miércoles, 23 de diciembre de 2020

LOS REYES MAGOS DEL MERCADO LIBRE O DEL CAPITAL

Una y otra vez leímos, vimos, y escuchamos, desde hace muchos años, como se ensalzaba por la dominante corriente neo-liberal y conservadora, el inmenso prestigio de lo “privado”, su eficiencia, su capacidad para crear riqueza y trabajo, y como se nos insistía por los “expertos” en la bondad de la globalización económica – que no de la social – a pesar de no corresponderse con los rescates por parte del Estado cada vez que ese sector tiene una crisis sistémica.

Se embolsan los beneficios legítimos, se resisten con mil argumentos a cualquier tipo de gravámenes o impuestos sobre las ganancias, utilizan profusamente los paraísos fiscales y la ingeniería fiscal para eludirlos, pero, en contrapartida, solicitan y exigen con absoluta desvergüenza ideológica, que el Estado, es decir todos los ciudadanos, cubramos sus perdidas con rescates multimillonarios y hasta coactivos, en caso de crisis económica o debidas a su mala gestión, sobre todo cuando se trata de asuntos que ellos manejan y que afectan globalmente al ciudadano. 
 
Es decir: se embolsan los beneficios y se socializan sus perdidas. ¡Y casi todos lo asumimos como algo no contradictorio o incoherente!
 
Se deterioraron de la mano de estos neo-liberales y conservadores los servicios públicos esenciales, como por ejemplo la sanidad pública, invirtiendo progresivamente menos en ella desde hace más de una década, desinteresándose de forma intencionada de su funcionamiento, y reduciendo drásticamente su personal (se repuso únicamente el 10% del mismo), produciéndose como consecuencia de todo ello, la expulsión al extranjero de muchos profesionales formados aquí, o bien se les ofrecieron contratos basura y temporales en nuestra tierra. ¡Y lo interiorizamos como si eso no fuera una enorme perdida social y un despilfarro económico, humano y técnico, cuya responsabilidad es básicamente de nuestros dirigentes!
 
Se apoyó e impulsó de forma progresiva y siempre enmascarada desde hace muchos años, por esos conservadores en Valencia, Madrid, Galicia o Cataluña, entre otras autonomías, esa estrategia obsesiva y demoledora de lo sanitario y público. Sin embargo, es curioso – como advertía Tony Judt – que ningún país de Europa “ha votado jamás, el electorado, a favor de acabar con la sanidad pública, contra la educación gratuita, o contra la reducción de servicios esenciales”. ¡Seguimos sin caer en la cuenta de algo tan claro, y comprobable!
 
Como consecuencia de la actual pandemia, empezamos a comprender, con dificultad, que o bien se refuerza la presencia de lo esencialmente público bien administrado, o la situación se nos puede volver insostenible y más dramática en caso de necesidad para el interés común, es decir para casi todos nosotros.
 
Nada bueno debiéramos esperar de unos políticos que defienden la sanidad, la educación, o las pensiones, confiándoselas al mercado, o introduciendo formulas combinadas, concertadas o mixtas gradual y paulatinamente, y sin embargo así es, y a pesar de ello los seguimos apoyando como si no lo fuera, no sé si por ignorancia, sectarismo ideológico o estupidez supina.
 
Si la política es fundamentalmente la gestión de lo público, y esto se encomienda al sector privado o a sus representantes, en parte o en su totalidad, no deberíamos de creer, si lo razonamos mínimamente, que ese sector lo va a realizar por interés social y altruismo, entre otras razones, porque al mercado y al capital le mueve exclusivamente el beneficio económico y no el social por su propia naturaleza. 
 
En consecuencia, los ciudadanos y sus necesidades básicas, somos para el mercado o para el capital, una mercancía más, y esa sanidad, esa educación o esas pensiones publicas, forman parte muy apetecible de la nueva mercancía que buscan controlar desde hace años con avaricia e insistencia a través de sus políticos de cabecera y de una machacona propaganda insidiosa.
 
Si la vacuna contra el Covid, en ese mercado ideal desregulado, dependiera únicamente del mismo, o solo dispusiéramos de una, nos costaría previsiblemente cientos de euros por persona, y la adquirirían aquellos que disponen de recursos, obligando a los Estados a endeudarse todavía más de lo que están, para atender a sus conciudadanos, y para beneficio de la industria privada farmacéutica.
 
