jueves, 24 de noviembre de 2022

A la Ministra de Educación

 

En los estudios de educación secundaria y bachillerato, en España, existe un gran vacío sobre el conocimiento de amplios territorios y multitud de pueblos que estuvieron vinculados a nuestro país, particularmente en América, Asia y África.

¿No ha de interesar la historia de los reinos y habitantes de la América prehispánica, la acción de España sobre los mismos y el parentesco que en los dos últimos siglos ha seguido relacionando a la América hispánica y España? Decimos reinos porque aquellos territorios nunca fueron colonias en el sentido convencional que se entienden, aunque los estudiantes y profesores de América sigan hablando de la época “de la colonia”.

¿Cómo es posible que los adolescentes españoles no sepan nada de la etnografía prehispánica en América, que se puede estudiar al tiempo que se aborda el fenómeno de la conquista y sus características, la colonización y aún la independencia? No se trata de un estudio exhaustivo de los múltiples pueblos que, en diverso grado de desarrollo, poblaron y pueblan América, sino de tener una idea de su complejidad y cosmovisiones, el fenómeno que representó el contacto entre españoles y americanos en los siglos XV y XVI y el mestizaje que se produjo a partir de este momento, fenómeno de un gran interés humano. ¿Podría pensarse sobre la mentalidad de los Moctezuma, Cuautémoc, Atahualpa o Lautaro?

La conquista fue una labor privada en un primer momento, comprometiendo a capitanes españoles que empeñaron su fortuna en la construcción de naves y en la contratación de soldados, frailes y personal auxiliar, como es el caso de Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Pedro de Valdivia, Nuño de Guzmán, pudiéndose recurrir a este último para mostrar la enorme crueldad de la que es capaz el ser humano.

Ello implicaría conocer a grandes rasgos la geografía de América, completamente desconocida para los europeos de la época: grandes cordilleras como los Andes, selvas impenetrables, ríos de una longitud y caudalosidad extraordinarias, grandes desiertos y altiplanos, climas tan diversos y distintos de los conocidos en España. También implicaría conocer los avances de la navegación desde el siglo XV y el conocimiento sobre el régimen de vientos dominantes tanto en el Atlántico como en el Pacífico.

La existencia de imperios en la América prehispánica implicó el sometimiento de unos pueblos indígenas por otros, existiendo por tanto una hostilidad latente entre dominados y dominantes, lo que los conquistadores españoles no hicieron sino continuar. Tal fenómeno debe ser visto como una constante histórica que ha tenido sus pros y sus contras: desaparición de antiguas culturas, aportes culturales y técnicos, conocimiento de productos naturales para la agricultura y la ganadería, etc. De igual importancia es conocer que la conquista no hubiera sido posible, probablemente, si los españoles no contasen con la alianza de los pueblos indígenas, enfrentados no pocas veces entre sí: tlascaltecas en Nueva España; cañaris y chachapoyas en los Andes, por poner solo algunos ejemplos.

No menos interés tiene, en contacto con el comportamiento humano a lo largo de los tiempos, el fenómeno de la trata negrera, origen de la existencia de grandes comunidades de dicha raza en muchos países de América, particularmente Estados Unidos y las Antillas. La mentalidad de la época discriminó al negro respecto del indio, a este respecto del mestizo y el criollo, descendiente este de europeos pero ya nacido en América. ¿No emocionará esto a los estudiantes imbuidos de un sentido democrático como el que se ha dotado nuestro país?

La organización social jerarquizada de los pueblos indígenas, con caciques y curacas al frente de las comunidades, facilitó la labor de los conquistadores, que llegando a acuerdos con aquellos y reservándoles sus privilegios y posesiones, pudieron llevar a efecto sus objetivos: metales preciosos, tierras y honores; pero al mismo tiempo cabría hacer una reflexión sobre las vanidades humanas, sus egoísmos e injusticias, que solo se entienden si se comprende en parte la época estudiada y aún los casos que se dan en nuestro mundo actual.

De igual manera debe ponerse de manifiesto que la parte del oro y plata que correspondía a la Corona permitió a la monarquía española mantener su hegemonía militar y territorial en la Europa de su tiempo, hasta que el agotamiento por tanto esfuerzo produzca su declive. El capitalismo europeo experimentó un empuje con las riquezas americanas.

