jueves, 23 de diciembre de 2021

Ciencia y fe

 

Contra lo que otras personas opinan, no creo que el sector servicios vaya a crecer en el futuro mucho más, no creo que el teletrabajo se desarrolle tanto como algunos especulan, no creo que la tecnología vaya a proporcionar más beneficios que desgracias; no creo que la ciencia avance a la velocidad que se nos dice en los programas divulgativos.

La agricultura de cercanía podría absorber una pequeña parte de la población activa para suministrar productos de calidad a una población con alto poder adquisitivo, además de que –si se reducen las jornadas laborales, lo que solo ocurrirá en unos países- un número creciente de personas podrían seguir el ejemplo de unos pocos vanguardistas que ya se han puesto a cultivar en sus pequeños huertos para el autoconsumo.

La agricultura y ganadería intensivas tendrán que echar el freno si no se quiere saturar el mercado con precios a la baja y agotar la fertilidad de los suelos. La agricultura y ganadería extensivas, más ecológicas, podrían ser impulsadas por gobiernos y asociaciones para aprovechar los prados, el bosque, los montes y otros pastos.

El sector servicios podría destruir empleo si la técnica se implanta como lo viene haciendo, pagando las consecuencias los empleados y el público en general (véanse a los clientes de los bancos, de las compañías eléctricas, etc.) que sufre las consecuencias de tener que hacer sus operaciones con máquinas que, como cabe esperar, fallan.

Como ha ocurrido con la televisión, que de un gran recurso se ha convertido en un gran basurero, así ya se está viendo en Internet, una gran red que se cobra un alto precio en violación de la intimidad, engaños y otros fraudes, pérdida de tiempo (que es dinero) y abobamiento de incautos y no incautos.

El teletrabajo, que es posible en algunos casos, no es deseable para la generalidad, pues se pierde sociabilidad y relación, con los efectos psicológicos que llevará consigo. Seguramente una parte del teletrabajo se deberá combinar con otra parte presencial, además de que no se puede ejercer en el transporte, las plataformas petrolíferas, la industria de transformación y otros muchos sectores.

La tecnología, que puede servir para comunicarnos o para curar enfermedades, por ejemplo, no es gratis; establecerá abismos entre quienes la controlan y quienes la consumen; someterá a su dictadura a la mayoría de la población en sus relaciones con la Administración Pública, la empresa privada y servicios elementales y vitales como la sanidad (se está extendiendo la “atención” médica por teléfono en el nivel primario), los médicos no miran al paciente, sino a la pantalla del ordenador, y los diagnósticos llamados objetivos –en algunos casos- se confían a máquinas que no alcanzan, por ejemplo, la complejidad de enfermedades como el daño cerebral.

La ciencia podría convertirse en una nueva y central religión en la medida en que funciona a base de teorías y creencias, simulaciones por ordenador y otras fantasías. Debe distinguirse entre las mediciones hechas por especialistas e investigadores en sus laboratorios y las especulaciones en el campo de la cosmología, la biología, la medicina, la física y otras disciplinas.

Los científicos más avisados ya predican humildad, pues saben que a cada descubrimiento se abre una puerta nueva con la que no se contaba y, tras ella, horizontes que aún están inexplorados. Leyes de la naturaleza que se dieron por sentadas han sido revisadas (la geometría euclidiana, la física o filosofía newtoniana, etc.) y no pocos científicos son partidarios del trabajo junto a antropólogos, psicólogos, filósofos, paleontólogos, arqueólogos e incluso teólogos. El conocimiento no viene de una sola fuente, y esto lo supieron bien los sabios griegos de la antigüedad (y no solo), que estudiaron el cosmos al tiempo que el ser, la materia y sus propiedades.

El mismo Einstein tuvo que rectificar una de sus ecuaciones a principios de los años treinta del siglo pasado para dar respuesta a ciertas comprobaciones que otros hicieron sobre sus teorías de la relatividad. El darwinismo ha explicado con éxito la evolución de los seres vivos a partir de un origen que parece cada vez más claro, pero ni Darwin ni Wallace ni otros posteriores, se han planteado el origen del cosmos. Cuando el sacerdote Lamaître planteó su teoría del “átomo primigenio”, que luego se popularizó como “big-bang”, contó con detractores, y hoy hay científicos dispuestos a revisar dicha teoría.

En efecto: que toda la materia y toda la energía estuvo comprimida en un “espacio” equivalente la cabeza de un alfiler y, sin saber la causa, se expandió hasta formar el cosmos, es un buen acto de fe.

L. de Guereñu Polán.

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