Allá por mis treinta años me
encontraba haciendo un trabajo sobre la antigua provincia de Tui, para el que
las principales fuentes estaban en los archivos parroquiales. Como unos curas
me facilitaban la consulta pero otros no, recurrí al obispo para que diese
instrucción a los renuentes de que, siendo mis intenciones no pecaminosas, me
facilitasen las consultas. El obispo me dio una nota en la que decía que por su
parte “no hay inconveniente” en que los señores párrocos me permitiesen
consultar los fondos. A nadie se le escapa que no es lo mismo una instrucción –lo
que yo pedía- que una nota en la que se daba a entender al cura en cada caso
que hiciese lo que le viniese en gana (“Roma veduta, fede perduta”). Así fue,
teniendo que esperar a que los archivos parroquiales pasasen al Diocesano de
Tui, donde sí pude seguir mi trabajo.
De igual manera, el intento del
Gobierno español de buscar la complicidad de la Iglesia para exhumar los restos
de Franco en lugar apropiado al interés público, va a contar con no pocos
problemas, porque la jerarquía católica, que se ha pasado veinte siglos
mirándose el ombligo, encerrada en sí misma como está, no va a dar un paso que
la comprometa, ni legal ni políticamente.
Es evidente la conciencia general
en España de que los restos de Franco no pueden estar en lugar prominente
porque se trata de un dictador que ha violado durante casi cuarenta años los
más elementales derechos de sus compatriotas (crímenes aparte). Incluso muchos
católicos, que lo son más sociológicamente que como miembros de una Iglesia,
son partidarios de que el lugar de la segunda inhumación sea discreto, es
decir, no ofensivo ni escandaloso.
El Papa no va a entrar en este
asunto –menor para su magisterio- ni que el Jefe del Estado español se lo
pidiese formalmente, lo que el Gobierno no va a hacer para no comprometerle. La
Iglesia, históricamente, ha actuado de forma muy política según sus intereses:
a un papa beligerante ha sucedido otro conciliador y al revés; a un papa “social”
como León XIII ha sucedido otro reaccionario (Pio X), a uno modernizador (Pablo
VI) sucedió otro conservador (Juan Pablo II); ya verán cómo tras el papa
Francisco viene otro que rebaja su tono “progresista”. Incluso se han ido turnando,
según las conveniencias, los papas pastores con los políticos, los diplomáticos
y los teólogos.
La Iglesia, sobre todo desde que
se inventó la diplomacia moderna, es prudente, una prudencia rayana en la
hipocresía, porque tiende a no comprometer sus intereses bajo ningún concepto.
Es fácil predicar la paz mientras no se lee la cartilla a los países que hacen
pingües negocios con el comercio de armas; es fácil predicar la conciliación
entre patronos y obreros cuando no se tiene al clero comprometido en los
problemas sociales… y así sucesivamente.
En Francia los templos están
secularizados desde 1905, por lo que son propiedad de todos los franceses, que
los ponen a disposición de las Iglesias para el culto respectivo. Vean lo fácil
que tendría el Gobierno español la segunda inhumación de Franco si la catedral
de la Almudena, como los demás templos, fueran propiedad de todos los
españoles. Pero aquí, como en otros muchos países católicos, la Iglesia ha
seguido comportándose, en lo material, como en la Edad Media. Y es curioso que
cuando más prestigio universal ha adquirido dicha Iglesia, ha sido cuando
perdió sus territorios en Italia, quedando reducidos al Vaticano.
No me doy por enterado de si el
arzobispo de Madrid, cardenal Osoro, es contrario a la inhumación de Franco en
la cripta de la catedral de la Almudena; que yo sepa no lo ha dicho en público
nunca (y creo que no lo hará), pero es verosímil que no le guste, porque no
solo pasa por “progresista” sino que no querrá tener a la extrema derecha de
Europa desfilando por su templo (creo que solo durante un breve tiempo). La
Iglesia deja que el tiempo pase y la divinidad decida, pues los príncipes de tal
institución, aunque están hechos de materia, son partidarios de confiar en el
espíritu, que lo soluciona todo.
Haría bien el Gobierno en
legislar con puntilloso cuidado sobre este asunto, pues ni la Iglesia ni la
favorecida familia del dictador van a colaborar en nada. Y no siendo
conveniente cambiar la colaboración de la Iglesia en este caso (lo que no hará)
por otras prebendas, el Decreto Ley recientemente aprobado, debiera ser
modificado en orden a imponer a la chulesca familia la voluntad del Estado,
dentro de la dignidad que el dictador no respetó para nadie.
L. de Guereñu Polán.
1 comentario:
Está bem claro de que pé coxeia...
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