Por lo que veo a mi
alrededor se suele tener de Cuba la idea de que fue una colonia española que se
independizó en 1898 y mucho más tarde cayó bajo la férula de los hermanos
Castro. Tal reduccionismo raya en lo inexacto por todos los costados: en primer
lugar Cuba no fue independiente hasta 1902, cuando empezó lo que sus
historiadores llaman “la República”; hasta entonces estuvo bajo el control de
Estados Unidos como lo estaría entre 1906 y 1909.
La verdadera historia
de Cuba es mucho más rica de lo que se suele decir de forma gruesa: ya cuando
era colonia, en el siglo XIX, surgieron partidos políticos no formales entre
los que podemos diferenciar a los integristas, a los reformistas de J. A. Saco,
a los autonomistas que luego derivarían hacia el independentismo, a los
separatistas respecto de la metrópoli española, y los partidarios del
anexionismo a Estados Unidos. La masonería, por otra parte, influyó en casi
todos ellos, pero sobre todo en las aspiraciones de libertad y de justicia
desde 1804.
Con su primer
Presidente, Tomás Estrada, llegaron a Cuba muchos españoles que creyeron encontrar
mejor acomodo en un Estado recientemente constituido que en las convulsas repúblicas
hispanoamericanas. Ello contribuyó a un aporte económico y cultural nada
despreciable, y el propio Estrada así lo
apreció. Luego fueron surgiendo, si no existían antes, los partidos de los
Menocal y Zayas, este de una cultura singular, y por su época había comunistas
en Cuba, por minoritarios que fuesen, en la década de 1920. ¿Cómo no si habían
llegado allí los ecos de la revolución soviética? Pero ello fue posible porque
había una prensa libre que informaba y animaba las tertulias y los casinos: El
Heraldo, El Imparcial, El Cubano Libre y otros periódicos. También la radio
jugó un papel importante desde 1927, contribuyendo a la unificación de Cuba junto
con la gran carretera central, que comunicó desde entonces los dos extremos de
la isla durante el mandato del Presidente Machado.
Cuba fue un país
adelantado en cierta legislación, y baste decir que se aprobó una ley del
divorcio en 1918, pero tanto el citado Presidente Estrada como sus sucesores,
hicieron bandera de las inversiones públicas en educación, adelantándose Cuba a
muchos otros países iberoamericanos. Valga decir que fue el primer país con un
Ministerio de Salud, por lo que los logros en estas dos materias durante el
mandato de los Castro cuentan con una base que no se puede ignorar, máxime
cuando se prolongó en el tiempo y solo se detuvo, parcialmente, durante los
mandatos de Batista en los años cincuenta.
Como solo se suele oír
sobre las guerras que Cuba mantuvo con España (particularmente la de 1898),
digamos también que los cubanos tuvieron otra en 1906, ocasionada por el
intento de Estrada de continuar en el poder más allá de lo que establecía la
ley, excusa que sirvió a Estados Unidos para intervenir en la isla durante tres
años. Existió siempre en Cuba –cosa que no deben saber los hermanos Castro- un
rechazo a la prolongación de los mandatos de sus presidentes, y así mismo le
ocurrió a Machado años más tarde. Y aún sufrirían los cubanos en 1912 su guerra
racista, ocasionada por los negros que se veían, a pesar de la tardía abolición
de la esclavitud por España en 1880, que sus derechos y trato no eran los
mismos que los que disfrutaban blancos y mulatos.
El régimen de la
República cubana marchaba por buen camino, desarrollándose su industria
azucarera y del tabaco para la exportación, aunque demasiado centrada en el
destino estadounidense de dichos productos. Surgieron movimientos estudiantiles
porque había centros donde era posible estudiar y debatir, partidos políticos
nuevos porque había libertad de expresión, aunque no faltasen las prácticas
autoritarias; el debate era constante y los partidos se dividían y refundaban,
se fusionaban y enriquecían el flujo de ideas entre la ciudadanía. Es la época
de la Unión Nacionalista de Mendieta, del novelista Loveira, de Amelia Peláez y
Lidya Cabrera, pintora aquella, antropóloga y escritora esta, muestras de que
el Régimen republicano cubano repartía las cartas con bastante equidad para lo
que era común en la época.
