Resulta patético que toda
la iniciativa ultra-conservadora pivote en enlodar la vida política. Cuando
gobernaban nos sorprendían cada día con un indecente rosario de corrupciones
que avergonzaban a la ciudadanía al tiempo que la despojaban de sus derechos y
dineros. Ahora acumulan despropósitos y bilis al verse desplazados de los que
consideran su hábitat por derecho divino.
En los cien días del
gobierno surgido de la indignación general ante la degradante deriva de la
coalición de facto entre Rajoy y Rivera, y desde el mismo momento que M punto Rajoy
disipó los vapores de la larga tarde de vino y rosas en que se votaba su
destitución, comenzaron los ataques al nuevo ejecutivo.
Se exige a este
gobierno en cien días, lo que parecería un exceso demandar a la Virgen de Fátima. Y en
medio hubo de afrontar dos lamentables casos, de cariz distinto, resueltos con
ejemplar coherencia en pocas horas. Es indescriptible el odio mediático que se
desata contra el ejecutivo, especialmente, cuando tras superar las lógicas
diferencias, asoman espacios de entendimiento con con la otra gran fuerza de la
izquierda, Podemos. O se advierten horizontes plausibles y sensatos para
abordar el dialogo con Cataluña.
Se desboca trastornada
la razón. El abc de la indecencia se hace maquina. El mundo de las paranoias,
muestra que le falta un tornillo. Suenan 13 truenos venenosos en TV, llamando a
rebato el cascabel. Maúlla el gato al ver el agua. Definido como tal por el Sr.
Del Olmo, “el terrorista de las ondas”, desayuna goma 2…y suma y sigue…
La pieza la señala
Rivera, en sesión congresual, en cómplice anuencia con la Sra. Pastor,
presidenta de la Cámara. De forma trapacera cambia su pregunta parlamentaria
para enlodar el debate poniendo en duda la honorabilidad del presidente y de su
currículo académico. Quizás necesita desfogar sus complejos por quedar en fuera
de juego en la moción de censura, o por sentirse desairado por el socio al que
sirve diligente, y que le copa de forma sustancial su espacio de derecha radical.
O quizás por ver como por momentos se caen las plumas de su currículo tan
inconsistente como variable.
Andan señoras y señores
de esa blanca doble que es la derecha, en total batahola con el ejecutivo.
Mientras entonan su letanía de amor a la Constitución, lo tachan de ilegal y
espurio. El rencor ciega sus ojos e ignoran que la moción de censura es un
mecanismo constitucional perfectamente definido en el marco del sistema
parlamentario que establece.
Se desmenuza la tesis
doctoral del Sr. Presidente por activa y por pasiva. Y a cada hora que pasa la
acusación es distinta, según se desvanece la anterior. Pero “inasequibles al
desaliento” siembran difamación, insidias y dudas. Se denigra al tribunal, a la
universidad, a particulares, a todo lo
que se mueva con tal de apurar el golpe de estado mediático. No es cosa que la
verdad aborte el golpe…
Esa es la consigna
desde los tenebrosos cubiles donde la decencia pierde su casto nombre. Una señora con nombre de dos, literata del
plagio, acusa… y el okey, a diario, lo pone copito de nieve, vil experto en
adobar carroña, mientras multiplica por ocho a Pinocho. El asunto es poner en
la parrilla al rojo vivo el obscuro objeto del odio.
Todo vale para atrapar en
la máquina de la manipulación a través de una víctima, a todo un país. Decía el
filosofo británico Bertrand Russel, “la calumnia siempre es sencilla y
verosímil” Se trata de emponzoñar la
escena con ánimo desestabilizador y tentaciones totalitarias para alfombrar la
vuelta del sexenio negro y desde la superchería quebrar la historia y el albor
de un tiempo nuevo.
El arma de los miserables y de los cobardes es
la calumnia, que en la astucia procaz de su indigencia moral son conscientes que
aun que se aplaquen las heridas que produce, siempre dejan cicatrices. En el
siglo XVII afirmaba William
Shakespeare no sin
cierto tono de resignación: “La virtud misma
no puede librarse de los golpes de la calumnia”.
Quizás la
receta, el antídoto, se halle en una sabia frase del padre fundador de la
República norteamericana, George Washington: “Perseverar en el cumplimiento del
deber y guardar silencio es la mejor respuesta a la calumnia”.
*Antonio Campos
Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia
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