En los estudios de
educación secundaria y bachillerato, en España, existe un gran vacío sobre el
conocimiento de amplios territorios y multitud de pueblos que estuvieron
vinculados a nuestro país, particularmente en América, Asia y África.
¿No ha de interesar la
historia de los reinos y habitantes de la América prehispánica, la acción de
España sobre los mismos y el parentesco que en los dos últimos siglos ha
seguido relacionando a la América hispánica y España? Decimos reinos porque
aquellos territorios nunca fueron colonias en el sentido convencional que se
entienden, aunque los estudiantes y profesores de América sigan hablando de la
época “de la colonia”.
¿Cómo es posible que
los adolescentes españoles no sepan nada de la etnografía prehispánica en
América, que se puede estudiar al tiempo que se aborda el fenómeno de la
conquista y sus características, la colonización y aún la independencia? No se
trata de un estudio exhaustivo de los múltiples pueblos que, en diverso grado
de desarrollo, poblaron y pueblan América, sino de tener una idea de su
complejidad y cosmovisiones, el fenómeno que representó el contacto entre
españoles y americanos en los siglos XV y XVI y el mestizaje que se produjo a partir
de este momento, fenómeno de un gran interés humano. ¿Podría pensarse sobre la
mentalidad de los Moctezuma, Cuautémoc, Atahualpa o Lautaro?
La conquista fue una
labor privada en un primer momento, comprometiendo a capitanes españoles que
empeñaron su fortuna en la construcción de naves y en la contratación de
soldados, frailes y personal auxiliar, como es el caso de Hernán Cortés,
Francisco Pizarro, Pedro de Valdivia, Nuño de Guzmán, pudiéndose recurrir a
este último para mostrar la enorme crueldad de la que es capaz el ser humano.
Ello implicaría conocer
a grandes rasgos la geografía de América, completamente desconocida para los
europeos de la época: grandes cordilleras como los Andes, selvas impenetrables,
ríos de una longitud y caudalosidad extraordinarias, grandes desiertos y
altiplanos, climas tan diversos y distintos de los conocidos en España. También
implicaría conocer los avances de la navegación desde el siglo XV y el
conocimiento sobre el régimen de vientos dominantes tanto en el Atlántico como
en el Pacífico.
La existencia de
imperios en la América prehispánica implicó el sometimiento de unos pueblos
indígenas por otros, existiendo por tanto una hostilidad latente entre
dominados y dominantes, lo que los conquistadores españoles no hicieron sino
continuar. Tal fenómeno debe ser visto como una constante histórica que ha
tenido sus pros y sus contras: desaparición de antiguas culturas, aportes
culturales y técnicos, conocimiento de productos naturales para la agricultura
y la ganadería, etc. De igual importancia es conocer que la conquista no
hubiera sido posible, probablemente, si los españoles no contasen con la
alianza de los pueblos indígenas, enfrentados no pocas veces entre sí:
tlascaltecas en Nueva España; cañaris y chachapoyas en los Andes, por poner
solo algunos ejemplos.
No menos interés tiene,
en contacto con el comportamiento humano a lo largo de los tiempos, el fenómeno
de la trata negrera, origen de la existencia de grandes comunidades de dicha
raza en muchos países de América, particularmente Estados Unidos y las
Antillas. La mentalidad de la época discriminó al negro respecto del indio, a
este respecto del mestizo y el criollo, descendiente este de europeos pero ya
nacido en América. ¿No emocionará esto a los estudiantes imbuidos de un sentido
democrático como el que se ha dotado nuestro país?
La organización social
jerarquizada de los pueblos indígenas, con caciques y curacas al frente de las
comunidades, facilitó la labor de los conquistadores, que llegando a acuerdos
con aquellos y reservándoles sus privilegios y posesiones, pudieron llevar a
efecto sus objetivos: metales preciosos, tierras y honores; pero al mismo
tiempo cabría hacer una reflexión sobre las vanidades humanas, sus egoísmos e
injusticias, que solo se entienden si se comprende en parte la época estudiada
y aún los casos que se dan en nuestro mundo actual.
De igual manera debe
ponerse de manifiesto que la parte del oro y plata que correspondía a la Corona
permitió a la monarquía española mantener su hegemonía militar y territorial en
la Europa de su tiempo, hasta que el agotamiento por tanto esfuerzo produzca su
declive. El capitalismo europeo experimentó un empuje con las riquezas
americanas.