Ya en 1925 se fundó un
Partido Socialista (comunista) y un Partido Bolchevique en 1933; se creó el
Partido Auténtico en 1934, una de cuyas tendencias era socialista y así se
manifestaría más tarde. Mientras tanto, el valor patrimonial urbanístico de La
Habana, fundamentalmente, es obra de los años que estamos citando, además de
algunos ejemplos de la época colonial. Afluían inmigrantes a Cuba, mientras que
con los hermanos Castro hay emigración (clandestina o planificada por el
Estado). Aquella es la época del periodista liberal y luego Ministro de
Educación Vasconcelos, que colaboró con Fulgencio Batista en la época
constitucional de este; es la época de Hornedo que, procediendo de una familia
con pocos recursos, llegó a ser un próspero empresario, liberal en política,
senador y redactor con otros de la Constitución cubana de 1940, muy avanzada
para su época.
El sentimiento
antiimperialista era común a todos los partidos cubanos, expresión de una
población generalmente bien informada aunque desigual en recursos, y aunque la
etapa anterior a los años cincuenta fue de libertades, no faltaron los
gobernantes que obligaron a que un periódico, ABC, se tuviese que fundar en la
clandestinidad (1931). Obviamente, las desigualdades propias de los regímenes
de libre mercado existían, pero no faltaba la libertad para denunciarlas,
aunque en ocasiones las autoridades no fuesen sensibles a los gritos de
desesperación. Tal situación fue debida, en gran medida, a la masiva población
negra cubana a partir del comercio esclavista que tuvo lugar en siglos pasados,
mientras que los inmigrantes españoles tuvieron suertes diversas a lo largo del
siglo XX. Las clases bajas y discriminadas en la Cuba de la primera mitad del
siglo XX estaban formadas esencialmente por negros; se era pobre porque se era
negro…
Pocas veces se dice –a pesar
de los esfuerzos de los historiadores de todos los hemisferios- que el triunfo
de los Castro, Cienfuegos, Guevara, etc. se debió, además de a su capacidad
guerrillera y a la propaganda, capaz de hacer ver que contaban con más fuerza
que la real, a la dejación y aún auxilio del ejército de Batista, que recibió a
los “libertadores” con alborozo entrando en La Habana triunfalmente y
sin oposición. Castro no hizo alusión alguna a su adscripción comunista porque
no lo era en 1959; Cuba fue reconocida, en primer lugar, por Estados Unidos,
interesados en mantener las relaciones de privilegio con la isla; Castro viajó
al gran país del norte en demanda de ayuda económica y no la tuvo. Se entregó
entonces al otro bando y se echó en manos de un régimen criminal, el de la
Unión Soviética.
Pero cuando la URSS se
hundió y dejaron de llegar divisas a Cuba, el empobrecimiento del país fue
galopante: sin abastecimientos, cayéndose los edificios nobles, las calles
abandonadas, la población mal pagada por el Estado, los negocios particulares
nacionalizados, la moneda duplicada: una para los cubanos y otra para los
turistas. Cuando se vio que la de estos últimos se equiparaba al dólar, se
dieron paradojas curiosas. Solo la educación –sin libertad- y la sanidad habían
sido salvadas, pero atrás quedaban los vivos debates ideológicos y partidarios,
atrás la libertad de prensa y de expresión, atrás la libertad de asociación,
sindical y de voto. Intelectuales acallados o encarcelados, disidentes
fusilados, detenciones arbitrarias, justicia al dictado del Gobierno; lástima
dan las tumultuosas asambleas de cubanos aplaudiendo –ahora ya sin brío- al dirigente
de turno. Así se llegó a la aberración que es hoy Cuba.
L. de Guereñu Polán.
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