viernes, 14 de septiembre de 2018

Un ejército para someter a la población


Parece tener razón el historiador Gabriel Cardona cuando dice que fue durante el régimen fascista del general Franco cuando el ejército aprendió a obedecer, es decir, fue disciplinado, más allá de que el dictador tuviese algunos opositores en el ejército que poco o nada asomaron la cabeza. El mismo autor considera, en su libro “El gigante descalzo…”, que el ejército de Franco fue muy eficaz para mantener la represión de la población en el interior del país, pero nulo para ganar una sola batalla en el exterior.

La División Azul en Rusia ya sabemos el casi nulo papel que representó a las órdenes de los militares nazis; cuando la guerra de Ifni en 1957, la derrota del ejército español a manos de irregulares marroquíes habla por sí sola; en 1975, cuando la “marcha verde” organizada temerariamente por el rey Hassan II, el ejército español hizo el más espantoso ridículo, si bien bajo la batuta de un Gobierno en retirada.

Durante las casi cuatro décadas del régimen franquista, más fascista al principio y más católico después, pero siempre cruel, el ejército español abandonó la tradición de indisciplina que le había caracterizado durante todo el siglo XIX y el XX hasta 1939, cuando finaliza la guerra civil. Porque cuando se restablece la democracia en España con la Constitución de 1978, el ejército español (o parte de él) vuelve a las andadas e intenta un golpe de estado en febrero de 1981. Fracasado, se hizo patente que el ejército de Franco estaba vivo y que su integración en la democracia iba a costar, a pesar de las generaciones de militares que habían ido pasando.

El ejército español que luchó en América y contra el invasor francés a principios del siglo XIX no era moderno para la época. La prueba es que tuvo que ser ayudado por el inglés y por las diversas partidas guerrilleras que, muchas veces, se constituyeron a partir de desertores. Los intentos de restablecer el liberalismo contra Fernando VII ya se dan durante el sexenio que va desde 1814 a 1820, triunfando la conjuración de Riego en este último año, pero durante el trienio entre 1820 y 1823 hubo también intentos de reponer por la fuerza al rey en su poder absoluto. En lo que quedaba de siglo otro tanto de lo mismo, con Espartero, con Narváez, con O’Donnell, con Diego de León, Prim, Martínez Campos, Villacampa y otros que sería prolijo citar aquí.

El ejército español se sintió protagonista de la política española durante los siglos XIX y XX por diversos motivos: porque estaba dividido aunque lo más granado de la oficialidad estuviese en el campo liberal; porque los partidos políticos, débiles y de minorías, delegaban con frecuencia en el apoyo de mandos militares para “conducir” una situación en un sentido o en otro; porque la sociedad estaba formada en su mayoría por campesinos, artesanos y pequeños comerciantes con poca capacidad y formación para la iniciativa.

El régimen de la Restauración borbónica, contra la mucho que se ha escrito, estuvo tutelado por el ejército (por Martínez Campos mientras vivió) y por otros militares más tarde, sobre todo cuando el rey Alfonso XIII tuvo al ejército como eje de su política. Así se explica el golpe de Primo de Rivera en 1923, los intentos durante su dictadura en los años veinte, la intentona de Sanjurjo ya durante la II República y de los militares que desencadenaron la guerra civil en 1936. Cuando esta acabó tres años después, la calma y la disciplina en el ejército español reinaron por largas décadas.

El dictador Franco siempre tuvo a militares de alta graduación en puestos de responsabilidad política y económica, desde principio a fin de su régimen. La corrupción en el ejército empezó ya con la “caballería de San Jorge” (ver aquí mismo) y los sobornos de la diplomacia británica a algunos generales franquistas. Continuó con el pluriempleo dándose a muchos militares, de alta y baja graduación, puestos para soportar los bajos sueldos que la mayoría cobraban. Mientras tanto no se les molestaba, pues el nivel de exigencia profesional era mínimo, las dotaciones en material quedaron paralizadas hasta la segunda mitad de los años cincuenta (reconocimiento por parte de Estados Unidos) y el ejército franquista siempre se consideró el verdadero ganador de la guerra, ni Falange, ni los carlistas, ni los católicos, ni nadie más que el ejército; ello sin perjuicio de que hubiese militares falangistas, monárquicos, carlistas, etc.

No se puede considerar a la tardía Unión Militar Democrática, fundada por el historiador y militar Cardona a quien he citado, como una amenaza para el régimen: este estuvo siempre bien apuntalado por un ejército sumiso y disciplinado respecto del dictador… y por si fuera poco la Iglesia echó una importante mano para legitimar el privilegio del que también participaba.

L. de Guereñu Polán.

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