Contra lo que otras
personas opinan, no creo que el sector servicios vaya a crecer en el futuro
mucho más, no creo que el teletrabajo se desarrolle tanto como algunos
especulan, no creo que la tecnología vaya a proporcionar más beneficios que
desgracias; no creo que la ciencia avance a la velocidad que se nos dice en los
programas divulgativos.
La agricultura de
cercanía podría absorber una pequeña parte de la población activa para
suministrar productos de calidad a una población con alto poder adquisitivo,
además de que –si se reducen las jornadas laborales, lo que solo ocurrirá en
unos países- un número creciente de personas podrían seguir el ejemplo de unos
pocos vanguardistas que ya se han puesto a cultivar en sus pequeños huertos
para el autoconsumo.
La agricultura y
ganadería intensivas tendrán que echar el freno si no se quiere saturar el
mercado con precios a la baja y agotar la fertilidad de los suelos. La
agricultura y ganadería extensivas, más ecológicas, podrían ser impulsadas por
gobiernos y asociaciones para aprovechar los prados, el bosque, los montes y
otros pastos.
El sector servicios
podría destruir empleo si la técnica se implanta como lo viene haciendo,
pagando las consecuencias los empleados y el público en general (véanse a los
clientes de los bancos, de las compañías eléctricas, etc.) que sufre las
consecuencias de tener que hacer sus operaciones con máquinas que, como cabe
esperar, fallan.
Como ha ocurrido con la
televisión, que de un gran recurso se ha convertido en un gran basurero, así ya
se está viendo en Internet, una gran red que se cobra un alto precio en
violación de la intimidad, engaños y otros fraudes, pérdida de tiempo (que es
dinero) y abobamiento de incautos y no incautos.
El teletrabajo, que es
posible en algunos casos, no es deseable para la generalidad, pues se pierde
sociabilidad y relación, con los efectos psicológicos que llevará consigo.
Seguramente una parte del teletrabajo se deberá combinar con otra parte
presencial, además de que no se puede ejercer en el transporte, las plataformas
petrolíferas, la industria de transformación y otros muchos sectores.
La tecnología, que
puede servir para comunicarnos o para curar enfermedades, por ejemplo, no es
gratis; establecerá abismos entre quienes la controlan y quienes la consumen;
someterá a su dictadura a la mayoría de la población en sus relaciones con la
Administración Pública, la empresa privada y servicios elementales y vitales
como la sanidad (se está extendiendo la “atención” médica por teléfono en el
nivel primario), los médicos no miran al paciente, sino a la pantalla del
ordenador, y los diagnósticos llamados objetivos –en algunos casos- se confían
a máquinas que no alcanzan, por ejemplo, la complejidad de enfermedades como el
daño cerebral.
La ciencia podría
convertirse en una nueva y central religión en la medida en que funciona a base
de teorías y creencias, simulaciones por ordenador y otras fantasías. Debe
distinguirse entre las mediciones hechas por especialistas e investigadores en
sus laboratorios y las especulaciones en el campo de la cosmología, la
biología, la medicina, la física y otras disciplinas.
Los científicos más
avisados ya predican humildad, pues saben que a cada descubrimiento se abre una
puerta nueva con la que no se contaba y, tras ella, horizontes que aún están
inexplorados. Leyes de la naturaleza que se dieron por sentadas han sido
revisadas (la geometría euclidiana, la física o filosofía newtoniana, etc.) y no
pocos científicos son partidarios del trabajo junto a antropólogos, psicólogos,
filósofos, paleontólogos, arqueólogos e incluso teólogos. El conocimiento no
viene de una sola fuente, y esto lo supieron bien los sabios griegos de la
antigüedad (y no solo), que estudiaron el cosmos al tiempo que el ser, la
materia y sus propiedades.
El mismo Einstein tuvo
que rectificar una de sus ecuaciones a principios de los años treinta del siglo
pasado para dar respuesta a ciertas comprobaciones que otros hicieron sobre sus
teorías de la relatividad. El darwinismo ha explicado con éxito la evolución de
los seres vivos a partir de un origen que parece cada vez más claro, pero ni
Darwin ni Wallace ni otros posteriores, se han planteado el origen del cosmos.
Cuando el sacerdote Lamaître planteó su teoría del “átomo primigenio”, que
luego se popularizó como “big-bang”, contó con detractores, y hoy hay
científicos dispuestos a revisar dicha teoría.
En efecto: que toda la
materia y toda la energía estuvo comprimida en un “espacio” equivalente la
cabeza de un alfiler y, sin saber la causa, se expandió hasta formar el cosmos,
es un buen acto de fe.
L. de Guereñu Polán.
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