Los conocimientos de
los pueblos indígenas de América, sobre todo en arquitectura e ingeniería, son
de un interés extraordinario, teniendo en cuenta las grandes distancias
meridianas holladas por los españoles, desde los actuales Estados Unidos hasta
el cabo de Hornos; bien entendido que algunos territorios nunca fueron ocupados
por los españoles, como el sur de Chile y la Patagonia, pero otros fueron
intensamente colonizados, como las islas antillanas, el altiplano mexicano, los
países del istmo, los andinos y los territorios entre las actuales Bolivia y
Argentina. Y con el tiempo se fueron levantando mapas cobre las tierras descubiertas,
labor ímproba y lenta, disuadiendo pronto a unos y otros de que no existía un
paso marítimo hacia el Pacífico en el norte de América.
Una breve referencia a
la toponimia hispana en Estados Unidos puede dar una idea de la presencia
española en esas vastas tierras, donde se produjeron epopeyas que, incluso en
un sentido lúdico, pueden ser de interés conocer: Ponce de León, Cabeza de
Vaca, Vázquez de Coronado, Hernando de Soto y Junípero Serra. ¿Cuáles eran las
motivaciones de estos hombres que vivieron en un tiempo para nosotros en parte
incomprensible? Interés tiene, en contacto con el fenómeno corsario, el papel
en el estrecho de Magallanes de Sarmiento de Gamboa, labor titánica que –como
en otros casos- acabó con la vida de todos los partícipes.
La demografía indiana y
su sangría, sobre todo debida a las enfermedades contraídas a partir del
contacto con los europeos, el trabajo forzado y las guerras, bien entendido que
la mita y las guerras ya existían antes de la llegada de los españoles. La institución
de la encomienda y las denuncias contra los abusos cometidos sobre los indios,
bastando con citar a Antonio de Montesinos, Bartolomé de Las Casas, Cieza de
León y Alvarado Tezozómoc. Igualmente la legislación española protectora de los
indígenas, de tan difícil aplicación en las Indias, durante el reinado de
Fernando el Católico (1512), las leyes de Valladolid (1513) y las de Burgos
(1542).
Importancia capital
tuvo el clero regular, sobre todo franciscanos, dominicos, agustinos y
jesuitas, esforzados evangelizadores de su tiempo, que aprendieron las lenguas
nativas (nahualt, maya y quechua particularmente) para una mejor comunicación
con los indígenas. La pronta organización administrativa de la América hispana
en Virreinatos, Audiencias y Gobernaciones, que dieron personajes ejemplares y
otros corrompidos por el poder y la lejanía de la Corte. Las dificultades para
pacificar a los indígenas en algunos territorios (chichimecas, araucanos, por
poner dos ejemplos) defensores de su identidad, refractarios a toda novedad y luchadores
contra los abusos que habían sufrido de manos de los españoles.
Importancia especial
tiene el hecho de que los herederos de la dominación española fueron los
criollos, es decir, blancos que venían de heredar haciendas, tierras, cargos
públicos, y se habían educado en colegios y en el ejército. Cuando llegue el
momento de la independencia serán estos criollos los adalides de la misma,
ejemplos de lo cual son Bolívar, San Martín, Francisco de Miranda o Iturbide. Y
fueron los nacientes Estados a principios del siglo XIX los encargados de
colonizar los territorios que habían escapado al fenómeno aquí tratado, como el
caso de Yucatán por México, los indios ranqueles, patagones y pampas por
Argentina, la disputa entre este país y Chile por el territorio de los
pehuenches…
España traspasó a
América, a medida que está fue administrada por la metrópoli, fundaciones como
las existentes aquí: universidades, colegios, hospitales, hospicios, iglesias y
catedrales, edificios civiles, un arte propio del Renacimiento y del Barroco,
que los habitantes de América adaptaron a sus gustos particulares, y donde se
ve el sincretismo entre su arte ancestral y el importado.
Pero también es
importante conocer –para una mejor aceptación del otro- la sensibilidad de los
pueblos indígenas en sus manifestaciones espirituales, religiosas, mágicas y
artísticas: ¿cómo no admirar el delicadísimo arte de los muiscas, de los
taironas, de los habitantes del río Magdalena, de los mayas o de los mexicas?
