sido el Ministro de Cultura que al no estar implicado ha podido hablar con sentido común. Ahora bien, las disculpas de unos y otros no han restituido la obra a su anterior emplazamiento. Claro que, tratándose de una Feria, la publicidad gratuita ha permitido la venta inmediata de la obra censurada.  Como estrategia de marketing, magnífica para el autor, lamentable para IFEMA y las entidades que la han respaldado. Estos mismos días, autores que forman parte del canon estético de nuestra época, están sufriendo vicisitudes semejantes en los países vecinos.

No es posible establecer una libertad de expresión irrestricta, que solo favorecería a quienes tuviesen mayor capacidad de imponer su voz en el espacio público. Probablemente habrá que analizar caso por caso, como ha defendido Fernando Savater, pues no es lo mismo la prisión por agresiones y violencia, que por la defensa de unas ideas. Ni cabe equiparar el llamamiento al terrorismo en la letra de una canción, un discurso o cualquier otra forma de expresión, con la libertad de expresar ideas distintas a las que conforman el canon oficial. Tampoco es igual el espectáculo teatral irreverente que el pregón antirreligioso en Carnaval, pagado por el Ayuntamiento de Santiago. Distinguir y matizar es imprescindible. Y conviene no errar en el análisis, como hizo la portavoz socialista, la señora Robles, aplaudiendo la decisión de IFEMA y retractándose a las pocas horas, en una sorprendente falta de criterio.
El populismo aplaude en todos los casos. La anomia de la sociedad es un caldo de cultivo extraordinario para las ideas simplistas y para conseguirla es necesario socavar cualquier consenso social alrededor de las instituciones, las normas o las prácticas sociales. Y sobre todo necesita invadir los espacios antes libres de la crispación social, ya sean las competiciones deportivas, los actos institucionales o las fiestas populares. No es nada nuevo históricamente. Así actuaron los totalitarismos en el período de entreguerras para exterminar la disidencia y afianzar su propio gobierno: la Unión Soviética y Alemania, desde luego, pero también otros muchos países.
Aunque sea más difícil, los representantes públicos deben de explicar a los ciudadanos una y otra vez, que la democracia es sólida pero también frágil. La fuerza de sus instituciones, comenzando por el Derecho, es mucha, pero carece de fuerza emocional, precisamente lo que cultivan los populismos. La adhesión a ideas abstractas no es tan inmediata como a un sentimiento. Necesita un proceso de reflexión, tarea ineludible para los dirigentes políticos.

José Luís Mendez Romeu

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