Los conocimientos de los pueblos indígenas de América, sobre todo en arquitectura e ingeniería, son de un interés extraordinario, teniendo en cuenta las grandes distancias meridianas holladas por los españoles, desde los actuales Estados Unidos hasta el cabo de Hornos; bien entendido que algunos territorios nunca fueron ocupados por los españoles, como el sur de Chile y la Patagonia, pero otros fueron intensamente colonizados, como las islas antillanas, el altiplano mexicano, los países del istmo, los andinos y los territorios entre las actuales Bolivia y Argentina. Y con el tiempo se fueron levantando mapas cobre las tierras descubiertas, labor ímproba y lenta, disuadiendo pronto a unos y otros de que no existía un paso marítimo hacia el Pacífico en el norte de América.

Una breve referencia a la toponimia hispana en Estados Unidos puede dar una idea de la presencia española en esas vastas tierras, donde se produjeron epopeyas que, incluso en un sentido lúdico, pueden ser de interés conocer: Ponce de León, Cabeza de Vaca, Vázquez de Coronado, Hernando de Soto y Junípero Serra. ¿Cuáles eran las motivaciones de estos hombres que vivieron en un tiempo para nosotros en parte incomprensible? Interés tiene, en contacto con el fenómeno corsario, el papel en el estrecho de Magallanes de Sarmiento de Gamboa, labor titánica que –como en otros casos- acabó con la vida de todos los partícipes.

La demografía indiana y su sangría, sobre todo debida a las enfermedades contraídas a partir del contacto con los europeos, el trabajo forzado y las guerras, bien entendido que la mita y las guerras ya existían antes de la llegada de los españoles. La institución de la encomienda y las denuncias contra los abusos cometidos sobre los indios, bastando con citar a Antonio de Montesinos, Bartolomé de Las Casas, Cieza de León y Alvarado Tezozómoc. Igualmente la legislación española protectora de los indígenas, de tan difícil aplicación en las Indias, durante el reinado de Fernando el Católico (1512), las leyes de Valladolid (1513) y las de Burgos (1542).

Importancia capital tuvo el clero regular, sobre todo franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas, esforzados evangelizadores de su tiempo, que aprendieron las lenguas nativas (nahualt, maya y quechua particularmente) para una mejor comunicación con los indígenas. La pronta organización administrativa de la América hispana en Virreinatos, Audiencias y Gobernaciones, que dieron personajes ejemplares y otros corrompidos por el poder y la lejanía de la Corte. Las dificultades para pacificar a los indígenas en algunos territorios (chichimecas, araucanos, por poner dos ejemplos) defensores de su identidad, refractarios a toda novedad y luchadores contra los abusos que habían sufrido de manos de los españoles.

Importancia especial tiene el hecho de que los herederos de la dominación española fueron los criollos, es decir, blancos que venían de heredar haciendas, tierras, cargos públicos, y se habían educado en colegios y en el ejército. Cuando llegue el momento de la independencia serán estos criollos los adalides de la misma, ejemplos de lo cual son Bolívar, San Martín, Francisco de Miranda o Iturbide. Y fueron los nacientes Estados a principios del siglo XIX los encargados de colonizar los territorios que habían escapado al fenómeno aquí tratado, como el caso de Yucatán por México, los indios ranqueles, patagones y pampas por Argentina, la disputa entre este país y Chile por el territorio de los pehuenches…

España traspasó a América, a medida que está fue administrada por la metrópoli, fundaciones como las existentes aquí: universidades, colegios, hospitales, hospicios, iglesias y catedrales, edificios civiles, un arte propio del Renacimiento y del Barroco, que los habitantes de América adaptaron a sus gustos particulares, y donde se ve el sincretismo entre su arte ancestral y el importado.

Pero también es importante conocer –para una mejor aceptación del otro- la sensibilidad de los pueblos indígenas en sus manifestaciones espirituales, religiosas, mágicas y artísticas: ¿cómo no admirar el delicadísimo arte de los muiscas, de los taironas, de los habitantes del río Magdalena, de los mayas o de los mexicas? Trabajos en oro, en cobre, en barro, cerámicas y objetos votivos, manifestaciones todas que disuaden de concebir a estos pueblos como primitivos; simplemente no habían desarrollado una tecnología guerrera y literaria como los europeos.

