sábado, 24 de septiembre de 2022

El barranco de Babi Yar

 

Sergi Leznitsa, director de cine ucraniano, ha hecho una recopilación fotográfica y fílmica de primera importancia para reconstruir las atrocidades cometidas por los nazis desde el verano de 1941, primero en la parte oeste del país y luego en Kiev y en Jarkov, entre otras zonas[i]. Los filmes y las fotografías fueron obtenidos por los servicios de propaganda nazis, y desde 1943 por los soviéticos. Los ucranianos, que habían sufrido la hambruna y la inmisericorde opresión del estalinismo, caían ahora en manos de los nazis para volver más tarde a la situación de origen.

El 22 de junio de 1941 los blindados nazis entraron por la frontera oeste de Ucrania rumbo a Leópolis, una importante ciudad (hoy lo es más) de la histórica Galitzia, incorporando el territorio de su jurisdicción a la administración polaca, en manos de los nazis desde casi dos años antes[ii].

Jinetes, tanques, motoristas militares, camiones y cañones avanzaron por la geografía poniente de Ucrania arrasándolo todo: las aldeas fueron incendiadas, los campesinos apresados, asesinados si ofrecían la mínima resistencia, las vías de comunicación ocupadas, la ciudad de Leópolis no ofreció resistencia alguna; muy al contrario, no fueron pocos los que, apostados en las aceras de las calles, vitorearon al invasor nazi, luciendo galas regionales las jóvenes, aplaudiendo el gentío que, obviamente, no constituía el total de la población. Quizá los nazis fueron vistos como libertadores de la dictadura estalinista; se derribaron los retratos de Stalin y de Molotov, se pusieron grandes retratos de Hitler en las ventanas de los tranvías, en los edificios públicos, proliferaron las esvásticas, las señales de la ciudad, en alfabeto cirílico, fueron sustituidas por el alemán.

En aquel verano ucraniano, mientras los campos cultivados ardían, algunas explosiones en edificios notables de Leópolis, posiblemente obra de los nazis, fueron excusa para fusilar a los sospechosos o a los más significados colaboradores de la república soviética. Los lanzallamas hicieron su trabajo, la aviación filmó el aspecto desolado de la ciudad, atenazada por el miedo de una guerra de la que ya se sabía el horror en los últimos meses.

Los habitantes de Kiev, la capital política de la república soviética, se aprestaron a cavar fosos, con la tierra llenaron cientos de sacos que amontonaron a modo de empalizadas, construyeron paredones de madera para proteger su artillería… La ciudad presentaba un aspecto cetrino mientras las columnas nazis avanzaban sin resistencia. Inútil: los nazis se hicieron con Kiev y los impecables oficiales fascistas salieron sonrientes a los balcones y a las tribunas para saludar a la población. Repartieron credenciales a los habitantes que aceptaron el nuevo sometimiento que se imponía; sonreían unos y otros ante su suerte, salvadas por el momento sus vidas.

Pronto empezaron los cánticos nazis y las celebraciones en los foros públicos, las primeras órdenes, las detenciones de judíos, los desfiles por las calles, los acordes militares, los empujones y los abusos. Mujeres y hombres desnudos, niños asustados, madres apretujadas intentando encontrar unas en las otras la esperanza que les faltaba. ¿Qué se estaba viviendo? ¿Eran los nazis libertadores?

Entre el 29 y 30 se septiembre de 1941, poco más de tres meses después del cruce de la frontera, un “Sonderkomando” nazi, con la ayuda de dos batallones del Regimiento de la Policía del Sur y de la Policía Auxiliar de Ucrania (hasta ese momento al servicio del régimen soviético) fusiló a 33.771 judíos en un barranco llamado Babi Yar, al noroeste de la ciudad de Kiev, hoy ocupado por la trama urbana.

Se entró en las casas, se hicieron llamamientos para el personamiento de los judíos, se amenazó convenientemente: debían ir con ropa de abrigo, con alimentos y con sus bienes más preciados, de lo contrario… La comunidad judía se plegó ante la fuerza del enemigo y en aquellos dos días y sus noches, fueron tiroteados con cadencia criminal y certera (un soldado testificaría, en 1946, que a él le correspondió fusilar a 120).

El barranco, tal y como se muestra en el film, es casi una gran depresión en medio de una meseta cortada. Allí fueron cayendo miles de judíos (y quizá algunos que no lo eran; hablemos desde ahora de seres humanos). Una madre, junto a otras, fue tiroteada pero las balas alcanzaron solo a su hijito, que llevaba en brazos. Ella se desmayó y quedó varias horas quieta hasta que pudo escapar, aprovechando la noche, para contarlo. Otros testigos han aportado, en un juicio que se produjo bajo control soviético en 1946, narraciones espeluznantes, escenas dantescas, horrores sin cuento.

Mientras tanto el avance de los nazis seguía hacia el Este del país; los servicios de propaganda lo filmaban todo para mostrarlo a los altos mandos anexos al Führer: ¡qué eficacia en el cumplimento de las ódenes, qué poderío, que lustre el de los oficiales, que aguerrida la tropa! Es para estar orgullosos de que toda la atrocidad pensada fuese siendo superada en el campo de batalla. Da igual si la población es civil o militar; lo importante es que cae sometida ante el armamento alemán.

Los que no murieron en el barranco de Babi Yar fueron rodeados por las moscas, ávidas de las pústulas, medio cubiertos por el barro, apenas reconocidos por sus familiares, temerosos de encontrar a uno de los suyos. Otros huyeron sin suerte, otros colaboraron mezquinamente, pero tenían un miedo atroz, tenían todo menos lo que un ser humano libre tiene. Aquellos miles de aldeanos, de empleados, de carpinteros, médicos, hojalateros, tenderos, obreros de la construcción, empleados de los servicios públicos, ferroviarios, peleteros, zapateros, enfermeros, madres, hijos mozos, niños con la mirada triste y el semblante sucio y desconsolado. Miles de muertos además de los que fueron cayendo en el barranco de Babi Yar.

El barranco de Babi Yar: en 1952 las autoridades locales ordenaron llenarlo de escombros dejando más sepultados aún aquellos cuerpos descarnados. ¿No tuvieron el valor moral de exhumarlos? ¿No tuvieron esperanza de que les fuese permitido por las autoridades soviéticas? Crímenes y más crímenes, vileza y más vileza; una naturaleza humana caída en la máxima depravación imaginable. En el film de Leznitsa se ve la miseria de unos y la miseria de otros, se ve la ignominia, el horror, la humillación infinita, la soberbia infinita.

¿Qué nos enseñan “episodios” como este? ¿Tendremos el arrojo de valorar los bienes de la democracia, de la libertad, con todos los defectos que le queramos ver? La alternativa, al parecer, es volver al odio, el odio al otro, al inmigrante, al judío, al gitano, al vecino, al extranjero, al pobre; el odio a la libertad, a la verdad. Avanzan por los campos de Europa los partidos herederos –bufones hoy, no sabemos mañana- de aquellos regímenes totalitarios, crueles, viles, miserables, inmisericordes. Avanzan mientras los europeos nos deleitamos en el olvido de los valores que tanto trabajo, tanto sufrimiento, tanto tiempo ha costado forjar. Recordemos, ya que tenemos ocasión por obra de un director excepcional, a las víctimas del barranco de Babi Yar.

L. de Guereñu Polán


[i] “Babi Yar. Contex”

[ii] Leópolis había sido ocupada por los soviéticos en 1939, en “virtud” del pacto germano-soviético para repartirse Polonia, a finales de junio de 1941 cayó en manos de los nazis, en el verano de 1944 volvió al control soviético.

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