Felipe Sandoval, un asesino al servicio de la CNt |
Después de lo mucho que se ha investigado y
sabido sobre las condiciones en que se desarrolló la guerra civil española de
1936, quizá hubiera sido mejor que triunfase el golpe de estado militar y se
hubiesen ahorrado cientos de miles de víctimas entre muertos, mutilados,
torturados, traicionados, violados, vejados y demás oprobios.
Es cierto que esto solo se puede decir ahora y
era impensable en el momento de los acontecimientos, pues los partidos
democráticos y el movimiento obrero organizado no estuvieron dispuestos a
dejarse arrasar por los militares golpistas y los intereses que representaban.
Si tenemos en cuenta que se produjeron unos 200.000 muertos en la retaguardia,
es decir, lejos de los frentes de batalla (donde se contabilizan unos 300.000),
esta fue una guerra en la que la polarización y el odio hicieron más estragos,
en términos relativos, que las bombas, los aviones y la artillería en general.
Aún aceptando que el Gobierno republicano tuvo
que hacer frente a los golpistas, ojalá no se hubiese servido de la ayuda
soviética, pues ello perjudicó a la República española diplomáticamente y los agentes
soviéticos en España cometieron más crímenes que ayuda prestaron a los
milicianos. Estos, mientras no fueron integrados en el ejército regular (primeros
meses de 1937) demostraron una gran valentía, pero nula preparación para la
guerra, provocando muertes innecesarias ante un enemigo asociado con el
fascismo europeo.
Solo teniendo en cuenta al siniestro Orlov, que
no tuvo inconveniente en cometer cuantos crímenes fuesen necesarios para
satisfacer a Stalin, la vida en la retaguardia republicana se hizo
irrespirable. Pero no fue el único, sino que el Partido Comunista de España,
por medio del cual se canalizó la ayuda soviética a la República española,
persiguió al POUM hasta la aniquilación, a los anarquistas hasta el paroxismo,
dividiéndose estos entre dirigentes y partisanos, inobedientes a cualquier
lógica de guerra, desperdiciando recursos y vidas innecesariamente.
Las divisiones en el seno del Partido
Socialista tampoco ayudaron: la oposición a Largo mientas fue jefe del Gobierno
(septiembre del 36, mayo del 37), la oposición a Negrín mientras fue jefe del
Gobierno hasta el final de la guerra, el derrotismo realista de Prieto, las
defecciones de personajes como Santiago Carrillo y José Cazorla, la falta de
escrúpulos de personajes como Serrano Poncela, la existencia y brutalidad de
las checas, sobre todo las comunistas y anarquistas en Madrid (al menos hasta
principios de 1937), los sucesos de Barcelona en mayo de 1937 donde la Generalitat y los
comunistas se enfrentaron a los trostkistas y anarquistas como si en frente no
hubiese un enemigo peor que era el fascismo, las continuas luchas de poder e
ideológicas en el seno de las fuerzas obreras y republicanas, los esfuerzos que
tuvieron que hacer personajes como Melchor Rodríguez (anarquista), Manuel de
Irujo (nacionalista vasco) y Juan Negrín, por citar solo a unos pocos, para que
no se asesinara a indefensos, para que no hubiese sacas, para que no se
asaltasen las cárceles repletas de católicos, militares, fascistas y
derechistas en general, ponen de manifiesto que la guerra no podía ser ganada
por la Republica
española.
Ya con la derrota sobre las espaldas, en torno
a los años 1945 y 1946, importantes dirigentes socialistas plantearon la
necesidad de dar la batalla en el campo diplomático para que las potencias
obligasen a Franco a un plebiscito sobre monarquía o república con la sola
condición de que una u otra fórmula fuesen democráticas. Pero personaje tan
poco sospechoso de contemporizaciones como Largo incluso expuso que la
restauración de la democracia en España no podía ser sobre la base de volver a la
II República, sino de otro régimen nuevo,
republicano o no.
Es bien sabido que en los territorios
controlados por los militares golpistas los crímenes y asesinatos fueron mucho
más numerosos aún que en la zona republicana, pero aquello no hace buenos los
de comunistas, anarquistas, chequistas y otros grupos más o menos indefinidos.
Hoy se sabe que la CNT
y la FAI estaban
penetrados de un sinnúmero de delincuentes comunes de una crueldad infinita,
que los comunistas actuaban a las órdenes de Moscú, que estuvieron divididos
entre ellos y que se traicionaron varias veces. Se sabe que en un bando y otro
la mujer fue doble víctima –una vez más- al sufrir violaciones casi sistémicas,
vejaciones horribles, y que niños y ancianos no gozaron de consideración sobre
todo en manos de falangistas y cenetistas.
Los casos de Madrid y Barcelona fueron terribles;
los bombardeos franquistas (pero también republicanos) sobre población civil
fueron repetidos y en ocasiones trágicos, lo que avivaba el odio contra la
quinta columna de la que hablara el general Mola. Matanzas como la de
Paracuellos y Torrejón, en las que estuvieron implicados –ya no hay duda-
Santiago Carrillo, Cazorla y Serrano Poncela, además de agentes soviéticos, con
la colaboración de anarquistas y delincuentes comunes, no tienen nombre. Como
no lo tienen las matanzas de los franquistas en Badajoz, en Toledo, en los
Santos de Maimona, en Cádiz y la provincia de Sevilla, en la carretera de
Málaga a Almería, en Burgos, en Vigo (Lavadores), en Salamanca, en Aragón, en
Guernica… ¿Para que seguir? La única diferencia está en que las órdenes para
matar venían de las autoridades en el bando franquista; de la ira popular en el
republicano, con las salvedades de los nombres antedichos y la del ministro de la Gobernación republicano,
Ángel Galarza, pues está comprobada su autorización para fusilamientos sin
juicio previo.
En relación a las matanzas de Paracuellos,
durante todo un mes (noviembre-diciembre de 1936) ¿no se enteró en ese tiempo
el Presidente de la Junta
de Defensa, general Miaja? ¿No se enteró el Gobierno republicano en Valencia?
Siendo comisario de orden público en Madrid Santiago Carrillo ¿no se enteró
durante un mes? El mismo día en que le nombraron comisario de orden público,
ese mismo día se afilió al Partido Comunista de España, traicionando su
compromiso con el PSOE (posiblemente fue un topo de aquel en este).
Lástima da leer como García Oliver, ministro de
Justicia republicano (y criminal en potencia) va a Barcelona en mayo del 37
para aplacar la ira de los anarquistas (sus correligionarios) y le desobedecen…
No hubo disciplina, no hubo altura de miras, no hubo verdadera conciencia de lo
que el país se jugaba. Cuando termina de caer el norte en septiembre del 37,
cuando los sublevados llegan a Vinaroz ¿no estaba ya la guerra perdida para la República?
Si los golpistas hubiesen triunfado a mediados
de julio del 36 y no hubiese habido guerra, y se hubiese establecido una
dictadura militar y fascista en España (al fin se impuso y la sufrimos) ¿no
hubiese unido su suerte al fascismo europeo y hubiera seguido su misma derrota?
¿Alguien cree que si a la Unión Soviética
le interesara salvar a la
República española del fascismo no tenía fuerza para
conseguirlo? Stalin estaba en otra cosa, no en salvar a la República. ¿Para que
luchar entonces sino para colmar las aspiraciones de justicia y libertad de
muchos españoles? Pero otros muchos se entregaron al odio, al sectarismo y al
crimen… Lo pagamos caro.
L. de Guereñu Polán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario