domingo, 5 de diciembre de 2021

SI HAY QUE CELEBRAR… Antonio Campos Romay*

 Hace dos siglos vio la luz en las Cortes de Cádiz la primera Constitución Española. Su vida fue efímera. Segada por la felonía de un Borbón conocido como Fernando VII. Justo es decirlo en medio de una notable indiferencia. La penúltima se aprobó hace noventa años al instaurarse la II República. Nuevamente la felonía borbónica aliada con militares, clero, terratenientes y el apoyo de nazi- fascista daría cuenta de ella tras un golpe de estado y una guerra fratricida.

Tras la muerte del sátrapa, -en la cama-, (y con gran parte de su aparato funcionando), la presión popular cada vez mayor en las calles, la hostilidad externa a la prolongación del ultimo rastro de fascismo en Europa y una situación económica muy difícil dibujaron un escenario donde se confrontaban dos impotencias. La del régimen, incapaz de supervivir y perpetuarse más allá de un corto plazo aun teniendo de su lado al Ejercito, y una oposición sin la suficiente potencia para imponer la ruptura democrática como salida razonable a una dictadura.

Gentes inteligentes en ambas posiciones entendieron, aún a su pesar en muchos casos, que una salida pactada, consensuada, era la forma desenredar una maraña que podría desembocar en situaciones imprevisibles o lamentables. El dictador con cínica astucia había envenado el camino para que de todas, la opción la republicana quedase descartada haciendo garante de ello a las FFAA. Se agenció un sucesor maleable y con tragaderas suficientes para saltarse el escalafón dinástico, que se supone es eje de la legitimidad de la Corona.

En condiciones anómalas desde un punto de vista democrático, se inició un proceso, por cierto ajeno a la imagen idílica que se relata. En su debe la violencia política de esa etapa de nuestra historia, en la que cabe anotar cerca de setecientas victimas por represión policial, pistoleros de la extrema derecha, grupúsculos de extrema izquierda y etarras. Pese a que un ignorante Pablo Casado, afirme con majadería solemne, “ni hubo ocultación, ni sometimiento, ni miedo”. Episodio gris dentro de la preocupación para aposentar el nuevo régimen fue habilitar dolorosos espacios de silencio mal resueltos aún a día de hoy. La melodía de fondo fue un permanente “ruido”, en ocasiones atronador, que duraría hasta entrados los años 80 del pasado siglo. Lo que se dio en llamar “rumor de sables”.

Superando dificultades políticas de gran calado con sentido de estado, una generación de políticos de importante talla sumó sentido común y pragmatismo para arbitrar un texto constitucional, que en sí mismo conciliaba aspiraciones. Una herramienta útil para empezar a dejar atrás “a longa noite de pedra” que cita Celso Emilio Ferreiro.

El Jefe del Estado heredero del dictador en ningún momento entorpeció un proceso del que entendió pendía su precaria situación y el blanqueamiento de su origen. A tal fin fue diligente y cooperador. Con la misma maleabilidad que mostró con el dictador se aclimató a los vientos democráticos que barrían el viejo régimen. No sin ironia cabría decir que la historia se repite y pareciera escucharse el eco del manifiesto fernandino tras el pronunciamiento del general Riego, “Marchemos francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional”…

El mantra tejido desde el “bunker” del fascismo considerando a España inmadura, menor de edad, y que no estaba preparada para vivir en libertad y sin tutela, parece hallar cobijo en las escasas luces de una Díaz Ayuso cuando afirma que el país está “en deuda” con el Rey Emérito por ser “el impulso primero y constante, valiente, imaginativo y decidido, que nos trajo la Constitución”…y “a la generosidad que él siempre nos demostró”. La estupefacción ante tanto dislate ahorra comentarios.

Tras cuarenta y tres años cabe darle un notable muy alto a un texto que nos permitió, (pese a algunas claudicaciones determinadas por el momento histórico), un largo periodo de creciente cultivo de la convivencia y cultura democrática. Que nos homologó con el entorno continental en el marco de un progresivo avance en derechos sociales, educación, cultura, reanudando el camino que se había iniciado en 1931 y fue abruptamente yugulado en 1936.

Ignorar el mérito de la Constitución de 1978, seria desconocer la tempestuosa historia común y que pese a las condiciones en que nace, fue la palanca indispensable para sortear lo más negro de nuestra historia y trasladarnos a una sociedad distinta con el menor coste posible.

Pero ello no es óbice para ser conscientes de que esta nueva realidad que de forma galopante invade nuestro escenario vital, requiere para que siga siendo útil, reformarla en todos aquellos aspectos que permitan el acomodo de la sociedad de hoy, partiendo de que el principio máximo de una Constitución es ser útil a la ciudadanía. No cabe rehuir por más tiempo temas que están en la mente de casi todas y todos, y desde luego en las pesadillas y cortedad de miras de algunos. Por no hablar de la forma de Estado. No es de recibo que tras casi medio siglo de democracia se siga sustrayendo a la ciudadanía su derecho a decidir sobre ello.

GRACIAS CONSTITUCIÓN. Si hay que celebrar. Con ella hemos llegado hasta aquí. Y desde el sentido de estado y la dignidad cívica, el reto hoy es acometer las enmiendas necesarias en ella, en aras de continuar sin sobresaltos la andadura democrática y el tránsito por el siglo XXI.

*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.

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