Esto es lo que puede ser la gran movilización
del pasado día 8 de marzo (me pilló en Madrid y vi el gentío como pocas veces)
si no hay un cambio de gobierno en España cuanto antes (no se prevé) y no se
complementa con una verdadera lucha contra los principales responsables de la
discriminación de la mujer en el mundo del trabajo: los empresarios. Hay que
tener en cuenta que muchos de ellos no lo son realmente, sino más bien patronos
al estilo del siglo XIX. Sobre ellos no he oído denuncias, quizá ocultas por la
tontería de que el movimiento feminista es transversal y no debe politizarse.
La lucha contra la discriminación de la mujer es un problema político y
necesita respuestas políticas (en el Parlamento y en la calle) porque es un
asunto público.
En primer lugar, y salvando la época de las
sufragistas, el feminismo ha estado ligado siempre a la izquierda y a
movimientos progresistas y transformadores. La derecha lo ha combatido en cada
momento como le ha parecido mejor, y solo ahora dice que no es justo se
discrimine a las mujeres. El Presidente del Gobierno de España dijo hace unos
días que en la brecha salarial entre hombres y mujeres era mejor no meterse,
otros dirigentes del Partido Popular han dicho que la huelga del 8-m ha sido
planteada para erosionar al Gobierno, etc.
En cuanto a la huelga creo que debemos ser
certeros: la planteada por el movimiento feminista no ha triunfado sino en
algunos sectores públicos (enseñanza, por ejemplo, donde es fácil al contarse
con la entusiasta colaboración de los alumnos) y sí pudo haber tenido cierto
éxito la planteada por los sindicatos de parar dos horas. Podríamos estar ante
otro ciclo movilizador como el de hace unos años si se unen las
reivindicaciones por la igualdad a favor de la mujer con las justas reclamaciones
de los pensionistas.
Pero no nos engañemos: la izquierda está
desunida en el Parlamento y el Gobierno sigue haciendo de las suyas en minoría.
Llegará el momento en que las gentes se pregunten como es posible esto, y no
quedará más explicación que recordar la grave responsabilidad que la izquierda
en su conjunto está teniendo. El Gobierno (al tiempo me remito) no va a hacer
políticas de conciliación familiar porque ha de dar contento a los empresarios;
no va a implementar la inspección de trabajo porque este mundo no está entre
sus prioridades, como no va a reconocer el derecho de las mujeres pensionistas
a un pago justo porque no lo va a hacer ni con los hombres. En esto, el
Gobierno de España cumple exquisitamente con la igualdad: tratar mal a nuestros
mayores sin miramientos.
En el plano legislativo, por lo tanto, queda
mucho por hacer y este Gobierno no lo va a hacer (ya hemos visto como se
encuentra la oposición). El papel que debe jugar la educación se verá mermado
porque el Gobierno (como se puso de manifiesto estos días) no está dispuesto a
dotar al “pacto” de lo recursos necesarios: reformas sin dinero, en materia tan
delicada, no son reformas. Ello ha motivado que socialistas y otros abandonasen
la comisión correspondiente, por considerar que el Gobierno la ha planteado
como una tomadura de pelo más.
Leí hace unos meses que la violencia de género
obedece a una sociopatía que no está suficientemente estudiada, por lo que no
seré yo el que intente desentrañar causas y medios para combatirla. Tengo el temor
de que hayamos de convivir con ella durante algún tiempo (ha existido siempre)
y cabe desear que las mujeres denuncien con más frecuencia los casos de acoso y
violencia que sufran.
Falta, en todo esto, el análisis de clase: no
son lo mismo las mujeres pobres, la miríada de ellas que tienen rentas bajas y
sostienen familias menesterosas, que las mujeres patricias, las bien situadas y
que incluso tienen comportamientos machistas como no pocos varones. ¿O me van a
decir a mí que la señora Botín sufre la misma opresión que la barrendera de mi
barrio? Las mujeres, en su conjunto, no forman una clase; entre entras hay
clases sociales como entre los hombres, por lo que es a la mayoría de las
mujeres a las que hay que tener en cuenta, no a las que se prestan a que las
cosas sigan como están.
Las cadenas de televisión incurren con no pocos
programas (dirigidos por mujeres) en un machismo aberrante: chicos y chicas se
dicen bobadas con la intención de idiotizar a los oyentes y enriquecer a los
dueños de las cadenas. El mismo día 8-m, en medio de un programa informativo
sobre el feminismo, se interrumpió el programa para la publicidad: un joven
apolíneo y casi desnudo se perfumó y apareció sorpresivamente ante un conjunto
de mujeres que, al verlo, se desmayaron al unísono (rendidas ante el macho). El
anuncio –huelga decirlo- financiaba el programa.
La prostitución ha existido siempre y es de una
dificultad extraordinaria combatirla, pero hay países que tienen políticas muy
interesantes de penalización al varón que paga por prostituir a mujeres (o a
varones). ¿Qué es eso de “trabajadoras sexuales”? Tras esta expresión está la
figura del proxeneta que se queda con las plusvalías de la explotación femenina
(o masculina). La prostitución no puede ser considerada como un trabajo
convencional; es una lacra que se sustenta en el machismo más antiguo, antes
incluso de que existiese conciencia de tal concepto. Los periódicos publican
anuncios sobre mujeres que se ofrecen a los hombres (o a otras mujeres) para acrecer
sus ganancias. No ser papanatas, en tema tan serio, es fundamental. Caer en
espejismos puede ser peligroso y hacer todo el camino andado, inútil.
L. de Guereñu Polán.
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