Ciertos sectores de la sociedad española, pero
sobre todo la derecha política y sus acompañantes, hablan de “golpe de estado”
refiriéndose a la grave infracción de la ley por parte de los independistas
catalanes. Veamos.
Un golpe de estado fue el que protagonizó
Bonaparte contra la
Constitución francesa en noviembre de 1799, valiéndose tanto
de su preeminencia militar como de la colaboración de otros altos cargos del
Estado. También fue un golpe de estado el que protagonizó su sobrino Napoleón
III a finales de 1851 desde una posición de fuerza y valiéndose del apoyo del
ejército para violar la
Constitución en vigor. También Pilsudski en Polonia, en 1926,
dio un golpe de estado valiéndose del ejército y aprovechando la inestabilidad
política que vivía su país. Como golpe de estado fue el de Primo de Rivera,
desde Barcelona, casi tres años antes, donde no se conoce un solo oficial que
se opusiese al mismo. El rey Alejandro I abolió la Constitución
ilegalmente en 1926, dando con ello un golpe de estado que sufrieron croatas,
serbios y eslovenos, además de las comunidades que, a partir de 1929 pasaron a
constituir Yugoslavia.
Un golpe de estado lo pretendió, sin
conseguirlo, el general Sanjurjo en España (1932) dando con ello muestra de que
la derecha española no estaba dispuesta a acatar el primer régimen
verdaderamente democrático. Tampoco triunfó el golpe de estado dirigido por el
general Mola en 1936 y al que se sumaron Goded, Queipo, Cabanellas, Aranda,
Varela, Franco y otros, llevando al país a una guerra civil cuyas consecuencias
aún padecemos hoy. También la OAS,
contraria a la independencia de Argelia, pretendió un golpe de estado contra la
legalidad francesa en 1958, dando con ello ocasión al nacimiento de la
V República francesa.
¿Qué tienen que ver todos estos golpes de
estado con lo ocurrido el pasado año en Cataluña, donde su gobierno y la
presidencia del Parlamento infringieron gravemente la ley como se infringe
diariamente salvo por la gravedad de los hechos? Los jueces dirán si se trata
de un caso de alta traición, rebelión, sedición u otros delitos, pero en ningún
caso han hablado de golpe de estado, sencillamente porque no hubo tal ni en
grado de tentativa. No quisieron las autoridades catalanas transformar la
legalidad española, sino apartarse de ella constituyendo un estado separado de
España. No tenían ni los apoyos sociales necesarios ni el reconocimiento
internacional ni la legitimidad para hacerlo (sí para desearlo y predicarlo).
La derecha española ha sufrido de catalanofobia
desde el siglo XIX, como cierto nacionalismo catalán ha tenido un odio especial
a España. En este último caso se trata de minorías mientras no se demuestre lo
contrario, en el primero sobran los ejemplos: Antonio Maura y ciertos sectores
del conservadurismo español del primer cuarto del siglo XX, Primo de Rivera,
que cometió el error de anula la Mancomunidad catalana (contó no obstante con el
apoyo de la burguesía para reprimir al movimiento obrero en Cataluña), Martínez
Campos con anterioridad, y luego las organizaciones agraristas castellanas que
veían en la prosperidad industrial catalana una competidora peligrosa.
El sentimiento de superioridad de Cataluña en
el conjunto de España se manifestó ya en Prat de la Riba y Vicenç Ballester, pero
no así en Francesc Cambó, que quizá fue el representante de la burguesía
catalana que mejor encarnó el papel que Cataluña debía jugar para influir en la
política española. En el nacionalismo de Esquerra hay ejemplos de hispanofobia
durante la II República
y antes (Macià, los hermanos Badía) y ahora se ha manifestado con plenitud
irracional no solo entre las masas independentistas sino entre dirigentes
políticos (Mas, Torra, Puigdemont, Torrent y otros). Pero una cosa es odiar,
despreciar, y otra dar golpes de estado, para lo cual o se dispone de una
fuerza militar o no hay manera (incluso cuando esta fuerza militar no ha sido
necesario utilizarla).
L. de Guereñu Polán.
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