En un artículo anterior hemos analizado el sistema electoral español, y
las posibilidades de reforma a la vista de la Constitución de 1978, ampliemos
el campo a algo más general.
A raíz de la iniciativa de parte de los partidos de la
oposición, en los medios de comunicación, en las charlas de café y por
tertulianos y expertos varios las ocurrencias sobre lo que hay que modificar
para obtener algo “mejor” abundan. Pero lo que no abunda son los conocimientos
reales de los efectos de las ocurrencias, sobre las ventajas e inconvenientes
que cada modificación aporta. Desde un modesto conocimiento intentaré aportar
algunos datos.
Los objetivos de cualquier sistema electoral son, o deberían ser, lograr
una representación política que mándate o delegue en los electos las decisiones de gobierno,
que los semejantes sociológicos de los distintos estamentos y clases tengan
garantizada su participación en esas
decisiones, y que alguien asuma el ejercicio de la voluntad más general.
En las democracias modernas el pueblo designa, con matices, a sus
gobernantes tanto del Poder Legislativo como del Poder Ejecutivo. En unos pocos
sistemas parte del Poder Judicial también pasa por procedimientos de elección.
Como en todos los temas de relaciones sociales y de defensa de intereses, los
parlamentos y gobiernos democráticos operan sobre complejos y delicados
equilibrios.
Los sistemas actualmente vigentes actúan basándose en principios: de
representación proporcional, de representación mayoritaria a dos vueltas o de
representación mayoritaria a una vuelta. Y en: La distribución por zonas
electorales o circunscripciones territoriales, la forma y configuración de las
candidaturas., los tipos de votación, los métodos de asignación de escaños.
Todos y cada uno de los
factores y variantes posibles sobre las bases anteriores impacta en los
resultados finales y aporta ventajas e inconvenientes que van a satisfacer
objetivos diferentes. Por ello es frecuente la introducción de correctores
tanto del principio como del factor elegido en cada uno de los pasos,
correctores que a su vez complican el resultado al favorecer unos objetivos y
perjudicar a otros.
El principio con mayor aplicación actual es el de representación proporcional,
normalmente con correctores que intentan primar la estabilidad; ya que este
principio, en apariencia el más “justo”, si se aplica directamente, conduce a
la fragmentación de los parlamentos y hace difícil conseguir mayorías de
gobierno estables. Durante muchos años
Italia fue el ejemplo de esto. El sistema español es proporcional
corregido, pero este tipo, salvo excepciones, obliga a acuerdos
post-electorales que otorgan un gran peso a las minorías de bloqueo. Recientemente
en Alemania se ha buscado una fórmula que han calificado de “representación
proporcional personalizada” con un doble voto por elector uno “ad personan” con
adjudicación directa de escaño, y otro a lista y adjudicación mediante la fórmula
Sainte-Laguë. (Se aproxima bastante al sistema español para el Senado, si
sustituimos la lista federal por las de elecciones autonómicas)
El principio mayoritario a una vuelta elimina prácticamente a las minorías
y deviene casi inevitablemente en dos grandes partidos hegemónicos. USA o Reino Unido son ejemplo.
El mayoritario a dos vueltas obliga a acuerdos pre-electorales entre
partidos ideológicamente afines y demanda como complemento unas
circunscripciones unipersonales, es el caso de Francia, tiende a
disminuir el peso de las minorías.
A nadie se le oculta que la geografía de las circunscripciones es decisiva
en el balance final de resultados, una excesiva fragmentación prima a las minorías y el agrupamiento territorial
prima el peso del censo, además el diseño permite al legislador neutralizar o
primar la ideología preponderante en determinadas zonas, a veces con resultados
muy diferentes a los calculados, cualquier proceso electoral, verdaderamente
democrático, se suele conocer muy aproximadamente como va a empezar , pero
nunca como va a desarrollarse y terminar.
La forma y configuración de las candidaturas influye sobre todo en el grado
de control de los partidos sobre los electos. Pero también produce efectos
extraños, una lista abierta y bloqueada hace que estadísticamente resulten
eliminados los más conocidos de la lista (se probó en las segundas elecciones
sindicales españolas), las listas cerradas
favorecen a los aparatos de los partidos, el voto personalizado tipo alemán
permite el fichaje y presentación de personas populares ajenas a las
militancias, etc.
Los tipos de votación, en lista única o listas por partido impactan en el
resultado, por ejemplo en la lista única el orden alfabético influye muy notablemente,
fue el caso inicial del Senado español, el simple orden de presentación también,
cuando el voto puede ser nominalmente a varios candidatos simultáneamente.
El método de asignación de escaños tampoco es inocuo cuando las
circunscripciones son plurinominales, el
más extendido es el conocido como método D’Hont (divisores 1,2,3,4,5,…), ahora está
en candelero el de Sainte-Laguë (divisores 1,3,5,7,….,) que en los sistemas
proporcionales prima a los mayoritarios, más en el primer caso que en el
segundo, en especial si el listado no supera los 6 o 7 candidatos.
Los porcentajes mínimos filtran el acceso a las asambleas de las nuevas
formaciones y de muchas minorías, etc. en el caso de sistemas proporcionales
los más usados son el 3% (Elecciones Generales españolas) y el 5% (Alemania y
muchas CCAA). En el caso de sistemas mayoritarios a dos vueltas las fuerzas
minoritarias se eliminan si no superan determinados
requisitos, por ejemplo en Francia ,y de forma muy extendida, para las
presidenciales en muchos países, solo pasan a segunda vuelta los dos primeros,
en otros países es la distancia entre los resultados en primera vuelta (p/e si
son inferiores al 10% con el primero), para las legislativas se suele exigir un
porcentaje mínimo (en Francia el 12,5%) , o directamente la segunda
vuelta es solo entre los dos primeros (Hungría). En todos los casos si en
primera vuelta un candidato supera el 50% no hay una segunda.
Para todos los efectos indeseados es posible encontrar formulas
correctoras, por lo que las variantes de
todo lo anteriormente expuesto supondrían una larga lista, pero si ya resulta
complejo el estudio de los efectos más directos, para analizar las segundas y
terceras influencias hace falta mucha más literatura, más propia de una tesis
doctoral que de un pequeño articulo.
Conclusión: Ningún sistema es perfecto desde el punto de vista democrático,
y todos serán, inevitablemente criticables, no siempre de forma objetiva, ya
que esa crítica estará filtrada por los criterios defendidos por quién la haga.
ISIDORO GRACIA
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