Estamos constatando estos días como se ha convertido en un gran negocio para los laboratorios privados hacer miles de test para comprobar si tenemos o no el coronavirus, ello a precios desorbitados, y sin que nada ni nadie critique sus ganancias inmoderadas. Algo peor sucedió no hace mucho con la medicación para combatir y curar la hepatitis C, producida por el laboratorio Gilead estadounidense, a un precio superior en 1000 veces lo que costaba producirlo. ¿O no lo recuerdan?
 
Tendríamos que empezar a entender, y no es así, la realidad de ese mercado “tan perfecto”, lo necesitáramos o no para sobrevivir.
 
Como la vacuna del Covid será “gratuita”, al igual que otros medicamentos (en todo caso sujetos a un pequeño y discutible copago) ello nos parece normal y natural, y lo entendemos como un derecho, del cual no tenemos ni conciencia ni idea general e histórica de lo que costó conseguirlo, y sobre todo sin reconocer que es atípico en el mercado libre y en la mayoría de los países del mundo.
 
La política y muchos políticos actuales se han convertido en buena medida a lo largo del último tercio del siglo XX y de lo que va del XXI, en simples marionetas del capital para el manejo de los asuntos públicos, y exclusivo provecho económico de determinados particulares o grupos de presión. Así de claro. Destacan en España en esta política antipública y antisocial, el Partido Popular, y su apéndice ultra, o las redichas veletas de Ciudadanos, comodín oportunista de este juego de tronos. Son estas formaciones políticas, y sobre todo muchos grupos de presión empresariales y financieros los que los sostienen y jalean para su servicio, y los que dictan lo que debe hacerse con todo lo público, esencial o no. 
 
No acabamos de asumirlo colectivamente y se sigue votando, por ciudadanos muy vulnerables, a esos representantes conservadores con entusiasmo, con fervor ideológico irracional, incluso contra los intereses comunes y colectivos en nombre de una falsa libertad económica y social. Muchos medios de comunicación en manos de esos grupos dominantes, muchos comentaristas a su servicio, muchos políticos, muchos economistas, muchos altos funcionarios acomodados y sesudos analistas, nos aseguran todos los días a través de esos medios de comunicación, que sus predicciones y aseveraciones son útiles socialmente, justo lo contrario de lo que es evidente. Y lo hacen con absoluto cinismo y falsedad argumental, como si la historia y los machacones resultados de los últimos cincuenta años no existiesen, y como si el común de los ciudadanos fuésemos todos unos estúpidos incapaces de entender nada.
 
No soy contrario a las iniciativas particulares y de las empresas privadas; soy partidario de que puedan desarrollarse, crecer y evolucionar, sin excesivas trabas burocráticas, aunque reguladas y controladas, partidario de que puedan prestar sus servicios y productos con total libertad, servicios y productos en muchos casos extraordinarios y de gran calidad; partidario de que contribuyan proporcionalmente con sus ganancias al bienestar general, e incluso especialmente partidario de proteger a nuestros autónomos y pequeños empresarios dándoles facilidades y simplificando sus tramites, pero, para todos ellos : “sin más ayuda del Estado que la de cualquier ciudadano o colectivo en dificultades, si las tienen, y con la obligación de devolver cualquier prestación extraordinaria viable y económica concedida” (Podemos esperar sentados hasta el siglo que viene que se nos devuelvan los miles de millones de rescate de la anterior crisis a las grandes empresas financieras o industriales). No pediría nada diferente para nadie de lo que exigen y ofrecen, desde hace muchísimos años, las indiscutibles y tan respetadas entidades de crédito y financieras.
 
O cuidamos nuestros sectores sensibles, (Sanidad, Educación, Pensiones, industria estratégica e investigación…), los controlamos, se evalúan continuamente, los dotamos de medios suficientes, e impedimos que se mezclen injustificada e indiscriminadamente con el mercado, evitando que los gestores de lo público sean los caballos de Troya del capital, o el sector privado será en poco tiempo más dañino que el virus, porque este no hace distingos, pero el mercado y el capital valoran y fijan precios consciente y económicamente de nuestra salud, de nuestra educación, de la investigación, o de las pensiones, en el sacrosanto nombre de sus negocios y de la economía.
 
Luis Toxo Ramallo

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