miércoles, 3 de marzo de 2021

“DELENDA EST CARTHAGO” Antonio Campos Romay*

 Hace muchos siglos Catón el Viejo, literato y político de la primera Republica Romana, al que entre otras cosas se le considera el padre del latín, pues fue adelantado en escribir toda su obra en esta lengua, viaja en el año 157 a.C. a África para mediar en un conflicto entre cartaginenses y númidas. Lo que percibió de Cartago y la amenaza que representaban le llevo a partir de ese momento a rematar todos sus discursos con un latiguillo tajante "Delenda est Carthago", o sea, “Cartago debe ser destruida”.

De Cartago le alarmaba su evidente poder. Pero como hombre de austeridad estricta le repugnaba su lujo desmedido, sus hábitos corruptos y su afán de cleptomanía inspirada por un ansia brutal de riqueza. Sus compatriotas no dejaron caer en saco roto sus consideraciones, pues apenas un año después de su fallecimiento, tercera Guerra Púnica por medio, (la cosa venia ya de lejos) arrasaron Cartago sin dejar piedra sobre piedra.

Pocas cosas hay nuevas bajo el sol. Su frase veinte siglos más tarde encontró acomodo en una reflexión de D. José Ortega y Gasset en un sonado artículo que escribió en el diario madrileño “EL SOL” un 15 de noviembre de 1930. “Delenda est monarchia”. En tres palabras latinas, llegadas por el túnel del tiempo a su brillante pluma, Ortega desahuciaba a un indecente Alfonso XIII que caería al cabo de apenas cinco meses.

Decía este filósofo madrileño en su célebre artículo, "Y como es irremediablemente un error, somos nosotros, y no el Régimen mismo; nosotros gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, somos quienes tenemos que decir a nuestro conciudadanos: ¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!". Convocaba el Sr. Ortega al pueblo a despertar de su letargo, algo que como Catón el viejo consiguió. Y un atardecer de un 14 de abril de 1931 por el puerto de Cartagena, se fue primero a Marsella y luego a Roma aquel individuo tan poco empático como decente, al que le olía mal hasta el aliento, pues su halitosis era inocultable al igual que los bastante más de mil millones de pesetas de la época que le acompañaron para hacer soportable su expatriación.

Los Borbones más allá de sus hagiógrafos representan un relato manifiestamente mejorable de la Historia de España. Visibles fueron sus lacras pese a la opacidad de la Corona por siglos. Corrupción manifiesta, de lo que es brillante ejemplo la época de Isabel II. Traición a España de lo que dan buena cuenta Carlos IV y Fernando VII (el más canalla de los Borbones)… Inevitable es reseñar su presencia siempre en circunstancias luctuosas, o al lado de sables dispuestos a yugular la libertad… Su entrada en España con la sangrienta Guerra de Sucesión… La llegada de Alfonso XII de la mano, o mejor sable en mano, del general Martínez Campos. Juan Carlos I por gracia y obra de Francisco Franco… Y por medio tres brutales guerras civiles que realmente fueron guerras de la familia borbónica que destrozaron España hundiéndola en el atraso…

Como la familia es de “sostenella y no enmendalla” siguen enfrascados en sus hábitos para regocijo de algunos y asco de casi todos. Es desoladora en el sombrío panorama nacional la indecencia continuada del que llaman “Emérito”, que es oprobio seguir diciéndole así. Cada día se incrementa un grado más el abochornamiento de la sociedad.

A ello se añade la zafia impudicia y soberbia de sus hijas, las “princesas”, “infantas” o lo que sean, que tanto tiene, que como vulgares ratas se lanzan sobre el queso de las vacunas en los Emiratos Árabes, con absoluto desprecio a los vasallos de su real hermano que de forma directa o indirecta con su desmedrada economía las mantienen a “cuerpo de rey, o a cualquier protocolo. Lo hacen en esa satrapía donde el augusto padre está a verlas venir y al que viajan con total indiferencia a perímetros o limitaciones, solo obligadas para la plebe.

Comportamientos tan deleznables y sucesivos que solo cabe homologar con un eslogan usado por la ONCE, “cada día un número”, que evidencian la erosión de un modelo que pivota en gran medida sobre un cuento de hadas bordado hace cuarenta años, que cada vez suena más a cuento y menos a hadas, generando una situación que puede llevar inexorablemente al PSOE a un callejón sin salida en sus apuestas indudablemente condicionadas por su sentido institucional, y a que cada vez, más indecisos piensen seriamente en tomar una decisión.

Sería un error de cálculo muy grave cara al futuro no tomar conciencia del descrédito que estos sucesos implican para una monarquía que pese a que se intente disimular por todos los medios se acerca más a un grave problema que a la utilidad que la justificaría y se le exige.

El sentido común se estrella ante ciertas opacidades, los blindajes “ad hoc”, o que en momentos generalizados de empobrecimiento con frívola obscenidad se apaleen millones de más que presumible turbia procedencia por quien hasta hace unos años ostento la máxima magistratura… Y derivado de ello algo muy grave para la credibilidad de las instituciones democráticas. Que se extienda la percepción de que determinadas actuaciones pecan de inercia o tolerancia en ciertos mecanismos de control, que respeto al común de los mortales se muestran implacables en su diligencia.

Ante los lamentables sucesos a los que estamos asistiendo propiciados por la incuria y permisividad de ciertos “políticos” que ponen la dejación de sus funciones al servicio de su intereses con comportamientos bochornosos, cabría volver al Sr. Ortega y Gasset, como aviso a navegantes, cuando alertaba, “Estos republicanos no son la Republica” “¡No es esto, no es esto!, La Republica es una cosa, el radicalismo es otra”.

Puede perderse peligrosamente la perspectiva si se ignora que no estamos ante una crisis más. Realmente afrontamos un cambio de época. Y la configuración de una realidad, no nueva simplemente, sino distinta.

*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.

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