Hace diez y siete años propuse en
el primer claustro del curso, en el Instituto donde me encontraba destinado,
que dicho claustro aprobase una resolución de apoyo a una profesora de religión
católica que había sido expulsada por el obispo por haberse casado con un hombre
divorciado. La resolución propuesta contemplaba hacer público mediante la
prensa, radio y televisión el acuerdo al que se pudiese llegar. Hubo un pequeño
debate en el que cierta izquierda de café puso por delante su oposición a que
la enseñanza de la religión estuviese en los currículos de enseñanza, lo que no
tenía nada que ver con mi propuesta. La derecha, católica o no, se dividió
según se tratase de los que querían defender la decisión del obispo o los que
ponían por delante los derechos de la profesora. Otra izquierda claustral votó
mi propuesta con un elevado número de abstenciones, saliendo aprobada… pero la
Dirección del Instituto no envió a los medios el acuerdo adoptado, por lo que
no tuvo el efecto deseado.
La profesora se llama Galera Ramos,
ahora el Tribunal Supremo le ha dado la razón y ha condenado al Estado y al
obispo de Almería a pagarle los atrasos desde el año 2012 hasta que dicha
profesora vuelva a ser contratada, a lo que están obligados el Estado y el
obispo de Almería, en el colegio privado de donde fue expulsada.
El obispo inquisidor quizá creyó
que podía inmiscuirse en la vida privada de la profesora, como hacen todos los
clérigos católicos cuando reciben en confesión a sus fieles. No sé si el obispo
actuaría igualmente en el caso de que la profesora hubiese contraído matrimonio
con un negro, un musulmán o un chino, pero lo cierto es que el Tribunal
Supremo, con un retraso record, le ha quitado la razón al inquisidor. Lo del
negro porque el color quizá sea reflejo de su alma, lo del musulmán porque
podría influir en la fe inmaculada de la profesora, y lo del chino porque, teniendo
en cuenta el refrán “trabajar más que un chino” representaría no respetar el
descanso dominical. El obispo, quizá, deba rendir cuentas ahora al Altísimo.
La Iglesia católica tiene
esparcidos por el mundo a una serie de personajes que en nada se parecen a lo
que representa, hoy, el papa Francisco, a quien juzgo con todas las
limitaciones de quien está en un avispero difícil de gobernar. La Curia por un
lado con sus privilegios, los cardenales en su opulencia, los obispos con el
derecho canónico por bandera, sus jurisdicciones sacrosantas, y los curillas
pelotas haciéndoles el juego. Nada que ver con la Iglesia misionera que, en
tantos casos, ha dado muestra de una abnegación y ejemplo extraordinarios,
independientemente de la fe que uno tenga.
¿Qué tendrá que ver que una señora
(o señor) estén casados o solteros, con un divorciado o con un homosexual, con
un gordo o una flaca, para ser o no responsables en el ejercicio de su función
docente. Ya sé que no debiera existir una disciplina de Religión católica en
los centros públicos (el de la profesora represaliada es privado) pero si
existe, respétense los derechos de todos los profesores mientras la ley no diga
lo contrario. Y el obispo de turno, por muy santón que aparente, también debe
respetarla, pues no está al amparo del Espíritu Santo por mucho que el
purpurado se lo crea.
El artículo 16.3 de la
Constitución española, que fue una concesión de la izquierda a la derecha a
favor de la concordia que se deseaba para la transición política, no ha sido
tan pernicioso como los acuerdos Estado-Iglesia de enero del año 1979, que
conceden a esta unos privilegios inadmisibles, pero que ningún Gobierno ha
denunciado. Va siendo hora…
Mis felicitaciones a doña Galera
Ramos, mi condena (solo dialéctica) al obispo don Rosendo Álvarez, el obispo
inquisidor. Lo curioso es que el colegio religioso almeriense tiene por nombre
el de Ferrer Guardia, pedagogo anarquista víctima de la brutalidad
gubernamental en 1909. Si el nombre dado al colegio fuese en reparación a
aquella injusticia, mis felicitaciones al mismo.
L. de Guereñu Polán.
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