Sergi Leznitsa,
director de cine ucraniano, ha hecho una recopilación fotográfica y fílmica de
primera importancia para reconstruir las atrocidades cometidas por los nazis
desde el verano de 1941, primero en la parte oeste del país y luego en Kiev y
en Jarkov, entre otras zonas[i].
Los filmes y las fotografías fueron obtenidos por los servicios de propaganda
nazis, y desde 1943 por los soviéticos. Los ucranianos, que habían sufrido la
hambruna y la inmisericorde opresión del estalinismo, caían ahora en manos de
los nazis para volver más tarde a la situación de origen.
El 22 de junio de 1941
los blindados nazis entraron por la frontera oeste de Ucrania rumbo a Leópolis,
una importante ciudad (hoy lo es más) de la histórica Galitzia, incorporando el
territorio de su jurisdicción a la administración polaca, en manos de los nazis
desde casi dos años antes[ii].
Jinetes, tanques,
motoristas militares, camiones y cañones avanzaron por la geografía poniente de
Ucrania arrasándolo todo: las aldeas fueron incendiadas, los campesinos
apresados, asesinados si ofrecían la mínima resistencia, las vías de
comunicación ocupadas, la ciudad de Leópolis no ofreció resistencia alguna; muy
al contrario, no fueron pocos los que, apostados en las aceras de las calles,
vitorearon al invasor nazi, luciendo galas regionales las jóvenes, aplaudiendo
el gentío que, obviamente, no constituía el total de la población. Quizá los
nazis fueron vistos como libertadores de la dictadura estalinista; se
derribaron los retratos de Stalin y de Molotov, se pusieron grandes retratos de
Hitler en las ventanas de los tranvías, en los edificios públicos, proliferaron
las esvásticas, las señales de la ciudad, en alfabeto cirílico, fueron
sustituidas por el alemán.
En aquel verano
ucraniano, mientras los campos cultivados ardían, algunas explosiones en
edificios notables de Leópolis, posiblemente obra de los nazis, fueron excusa
para fusilar a los sospechosos o a los más significados colaboradores de la
república soviética. Los lanzallamas hicieron su trabajo, la aviación filmó el
aspecto desolado de la ciudad, atenazada por el miedo de una guerra de la que
ya se sabía el horror en los últimos meses.
Los habitantes de Kiev,
la capital política de la república soviética, se aprestaron a cavar fosos, con
la tierra llenaron cientos de sacos que amontonaron a modo de empalizadas,
construyeron paredones de madera para proteger su artillería… La ciudad
presentaba un aspecto cetrino mientras las columnas nazis avanzaban sin
resistencia. Inútil: los nazis se hicieron con Kiev y los impecables oficiales
fascistas salieron sonrientes a los balcones y a las tribunas para saludar a la
población. Repartieron credenciales a los habitantes que aceptaron el nuevo
sometimiento que se imponía; sonreían unos y otros ante su suerte, salvadas por
el momento sus vidas.
Pronto empezaron los
cánticos nazis y las celebraciones en los foros públicos, las primeras órdenes,
las detenciones de judíos, los desfiles por las calles, los acordes militares,
los empujones y los abusos. Mujeres y hombres desnudos, niños asustados, madres
apretujadas intentando encontrar unas en las otras la esperanza que les faltaba.
¿Qué se estaba viviendo? ¿Eran los nazis libertadores?
Entre el 29 y 30 se
septiembre de 1941, poco más de tres meses después del cruce de la frontera, un
“Sonderkomando” nazi, con la ayuda de dos batallones del Regimiento de la
Policía del Sur y de la Policía Auxiliar de Ucrania (hasta ese momento al
servicio del régimen soviético) fusiló a 33.771 judíos en un barranco llamado
Babi Yar, al noroeste de la ciudad de Kiev, hoy ocupado por la trama urbana.
Se entró en las casas,
se hicieron llamamientos para el personamiento de los judíos, se amenazó
convenientemente: debían ir con ropa de abrigo, con alimentos y con sus bienes
más preciados, de lo contrario… La comunidad judía se plegó ante la fuerza del
enemigo y en aquellos dos días y sus noches, fueron tiroteados con cadencia
criminal y certera (un soldado testificaría, en 1946, que a él le correspondió
fusilar a 120).
El barranco, tal y como
se muestra en el film, es casi una gran depresión en medio de una meseta
cortada. Allí fueron cayendo miles de judíos (y quizá algunos que no lo eran;
hablemos desde ahora de seres humanos). Una madre, junto a otras, fue tiroteada
pero las balas alcanzaron solo a su hijito, que llevaba en brazos. Ella se
desmayó y quedó varias horas quieta hasta que pudo escapar, aprovechando la
noche, para contarlo. Otros testigos han aportado, en un juicio que se produjo
bajo control soviético en 1946, narraciones espeluznantes, escenas dantescas,
horrores sin cuento.
Mientras tanto el avance
de los nazis seguía hacia el Este del país; los servicios de propaganda lo
filmaban todo para mostrarlo a los altos mandos anexos al Führer: ¡qué eficacia
en el cumplimento de las ódenes, qué poderío, que lustre el de los oficiales,
que aguerrida la tropa! Es para estar orgullosos de que toda la atrocidad
pensada fuese siendo superada en el campo de batalla. Da igual si la población
es civil o militar; lo importante es que cae sometida ante el armamento alemán.
Los que no murieron en
el barranco de Babi Yar fueron rodeados por las moscas, ávidas de las pústulas,
medio cubiertos por el barro, apenas reconocidos por sus familiares, temerosos
de encontrar a uno de los suyos. Otros huyeron sin suerte, otros colaboraron
mezquinamente, pero tenían un miedo atroz, tenían todo menos lo que un ser
humano libre tiene. Aquellos miles de aldeanos, de empleados, de carpinteros,
médicos, hojalateros, tenderos, obreros de la construcción, empleados de los
servicios públicos, ferroviarios, peleteros, zapateros, enfermeros, madres,
hijos mozos, niños con la mirada triste y el semblante sucio y desconsolado.
Miles de muertos además de los que fueron cayendo en el barranco de Babi Yar.
El barranco de Babi
Yar: en 1952 las autoridades locales ordenaron llenarlo de escombros dejando
más sepultados aún aquellos cuerpos descarnados. ¿No tuvieron el valor moral de
exhumarlos? ¿No tuvieron esperanza de que les fuese permitido por las
autoridades soviéticas? Crímenes y más crímenes, vileza y más vileza; una
naturaleza humana caída en la máxima depravación imaginable. En el film de
Leznitsa se ve la miseria de unos y la miseria de otros, se ve la ignominia, el
horror, la humillación infinita, la soberbia infinita.
¿Qué nos enseñan “episodios”
como este? ¿Tendremos el arrojo de valorar los bienes de la democracia, de la
libertad, con todos los defectos que le queramos ver? La alternativa, al
parecer, es volver al odio, el odio al otro, al inmigrante, al judío, al
gitano, al vecino, al extranjero, al pobre; el odio a la libertad, a la verdad.
Avanzan por los campos de Europa los partidos herederos –bufones hoy, no
sabemos mañana- de aquellos regímenes totalitarios, crueles, viles, miserables,
inmisericordes. Avanzan mientras los europeos nos deleitamos en el olvido de
los valores que tanto trabajo, tanto sufrimiento, tanto tiempo ha costado
forjar. Recordemos, ya que tenemos ocasión por obra de un director
excepcional, a las víctimas del barranco de Babi Yar.
L. de Guereñu Polán
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