jueves, 27 de enero de 2022

JUEGOS DE GUERRA. Antonio Campos Romay*

 La crispación actual, con innegable aroma a esperpéntico fleco de la guerra fría, da pie a algún comentarista a traer a colación que en la presunta frialdad entre la administración yanqui y la española, pesa el eco de un acto (por cierto muy prescindible) del Sr. Rodríguez Zapatero en un desfile militar, al no levantarse al paso de la bandera de las barras y estrellas.

De ser cierto tal disparate, y que sucesivas administraciones americanas hiciesen causa de aquel arañazo gestual del entonces líder de la oposición en su delicada piel, haría todavía más preocupante de lo que es, el criterio sobre la racionalidad operativa de las mismas.

Poniéndose tiquismiquis cabria invocar no arañazos, sino cuál diría un castizo, “patadas en los testículos” propinadas por el “amigo americano” en los últimos dos siglos a este sufrido país… Desde la infamia del Maine para justificar una guerra con la que se apoderaron de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, hasta el desfile triunfal en coche descubierto por la Castellana del presidente Eisenhower del brazo del más sangriento y cruel dictador sufrido por este país legitimando su régimen fascista. Humillando sin pudor el sentimiento democrático y la memoria de los que pagaron con su vida, el exilio o la cárcel la defensa de la democracia.

Amén de estas perlas abundan recuerdos incomodos como el suministro masivo de combustible en la guerra civil al bando fascista, el asunto Palomares, la deslealtad permanente apoyando al sátrapa alauita frente a los intereses españoles, y su sectarismo en el tema del Sahara… Seria infantil anclarse en sucesos de enojosa memoria para explicar el presente.

Y el presente, no es si el Sr. Sánchez está o no en una videoconferencia. El presente es que en un momento de extrema gravedad continental, quien no está ni se la espera, es la UE. Una UE que ha sido incapaz de tomarse en serio la necesidad de disponer de capacidad disuasoria propia, optando por descansar con peligrosa confianza en una organización militar ya obsoleta en orden a su razón de origen. Y que caído el muro de Berlín, la subsiguiente desaparición de la URSS y con ello el Pacto de Varsovia, queda muy en entredicho la razón de su pervivencia.

La OTAN a día de hoy, semeja ser la cobertura formal del intervencionismo norteamericano allá donde estime están sus intereses geopolíticos y estratégicos, sin que necesariamente coincidan con los de sus aliados. A los que la superpotencia concede en la Alianza una capacidad de decisión limitada. De forma descarnada lo puso en evidencia Donald Trump, arguyendo entre otros, temas económicos.

En su particular partida, Biden y Putin ponen en riesgo la estabilidad continental mientras China acecha calculadora al fondo. La UE asiste como público en un partido de tenis, moviendo la cabeza a derecha e izquierda. Y con la misma inacción, en la silla de al lado está la ONU y su Consejo de Seguridad.

Un autócrata carente de escrúpulos, tan poco receptivo al Derecho Internacional como a los valores democráticos, al frente de un país con severos problemas, pone en jaque a Europa haciendo sobrevolar el fantasma de posibles carnicerías que parecían superadas, para saciar sus frustraciones y protagonismo menguante. Algunas de sus razones que podrían ser dignas de consideración, se enturbian en orden a la sinrazón de su talante y sus antecedentes. Y también asoma implícito algo muy manido, el ánimo de a través del enemigo exterior, buscar el afianzamiento interior.

Al otro lado un líder, que cuando se le agrieta su máscara de setentón amable asoman los visajes de Trump, tamizados por maneras más melifluas y calculadas, pero con similares mañas. Una administración que se lame la vergüenza de Afganistán, la catástrofe de Oriente Medio, una economía resentida en aventuras extravagantes, y una vitola de aliado desleal, que se ve obligada a seguir en su fuga adelante jadeando ahogada, mientras siente en el cuello el aliento del Celeste o Rojo Imperio (que tanto tiene) y al que tanto teme.

En medio el proyecto europeo, cercado de asechanzas, enfrentándose a una peligrosa hoguera avivada con mano ajena. Europa necesita reflexionar sobre sí misma y redefinir su papel, absolutamente necesario en un mundo donde los valores humanos y la ciudadanía como sujeto de preocupaciones están a la baja. Hoy se ve enredada sin el respaldo de un mecanismo disuasorio propio, en algo que no cabe despachar con tentaciones reduccionistas del riesgo.

Como en todas las guerras, confiemos tenazmente no se produzca, no hay ni buenos ni justos. Solo una amalgama de intereses bastardos, usando la violencia como medio para alcanzar más poder y amasar más riquezas para unos pocos con la sangre de muchos, con total indiferencias a la siembra de dolor, odio y miseria.

El poeta y filósofo francés Paul Valery la definió con ruda nitidez, “En la guerra se masacran gentes que no se conocen, para provecho de gentes que sí se conocen, pero que no se masacran”.

*Antonio Campos Romay has sido diputado en el Parlamento de Galicia

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