viernes, 7 de septiembre de 2018

Arabia y las bombas


Una guerra civil que desangra a Yemen, una coalición en la que está Arabia Saudí y en contra la potencia regional de Irán… Este es el fondo en el que se produce la intervención, indirecta, de la industria armamentística española, que tiene su principal cliente en el conflicto a Arabia Saudí. Solo el anuncio por parte de alguna voz autorizada del Ministerio de Defensa español, de que este no vendería varios cientos de bombas a Arabia, para no alimentar los ataques sobre la población civil yemení, ha hecho que los trabajadores de Navantia, empresa pública española, salgan a la calle para decir que con esta política corren peligro los contratos que la empresa tiene con la dictadura feudal saudí.

¿En qué quedamos? ¿Deben prevalecer las vidas humanas o los puestos de trabajo de los que fabrican para la exportación? Si la respuesta fuese tan fácil como parece no habría problema, pero la respuesta es mucho más difícil porque también la pregunta debe de ser planteada en otros términos. En primer lugar, si España no vende las bombas a Arabia lo hará otro país, con lo que las vidas de la población civil yemení seguirán corriendo un peligro cierto. Tampoco se puede asegurar –como anuncian los trabajadores de Navantia- que no vender bombas a Arabia por parte de España vaya a significar la cancelación de los contratos navales que existen entre esos dos estados. Por otra parte, las bombas en litigio no son más que una pequeña parte del material de guerra que España vende al estado feudal (es el único del mundo en el que el nombre se corresponde con el de la dinastía reinante).

El movimiento sindical –si es que las protestas de los trabajadores están dirigidas por los sindicatos- no puede dejar de contemplar la complejidad del problema: las guerras existen independientemente de la voluntad de los pacifistas, de la población civil y de la mayor parte del mundo, que no se beneficia de ellas. Si las guerras existen tendrá que ser la diplomacia la que prime a la hora de dar solución a un conflicto que la ONU ha calificado como el más grave en el momento que padece el mundo. Los intereses de los obreros de Navantia, como los de cualquier otra empresa, no se pueden imponer a la diplomacia, que puede acordar un alto el fuego –se cumpliera luego o no- y afectar a las necesidades armamentísticas de los contendientes. Los trabajadores de Navantia, como cualesquiera otros, no viven ajenos al mundo, sino inmersos en él y sujetos a los vaivenes de decisiones que se puedan tomar y afectarles. Si estas decisiones van en la dirección de no contribuir a la muerte de población civil ¿quién las puede discutir?

De hecho, las exportaciones españolas a Arabia Saudí ya cayeron el pasado 2017 un 4%. ¿Podrán protestar por ello los exportadores españoles de vehículos y material para vías férreas, productos farmacéuticos, material eléctrico, hierro y acero, cerámica y la más diversa maquinaria? España va a seguir vendiendo y comprando productos a y desde Arabia Saudí por la sencilla razón de que Arabia necesita los productos que España le vende. De ello se ocuparán bien los productores y los diplomáticos españoles. Harían bien los trabajadores de Navantia en ser más solidarios (con los yemeníes y con los demás españoles en particular) si quieren que esa solidaridad también pueda ser disfrutada por ellos cuando la necesiten. Entretanto, la derecha ya ha salido diciendo que está con los trabajadores... ¡Ja!

Por si fuera poco el aparentemente alocado asunto, ciertas noticias hablan de que el Gobierno de España podría cambiar su decisión y vender, a la postre, las bombas que caerán sobre la población civil yemení en las próximas semanas. Si no fueran las bombas españolas serían las francesas o las de cualquier otro país, pero al menos podríamos tener la satisfacción de que nuestro país no habría contribuido a la masacre que se prolonga ya durante años. Cuando los trabajadores de Navantia argumenten con todas las piezas del puzle sobre la mesa serán creíbles; mientras lo único que les preocupe sean sus puestos de trabajo, que parecen garantizados con una carga de millones de horas solo con el estado feudal citado, dichos argumentos sonarán a un egoísmo muy poco edificante y contrario a la legendaria y ejemplar historia del movimiento sindical.

L. de Guereñu Polán.

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