Trabajos en oro, en cobre, en barro, cerámicas y objetos votivos, manifestaciones
todas que disuaden de concebir a estos pueblos como primitivos; simplemente no
habían desarrollado una tecnología guerrera y literaria como los europeos.
Se fundaron ciudades,
se explotaron minas, se cultivaron campos, se llevó la ganadería a América (con
el impacto ecológico que ello representó), se construyeron vías de comunicación
y puertos, baluartes defensivos contra las aspiraciones de otras potencias
marítimas (Inglaterra, Holanda y Francia particularmente), se desarrolló un
comercio marítimo intenso que incluso tuvo como destino las islas Filipinas
desde la segunda mitad del siglo XVI, pasando a depender estas del Virreinato
de Nueva España. Y todo ello por medio de la explotación inmisericorde de una
gran masa de pobladores cuya esperanza de vida era bajísima, cuyos sufrimientos
la humanidad nunca podrá reparar. Por eso fue posible que surgiesen los
cronistas mestizos, que nos han dejado obras con versiones distintas a las de
los que estaban al servicio de los conquistadores; valga el ejemplo del Inca
Garcilaso de la Vega, pero no es el único.
En todo caso es
necesario cobrar conciencia de las enormes distancias que se salvaron, por mar
y por tierra, los peligros que se corrieron, las enormes mortandades que se
sufrieron por parte de unos y otros. Cabe reflexionar sobre la mentalidad
dominante entre los conquistadores, hidalgos sin fortuna en su mayor parte que
aspiraron a una gloria que el destino no les había deparado; pero también hay
que contar con los aventureros, delincuentes, clérigos y personas altruistas
que, ya antes o en territorio americano, vieron allí una forma de realización
personal, un objetivo vital, un medio de salvación, en lo que Bernardino de
Sahagún quizá sea un ejemplo sobresaliente.
Quizá no exista otro
imperio como el español en la historia: ya sea por el momento en que se produjo,
muy lejos del imperialismo moderno, ya sea por las mentalidades dominantes, ya
por el nuevo tiempo que el Renacimiento parecía alumbrar, con los avances
científicos (geográficos y astronómicos) y técnicos (nuevas naves) con marinos
de una talla no conocida hasta entonces (Colón, Pinzón, Magallanes, Elcano,
Sarmiento de Gamboa, Legazpi, etc.).
Las islas de la
especiería, en el sureste asiático, llegaron a estar al alcance del comercio
europeo gracias al esfuerzo titánico de marinos y comerciantes portugueses y
españoles, gracias también a la implicación de sus respectivas Coronas, que se
fundieron en una sola entre 1580 y 1640. Se trata de la primera manifestación,
prolongada en el tiempo, de una economía global, limitada por sus
características técnicas, pero alumbradora –con toda la carga de miseria que
existió- de un tiempo nuevo. Los marinos portugueses llegaban a las Molucas
circunnavegando África y por medio del océano Índico, apoyándose en sus
enclaves de la India; los españoles lo hicieron surcando el océano más
grandioso conocido, el Pacífico, así llamado por las calmas ecuatoriales,
haciéndolo más difícil para la navegación a vela, la única existente en el
momento.
Durante las últimas
décadas han avanzado extraordinariamente los estudios etnográficos,
arqueológicos, históricos y antropológicos que han venido a exigir –más que
nunca- relacionar lo que se investiga con lo que se estudia. Obviamente no
corresponde esto a los alumnos adolescentes, pero sí a los profesores en todos
los niveles para conformar sus programas curriculares en el campo de la
Geografía y la Historia.
Asombra el interés que
se tiene en la América hispánica –incluso en Estados Unidos- por la España del
imperio americano, por el Consejo de Indias, por el papel de la Monarquía en la
evangelización y en los metales preciosos, habiendo dado una historiografía
extraordinaria en cantidad y calidad que no tiene su correspondiente en España,
aun considerando las grandes aportaciones de minorías académicas en nuestro
país.
Y todo ello no para
enorgullecernos vanamente de lo que otros hicieron, pues de todo hubo, sino de
ser fieles a una historia común que no ha dejado de vincularnos con los países
de habla hispana en América y con los cuales tenemos una deuda de gratitud
recíproca, hechura de la misma historia. Ahí está la masiva migración española
y europea a los Estados en formación durante los siglos XIX y XX, nuevo vínculo
que, a modo de simetría, completa un círculo fecundo.
L. de Guereñu Polán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario