domingo, 23 de octubre de 2022

La aberración cubana

 

Por lo que veo a mi alrededor se suele tener de Cuba la idea de que fue una colonia española que se independizó en 1898 y mucho más tarde cayó bajo la férula de los hermanos Castro. Tal reduccionismo raya en lo inexacto por todos los costados: en primer lugar Cuba no fue independiente hasta 1902, cuando empezó lo que sus historiadores llaman “la República”; hasta entonces estuvo bajo el control de Estados Unidos como lo estaría entre 1906 y 1909.

La verdadera historia de Cuba es mucho más rica de lo que se suele decir de forma gruesa: ya cuando era colonia, en el siglo XIX, surgieron partidos políticos no formales entre los que podemos diferenciar a los integristas, a los reformistas de J. A. Saco, a los autonomistas que luego derivarían hacia el independentismo, a los separatistas respecto de la metrópoli española, y los partidarios del anexionismo a Estados Unidos. La masonería, por otra parte, influyó en casi todos ellos, pero sobre todo en las aspiraciones de libertad y de justicia desde 1804.

Con su primer Presidente, Tomás Estrada, llegaron a Cuba muchos españoles que creyeron encontrar mejor acomodo en un Estado recientemente constituido que en las convulsas repúblicas hispanoamericanas. Ello contribuyó a un aporte económico y cultural nada despreciable,  y el propio Estrada así lo apreció. Luego fueron surgiendo, si no existían antes, los partidos de los Menocal y Zayas, este de una cultura singular, y por su época había comunistas en Cuba, por minoritarios que fuesen, en la década de 1920. ¿Cómo no si habían llegado allí los ecos de la revolución soviética? Pero ello fue posible porque había una prensa libre que informaba y animaba las tertulias y los casinos: El Heraldo, El Imparcial, El Cubano Libre y otros periódicos. También la radio jugó un papel importante desde 1927, contribuyendo a la unificación de Cuba junto con la gran carretera central, que comunicó desde entonces los dos extremos de la isla durante el mandato del Presidente Machado.

Cuba fue un país adelantado en cierta legislación, y baste decir que se aprobó una ley del divorcio en 1918, pero tanto el citado Presidente Estrada como sus sucesores, hicieron bandera de las inversiones públicas en educación, adelantándose Cuba a muchos otros países iberoamericanos. Valga decir que fue el primer país con un Ministerio de Salud, por lo que los logros en estas dos materias durante el mandato de los Castro cuentan con una base que no se puede ignorar, máxime cuando se prolongó en el tiempo y solo se detuvo, parcialmente, durante los mandatos de Batista en los años cincuenta.

Como solo se suele oír sobre las guerras que Cuba mantuvo con España (particularmente la de 1898), digamos también que los cubanos tuvieron otra en 1906, ocasionada por el intento de Estrada de continuar en el poder más allá de lo que establecía la ley, excusa que sirvió a Estados Unidos para intervenir en la isla durante tres años. Existió siempre en Cuba –cosa que no deben saber los hermanos Castro- un rechazo a la prolongación de los mandatos de sus presidentes, y así mismo le ocurrió a Machado años más tarde. Y aún sufrirían los cubanos en 1912 su guerra racista, ocasionada por los negros que se veían, a pesar de la tardía abolición de la esclavitud por España en 1880, que sus derechos y trato no eran los mismos que los que disfrutaban blancos y mulatos.

El régimen de la República cubana marchaba por buen camino, desarrollándose su industria azucarera y del tabaco para la exportación, aunque demasiado centrada en el destino estadounidense de dichos productos. Surgieron movimientos estudiantiles porque había centros donde era posible estudiar y debatir, partidos políticos nuevos porque había libertad de expresión, aunque no faltasen las prácticas autoritarias; el debate era constante y los partidos se dividían y refundaban, se fusionaban y enriquecían el flujo de ideas entre la ciudadanía. Es la época de la Unión Nacionalista de Mendieta, del novelista Loveira, de Amelia Peláez y Lidya Cabrera, pintora aquella, antropóloga y escritora esta, muestras de que el Régimen republicano cubano repartía las cartas con bastante equidad para lo que era común en la época.

Ya en 1925 se fundó un Partido Socialista (comunista) y un Partido Bolchevique en 1933; se creó el Partido Auténtico en 1934, una de cuyas tendencias era socialista y así se manifestaría más tarde. Mientras tanto, el valor patrimonial urbanístico de La Habana, fundamentalmente, es obra de los años que estamos citando, además de algunos ejemplos de la época colonial. Afluían inmigrantes a Cuba, mientras que con los hermanos Castro hay emigración (clandestina o planificada por el Estado). Aquella es la época del periodista liberal y luego Ministro de Educación Vasconcelos, que colaboró con Fulgencio Batista en la época constitucional de este; es la época de Hornedo que, procediendo de una familia con pocos recursos, llegó a ser un próspero empresario, liberal en política, senador y redactor con otros de la Constitución cubana de 1940, muy avanzada para su época.

El sentimiento antiimperialista era común a todos los partidos cubanos, expresión de una población generalmente bien informada aunque desigual en recursos, y aunque la etapa anterior a los años cincuenta fue de libertades, no faltaron los gobernantes que obligaron a que un periódico, ABC, se tuviese que fundar en la clandestinidad (1931). Obviamente, las desigualdades propias de los regímenes de libre mercado existían, pero no faltaba la libertad para denunciarlas, aunque en ocasiones las autoridades no fuesen sensibles a los gritos de desesperación. Tal situación fue debida, en gran medida, a la masiva población negra cubana a partir del comercio esclavista que tuvo lugar en siglos pasados, mientras que los inmigrantes españoles tuvieron suertes diversas a lo largo del siglo XX. Las clases bajas y discriminadas en la Cuba de la primera mitad del siglo XX estaban formadas esencialmente por negros; se era pobre porque se era negro…

Pocas veces se dice –a pesar de los esfuerzos de los historiadores de todos los hemisferios- que el triunfo de los Castro, Cienfuegos, Guevara, etc. se debió, además de a su capacidad guerrillera y a la propaganda, capaz de hacer ver que contaban con más fuerza que la real, a la dejación y aún auxilio del ejército de Batista, que recibió a los “libertadores” con alborozo entrando en La Habana triunfalmente y sin oposición. Castro no hizo alusión alguna a su adscripción comunista porque no lo era en 1959; Cuba fue reconocida, en primer lugar, por Estados Unidos, interesados en mantener las relaciones de privilegio con la isla; Castro viajó al gran país del norte en demanda de ayuda económica y no la tuvo. Se entregó entonces al otro bando y se echó en manos de un régimen criminal, el de la Unión Soviética.

Pero cuando la URSS se hundió y dejaron de llegar divisas a Cuba, el empobrecimiento del país fue galopante: sin abastecimientos, cayéndose los edificios nobles, las calles abandonadas, la población mal pagada por el Estado, los negocios particulares nacionalizados, la moneda duplicada: una para los cubanos y otra para los turistas. Cuando se vio que la de estos últimos se equiparaba al dólar, se dieron paradojas curiosas. Solo la educación –sin libertad- y la sanidad habían sido salvadas, pero atrás quedaban los vivos debates ideológicos y partidarios, atrás la libertad de prensa y de expresión, atrás la libertad de asociación, sindical y de voto. Intelectuales acallados o encarcelados, disidentes fusilados, detenciones arbitrarias, justicia al dictado del Gobierno; lástima dan las tumultuosas asambleas de cubanos aplaudiendo –ahora ya sin brío- al dirigente de turno. Así se llegó a la aberración que es hoy Cuba.

L. de Guereñu Polán.

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