lunes, 19 de abril de 2021

MADRID, EL HUEVO DE LA SERPIENTE. Antonio Campos Romay*

La postura intransigente de la derecha reaccionaria actual, suma de las derechas de Colón de la que se cayó Ciudadanos devorado por su incapacidad de hallar una identidad mínimamente fiable para el elector, son un factor de crispación social, de entorpecimiento para abordar los temas de estado pendientes y un caldo de cultivo idóneo (lo viene siendo desde hace largo tiempo) del separatismo y del populismo más exacerbado.

Un separatismo al que los gobiernos de derecha contribuyeron a dar munición argumentaría, agigantando un problema cuyos actores hoy que no dudan en abrazar razones de diferencia étnica en su victimismo irredento dibujando en su desvarío un pueblo esclavizado y oprimido por otra raza, que “los roba” y “los mata”. Como contrapartida dan pobre ejemplo en sus propias facciones, para administrar, gobernar y mucho menos conciliar posturas para organizar un gobierno que ante su irremediable falta de transversalidad está condenado a una conjunción rocambolesca de una autocalificada izquierda, la reconocida derecha extrema del territorio y un grupo heredero de las tradiciones libertarias que se hicieron notar en los años 20 y treinta del pasado siglo.

Una derecha cada vez más cómoda en sus postulados extremistas donde el lenguaje radical y amenazador es la menor de sus anomalías. Cuyo mejor recurso es fomentar la confrontación de la sociedad intentando en muchas ocasiones llevar esta al ámbito europeo para dañar los intereses españoles por mor de sus mezquinos objetivos.

Una derecha tan extrema que no dudó en comportarse de forma descabellada tras los últimos comicios negándose a aceptar con temple civilista y democrático la composición parlamentaria derivada de los mismos, como anteriormente ya lo había hecho con la moción de censura tras la condena por corrupción al Partido Popular, que dejaba al presidente Rajoy tras salpicarlo de lleno, con nula autoridad moral para gobernar.

Su campaña de desprestigio desatada contra el Gobierno de la Nación supero el absurdo. Resucitando el tema de un terrorismo felizmente finiquitado para el conjunto de la sociedad, los ataques al laicismo y a la legislación social, o la permanente erosión de los valores democráticos, incluyendo carantoñas indisimuladas a los sectores uniformados del país. Buscando la caída de un gobierno se emprende con enorme irresponsabilidad, -o cinismo- una senda que conduce de forma suicida a deslegitimar las bases de la democracia y de la armonía social. Al tiempo colma de desdoro la sede de la Soberanía Nacional en un claro ataque al corazón de la institucionalidad democrática.

A rebufo de la simiesca e infame figura de Trump, un personaje tan descerebrado e inconsecuente como el, intenta superando el marco autonómico, abanderar sus actuaciones con olvido de lo inmediato, el gobierno de la Comunidad, en aras de una Moncloa que ante tanta tierra quemada entiende accesible a sus paranoias, sabiendo que a caballo de un ultra derechismo cada vez menos disimulado puede estar al alcance para satisfacción de su insania y riesgo de la integridad democrática de España.

Lo hace calcinando con frívola indiferencia una opción democrática de derecha moderna y europeísta. Consciente de que el inepto que todavía preside su partido, le durara menos que un caramelo a la puerta de un colegio a su ambición desbocada.

El primer cuarto de siglo está siendo un auténtico desastre en múltiples aspectos. El año presente que ya viste galas de primavera amenaza estancarse en invierno oscuro. Y en medio de su tizne pululan cómodamente estos monstruos viscosos, ramplones y cutres, cuya batalla encarnizada es devolver el país a sus páginas más miserables, donde los ciudadanos sean vasallos y nuevamente los derechos sociales y humanos una anotación a pie de página.



*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia

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