No me refiero particularmente al régimen de este tipo en ningún país, sino en general. La democracia ha sido un régimen frágil siempre, se ha asentado aquí y allí con dificultades sin número, se ha mantenido a duras penas y ha estado amenazada siempre. En no pocos casos ha sucumbido.
En la antigua Atenas,
cuya democracia tenía poco que ver con lo hoy entendemos por tal, dicho régimen
duró poco para la ponderación que se le ha dado: a mediados del siglo V antes
de Cristo y luego ya empezaron las dificultades con la guerra del Peloponeso,
nada menos que durante treinta años, que hizo añicos aquel régimen. A duras
penas se reconstituyó. Fue la época de Sócrates y de los sofistas; la época en
que los extranjeros fluían a Atenas porque estaba permitido, no como en otras
ciudades griegas; no digamos en imperios como el persa.
Los filósofos y los
poetas, los arquitectos, escultores y ceramistas, el comercio y los exportadores,
los dueños de la tierra y los que la trabajaban vivían en un régimen de
libertad no conocida hasta entonces (salvo mujeres y esclavos). Un conflicto
civil vino a truncar tantos logros políticos, y los filósofos y artistas se
quedaron solos con su producción. Muchos volvieron a las islas del Egeo, a
Egipto, a la costa de Anatolia o a la Magna Grecia.
Los hermanos Graco en
Roma sucumbieron ante la barbarie de la clase senatorial, solo porque se les
había ocurrido aprobar unas leyes agrarias que pretendían hacer de Italia un
país de medianos propietarios dueños de sus destinos… El intento quedó abortado
tal y como sabemos por la narración que nos ha dejado Plutarco sobre Cayo, uno
de los hermanos.
Aquellas leyes
proponían también el envío de trigo a las colonias, que se hiciesen caminos y
se construyeran graneros, por lo que muchos siguieron a Cayo, tanto operarios
como artistas, legados y magistrados, soldados y literatos. Pero ¿cómo los
ricos senadores, propietarios de tierras, iban a permitir que se consolidasen
reformas que habituarían a los habitantes a un régimen que amenazaba su poder?
Por ello Cayo fue declarado enemigo del Estado, teniendo que huir con un
esclavo suyo, al cual dio orden de que le diese muerte cuando llegasen al
bosque de Furrina…
Las conquistas de la
Revolución Francesa, tanto desde 1789 como desde el período violento desde
1793, fueron allanadas por el ascenso de Bonaparte, militar de éxito en la
época, ilustrado y contradictorio, pues de su adscripción girondina no quedó
nada cuando se proclamó emperador, destituyó a parte de la antigua nobleza y
creó otra adicta a su persona; mantuvo el espíritu ilustrado pero su política
exterior llevó a la ruina a Francia y al restablecimiento de una monarquía casi
absoluta.
El régimen de la
Restauración española, que no fue nunca democrático pero sí liberal y
parlamentario, sobre todo hasta principios del siglo XX, sucumbió cuando ni la
clase dirigente ni el rey supieron convertirlo en una democracia como la que
existía en la Francia del momento o la Gran Bretaña heredera de la época
victoriana. La Gran Guerra acabó con la democracia francesa como con el
liberalismo avanzado de la Italia recién unificada. Bastó que terminase la
primera gran catástrofe del siglo XX europeo para que las ideologías
totalitarias se enseñoreasen de todo el continente (digo continente).
La misma Rusia, que
pudo haberse conducido por la senda de Kerenski y sus seguidores, se entregó a
una guerra civil tras los horrores de 1918, y esto fue aprovechado por los
bolcheviques para capitalizar el rechazo a la guerra por la población.
La República de Weimar
nunca se consolidó porque las circunstancias históricas eran lo menos propicias
para ello: derrota, totalitarismo galopante, ejército resentido, debilidad de
las instituciones…
Es una triste broma que
se hable de India como la democracia más grande del mundo, en alusión a su
numerosa población, la cual está compartimentada en castas y las desigualdades
sociales son abismales. Y de Estados Unidos se ha dicho que ha sido la primera
democracia del mundo, cuando la segregación racial perduró durante casi todo el
siglo XIX y aún se tuvieron que aprobar leyes civiles a favor de los negros… en
la década de 1960.
Reciente está el
episodio bochornoso y tiste del ex presidente Trump, que de nuevo amenaza con
poner en jaque la democracia estadounidense dentro de unos años. Ahí tenemos
los casos de Polonia y Hungría, desafiantes ante la tradición democrática que
trata de preservar la Unión Europea… No olvidemos el intento de golpe de Estado
en España en 1981, pero antes el régimen militar en Grecia.
Hoy vemos cómo los
herederos del fascismo, más o menos disfrazados, obtienen resultados
electorales notables en Francia, en Italia y en España, y lejos quedan los
logros democráticos de Bülent Ecevit a finales de los setenta y a finales de
los noventa en Turquía. Hoy Erdogan, según algunos, se permite simular un golpe
de Estado para depurar a los militares que no le son fieles, así como a
funcionarios, periodistas, etc.
La democracia está
permanentemente amenazada, un pequeño descuido y ¡zas! La derecha política española
no tiene escrúpulos porque no tiene tradición democrática. Se ha ido
constituyendo sin continuidad alguna según el momento: la CEDA durante la II
República, colaborando con los militares durante cuarenta años, configurándose
desde 1978 como la conocemos en la actualidad.
Pero es la sociedad a
la que cabe apelar: no oigo a dirigente político alguno hablar de la virtud
pública, no de los valores de solidaridad que ha predicado la doctrina
religiosa predominante en Europa. Una sociedad que es capaz de entregar el
poder político en Madrid a la vulgaridad, está en parte enferma. Creo que la
enfermedad se puede curar con el ejemplo de la virtud, con actitudes impecables
en la acción política, ahora que estamos salvaguardados por la mayor estructura
democrática que existe en el mundo (con muchos defectos) aunque ya vemos que
frágil. Ojalá no lo tengamos que lamentar.
L. de Guereñu Polán.
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