Se fundaron ciudades, se explotaron minas, se cultivaron campos, se llevó la ganadería a América (con el impacto ecológico que ello representó), se construyeron vías de comunicación y puertos, baluartes defensivos contra las aspiraciones de otras potencias marítimas (Inglaterra, Holanda y Francia particularmente), se desarrolló un comercio marítimo intenso que incluso tuvo como destino las islas Filipinas desde la segunda mitad del siglo XVI, pasando a depender estas del Virreinato de Nueva España. Y todo ello por medio de la explotación inmisericorde de una gran masa de pobladores cuya esperanza de vida era bajísima, cuyos sufrimientos la humanidad nunca podrá reparar. Por eso fue posible que surgiesen los cronistas mestizos, que nos han dejado obras con versiones distintas a las de los que estaban al servicio de los conquistadores; valga el ejemplo del Inca Garcilaso de la Vega, pero no es el único.

En todo caso es necesario cobrar conciencia de las enormes distancias que se salvaron, por mar y por tierra, los peligros que se corrieron, las enormes mortandades que se sufrieron por parte de unos y otros. Cabe reflexionar sobre la mentalidad dominante entre los conquistadores, hidalgos sin fortuna en su mayor parte que aspiraron a una gloria que el destino no les había deparado; pero también hay que contar con los aventureros, delincuentes, clérigos y personas altruistas que, ya antes o en territorio americano, vieron allí una forma de realización personal, un objetivo vital, un medio de salvación, en lo que Bernardino de Sahagún quizá sea un ejemplo sobresaliente.

Quizá no exista otro imperio como el español en la historia: ya sea por el momento en que se produjo, muy lejos del imperialismo moderno, ya sea por las mentalidades dominantes, ya por el nuevo tiempo que el Renacimiento parecía alumbrar, con los avances científicos (geográficos y astronómicos) y técnicos (nuevas naves) con marinos de una talla no conocida hasta entonces (Colón, Pinzón, Magallanes, Elcano, Sarmiento de Gamboa, Legazpi, etc.).

Las islas de la especiería, en el sureste asiático, llegaron a estar al alcance del comercio europeo gracias al esfuerzo titánico de marinos y comerciantes portugueses y españoles, gracias también a la implicación de sus respectivas Coronas, que se fundieron en una sola entre 1580 y 1640. Se trata de la primera manifestación, prolongada en el tiempo, de una economía global, limitada por sus características técnicas, pero alumbradora –con toda la carga de miseria que existió- de un tiempo nuevo. Los marinos portugueses llegaban a las Molucas circunnavegando África y por medio del océano Índico, apoyándose en sus enclaves de la India; los españoles lo hicieron surcando el océano más grandioso conocido, el Pacífico, así llamado por las calmas ecuatoriales, haciéndolo más difícil para la navegación a vela, la única existente en el momento.

Durante las últimas décadas han avanzado extraordinariamente los estudios etnográficos, arqueológicos, históricos y antropológicos que han venido a exigir –más que nunca- relacionar lo que se investiga con lo que se estudia. Obviamente no corresponde esto a los alumnos adolescentes, pero sí a los profesores en todos los niveles para conformar sus programas curriculares en el campo de la Geografía y la Historia.

Asombra el interés que se tiene en la América hispánica –incluso en Estados Unidos- por la España del imperio americano, por el Consejo de Indias, por el papel de la Monarquía en la evangelización y en los metales preciosos, habiendo dado una historiografía extraordinaria en cantidad y calidad que no tiene su correspondiente en España, aun considerando las grandes aportaciones de minorías académicas en nuestro país.

Y todo ello no para enorgullecernos vanamente de lo que otros hicieron, pues de todo hubo, sino de ser fieles a una historia común que no ha dejado de vincularnos con los países de habla hispana en América y con los cuales tenemos una deuda de gratitud recíproca, hechura de la misma historia. Ahí está la masiva migración española y europea a los Estados en formación durante los siglos XIX y XX, nuevo vínculo que, a modo de simetría, completa un círculo fecundo.

L. de Guereñu Polán.

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