miércoles, 21 de julio de 2021

Salir de la caverna

 


Cuando yo era menor de edad no lo sabía porque nadie me había hablado de la responsabilidad que se contrae cuando se es mayor de edad (eran tiempos en los que ser menor de edad era la norma). Cuando fui mayor de edad no me di cuenta de que –al menos durante unos años- seguía siendo menor de edad, pues ignoraba tantas cosas que no era sino un adolescente, el que adolece, el que no tiene o no sabe.

Luego fui influido por algunos, mayores que yo, sobre las bondades del materialismo y otras filosofías colaterales. Me empapé de dichas filosofías y llegué a creer (y mala cosa para un materialista si tiene que emplear este verbo) que desde la antigüedad clásica, pasando por Hegel y algunos de sus discípulos, nada había más acabado que el materialismo en todas sus manifestaciones. De ahí me hice descreído (cuando había sido educado en el más acendrado catolicismo) y me tildé de agnóstico, en lo que demostré cierta madurez, pues lo de ateo siempre me pareció demasiado categórico: el que ha llegado al ateísmo tras concienzudas cavilaciones durante años, bien, pero el que a la ligera se califica así, más bien será cuestión de esnobismo que de otra cosa. Me parecía tan fundamentalista el creyente a machamartillo como el ateo. De ahí mi adscripción al escepticismo en materia religiosa.

Nunca dejé de tener, no obstante, preocupaciones espirituales (lo que es distinto de religiosidad) quizá debido a la formación recibida en el seno de la familia y de la escuela, pero también por mi tendencia a cierta mística en el tratamiento de las cosas que consideraba serias.

Y tuvieron que pasar muchos años para desengañarme de tanto materialismo; empecé a considerar que ninguna corriente filosófica era plenamente satisfactoria, como los científicos han rectificado cientos de veces a sus predecesores; lo mismo los hombres de iglesia y otras especies.

Volví entonces a mis lecturas de los antiguos filósofos griegos rondando ya la edad provecta y vi que Platón es mucho más actual (me refiero a mi periplo vital) que muchos otros posteriores: como su maestro Sócrates no dejó nada escrito, el alumno se dedicó a escribir prolíficamente, y lo hizo sobre todo para hablar de la relación ente lo que considera eterno (el alma o mundo de las ideas) y lo que fluye (la materia, los sentidos). Volví de nuevo al conocido mito de la caverna donde unos hombres viven encadenados desde que nacieron, mirando a la pared del fondo opuesta a la entrada. En dicha pared –como se sabe- y debido a una hoguera, se reflejaban las sombras de lo que ocurría en el exterior, de forma que aquellos hombres daban por cierto el mundo de las sombras en vez de lo que realmente ocurría fuera.

Uno de ellos –dice Platón- harto de tanta monotonía, salió de la caverna y vio (después de una momentánea ceguera) la naturaleza con sus plantas, animales y demás cosas. Comprendió entonces lo equivocado que había estado y corrió al interior para contárselo a sus compañeros: las sombras no son más que reflejos imperfectos de la realidad, que está fuera, pero los incrédulos no le hicieron caso y le mataron, como le ocurrió a Sócrates.

Platón dice que muchos seres humanos –quizá la mayoría- prefieren seguir en el mundo de las sombras sin pararse a pensar (¡oh, pensar!) en que puede haber alternativas: salir fuera y ver por sí mismos la realidad. Este ejemplo está en el diálogo que Platón tituló “La República”, que a tantos republicanos como aparecen en las redes sociales les interesaría, donde expone el filosofo que los que filosofan (es decir, los que piensan) son los que debieran gobernar, y no los demagogos, los tiranos o los plutócratas.

Como Platón –igual que la inmensa mayoría de la humanidad- consideraba que estamos formados por un alma (las ideas) y un cuerpo (los sentidos), siendo así que aquella es permanente, preexistente a nuestro cuerpo y subsiguiente al mismo, mientras que los sentidos fluyen, mutan y son, por tanto, poco fiables, vendría bien a los que se erigen en representantes públicos tener en cuenta las ideas de nuestro antiguo amigo, pues solo en el alma (el mundo de las ideas) se puede encontrar la virtud, el sentido de la equidad, de la ética, y no en los sentidos. El estómago, para Platón, era concupiscente, había que refrenarlo, y ello solo se puede hacer desde la razón… tan alejada de no pocos  gobernantes en su práctica.

L. de Guereñu Polán.

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