sábado, 17 de julio de 2021

Lecciones de un virus

 

Por “lecciones” no quiero decir que las hayamos aprendido y ni siquiera que sean compartidas como yo las expreso aquí. El ser humano ha sufrido epidemias y pandemias a lo largo de la historia y –luego de aspavientos y muestras de arrepentimiento- todo ha seguido como si tal cosa.

Los atenienses, en la antigüedad, sufrieron una epidemia que se extendió por el área de influencia de la ciudad y no por ello las realizaciones culturales, las victorias y derrotas militares se resintieron.

En el siglo VI el Imperio Bizantino se vio sacudido por una gran plaga y –una vez pasado el tiempo y las catástrofes- la sociedad, los dirigentes políticos, los amigos y enemigos del Imperio, siguieron a lo suyo. Otro tanto podemos decir, con algunos matices, de la peste negra medieval, que si bien marcó toda una época durante casi dos siglos, después de algunas muestras de cambio en las formas religiosas y artísticas, los seres humanos se siguieron matando, ambicionando, viviendo y muriendo sin más.

La epidemia de gripe en 1918 no hizo discriminación por edad, sexo u otras circunstancias, si bien los más pudientes pudieron ponerse a salvo acopiando para sí los mejores antídotos y los más experimentados médicos. Estaba Europa en el fragor de la Gran Guerra y luego de ella siguió sufriendo los estragos de aquella pandemia, pero pronto se apresuraron los europeos (como los japoneses y otros) a enzarzarse en otro conflicto exponencialmente mayor.

El virus que nos atenaza desde hace casi dos años (si nos atenemos a los efectos que no fueron controlados en los lugares donde se produjeron los primeros contagios) es una manifestación más de la evolución biológica de seres que se incardinan en otros, no preparados para soportarlos. Algunos pueblos que han sufrido epidemias recientes (gripe aviar, Ébola, etc.), no han tenido tantas víctimas como las que se registran actualmente en el mundo rico, porque las defensas biológicas de sus habitantes están preparadas para los embates. El sida se ha cobrado hasta la fecha casi cuarenta millones de víctimas, cuatro veces más que el virus de la COVID19…

Una de las lecciones que se me ocurren sobre la actual situación es que la comunidad científica está realmente avanzada para combatir a los virus malignos, y también lo están los laboratorios farmacéuticos para fabricar los antídotos. Cuando las autoridades públicas se ponen manos a la obra, también está comprobado que la logística de distribución de las vacunas pueden llegar a casi todas partes (digo casi siendo consciente de las graves carencias que aún hay en la “gobernanza” del mundo). Lo que no tenemos preparado es un sistema público de salud para atender a pacientes de la más variada condición: ahí están los ancianos de las residencias, los trabajadores de la sanidad, las personas más vulnerables por causas patológicas o económicas, etc.

Las políticas de los países en materia de salud pública quizá estén aun en pañales, y combatir esta situación cuenta con el obstáculo de las organizaciones (políticas y de otro orden) que no tienen como prioridad lo público.

Es cierto que las investigaciones farmacológicas precisan de inversiones gigantescas que en buena medida proceden de la iniciativa privada, pero los Estados también han puesto mucho de su parte, y es lógico que se haya abierto el debate sobre la licitud de las patentes. ¿Tiene alguna lógica, más allá de la económica cortoplacista, que el interés de los laboratorios esté por encima de la salud pública? No sé si el señor Biden ha lanzado la idea sobre esta materia en un arrebato de prístina moral o piensa seguir insistiendo en ello, pero lo cierto es que concentra en sus manos suficiente poder –igualmente las instituciones europeas y las organizaciones internacionales-  como para imponer el criterio que más interese a los seres humanos.

En cuanto al comportamiento de la población no puede ser más variado, y a ello responde el de los dirigentes políticos: los casos Bolsonaro, Johnson, Trump, etc. son el resultado de opiniones públicas que no valoran la salud como un bien a proteger. De ahí los argumentos a favor de la “libertad” para abrir establecimientos, divertirse desenfadadamente, incumplir las normas establecidas por las autoridades sanitarias, escabullirse por la gatera de interés inmediato… cuando si no se combate una enfermedad contagiosa todo se habrá ido al garete.

Es comprensible que los pequeños empresarios, los dueños de establecimientos que se sostienen con el esfuerzo de unas pocas personas, una familia, muestren su preocupación por el devenir de sus inversiones. Algunos Estados han sido sensibles a esto y han puesto en marcha políticas de ayudas, pero para que estas ayudas se pueden implementar, los recursos públicos han de ser suficientes; no vale con decir que hay que bajar los impuestos o que “bajar impuestos es de izquierdas” (Zapatero dixit). Ya hace mucho tiempo que los hacendistas han demostrado que las políticas fiscales han de ser flexibles y adaptadas a las circunstancias. La presión fiscal ha de ser selectiva y queda mucho camino por andar para combatir a los “paraísos” (les llaman) donde van a parar muchos dineros, gran parte de los mismos conseguidos ilícitamente (corrupción, contrabando, proxenetismo, favores desde la política, “ingeniería” financiera...).

Vemos que hay sectores de la población a quienes no parece importar que, contagiados unos, se contagien otros. Vemos a personas muy insolidarias que rayan la criminalidad en esta materia. Vemos que hay autoridades que carecen de “auctoritas”, aunque tengan mucha “potestas”. Inlcuso hay autoridades en la cumbre de la judicatura que parecen preferir el gusaneo leguleyo a la atención del sentido común.

¿Cómo no va a haber demagogos en la política si se ven apoyados por las más altas magistraturas de un país? ¿Cómo van los jóvenes, los maduros y los viejos a tener las precauciones y la disciplina que se les demanda, si ven a los voceros de la estupidez actuar con absoluta estulticia? La opinión de un descerebrado cantante (parece que tocado por algún que otro alucinógeno) pude ser aprovechado por los nihilistas sin moral, por los descerebrados sin cuento.

Harán bien los jueces en depurar sus decisiones con la cautela que el bien común demanda; harán bien los gobiernos en proponer inversiones públicas para la investigación científica y técnica, que es lo mismo que inversiones en pensamiento y ética; harán bien los legisladores en tomar buena nota de las consecuencias de políticas no preventivas, que no tienen en cuenta a esa inmensa mayoría que se encontrará siempre desvalida si no tiene el amparo del poder público.

Como no cabe pensar que el egoísmo desaparecerá de la faz de la Tierra por el hecho de que hayan muerto –y vayan a morir- varios millones de personas por la acción de un virus mutante, hará bien una sociedad inteligente –y no es posible comprender a todos en esta categoría- en reflexionar más y vociferar menos.

L. de Guereñu Polán.

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