El escenario político emponzoñado que vivimos, el impudor de algunos de sus actores, despierta estupefacción, irritación y no poco desasosiego. Y desde luego la perturbadora sensación de estar ante el remake de una tétrica experiencia ya vivida.
Como no dejar de inquietarse ante la similitud de determinadas voces y actitudes con las “reflexiones” del dirigente nazi Himmler en una reunión en Poznan, en 1943 ante una asamblea de oficiales de la las SS. “Para ser un hombre de las SS solo es valido un principio: debemos ser honestos, leales y fraternales con los miembros de nuestra propia sangre y nadie mas. Lo que les ocurra a los ajenos a nosotros, me es totalmente indiferente. Que otros seres u otras razas vivan o mueran, solo es de interés para mi en la medida que los necesitemos como esclavos, lo demás me es totalmente indiferente”. Es preocupante a día de hoy como pervive la deshumanización del contrario, del distinto, la codificación de lo trascendente o la demolición de los derechos humanos como practica para dinamitar la convivencia democrática.
Es aberrante como método estigmatizar a un líder o a la ciudadanía, para hacer uniforme lo plural. Su objetivo es el alienamiento cultural de hombres y mujeres con mojigatez clerical agresiva y patrioterismo ramplon.. Con grotesco simplicismo, no gratuito, se intentan deslizar la ciudadanía a una languideciente capacidad critica, a una indiferencia letal o a espacios de miedo difuso para despojares de sus intereses legítimos. Algo ya practicado durante cuatro décadas por la dictadura más infame de la historia española con razonable éxito, dada su longevidad.
La UE vive una peligrosa situación, antitética con su valores fundacionales, con países asociados en abierta discordancia con los principios democráticos. Cabe recordar al líder republicano Joan MacKein en unas elecciones presidenciales norteamericanas, quien dando por hecho que la única estrategia sensata es auspiciar un mundo de democracias, sugería a debate sustituir la ONU`porr las Organización de Naciones Unidas Democráticas. Que albergase exclusivamente democracias contrastadas. Unidas en pro de los valores humanos y las libertades públicas.
Julio adquiere una trascendencia que alcanza mas allá del escenario domestico. Unos comicios en los que puede quebrarse el estado social y de derecho que consagra la Constitución derogando políticas de solidaridad y cohesión social, de respeto a la diversidad y las legislaciones que procuran la redistribución equitativa de los recursos disponibles, laminando libertades civiles. No es ya hipótesis, sino certeza. Así lo evidencian los pactos y acuerdos en marcha. Y la nítida colusión de la derecha convencional, (alejada de la moderación) con la ultra-derecha, sin que haya solución de continuidad entre ambas.
Alentar la extrema-derecha, mimetizarse en ella, blanquear su comportamiento, habilitarla en el ejercicio del poder y ser cómplice de sus actos y propuestas, (por acción u omisión) es una traición fragante al espíritu de la vigente Constitución y al animo que latía en la Transición Democrática. Una traición democrática que desnuda la talla moral y vaciá de sentido de estado de quien se resigna a ser alcahuete en una almoneda de derechos y libertades. Que dilapida el patrimonio moral de la Nación, sus libertades y derechos conquistados dramáticamente por generaciones sucesivas en la orgía de su interés privado. Convirtiéndose en mascarón de proa de lo mas reaccionario. Tanto, que ni Lope de Vega se libra de los nuevos inquisidores.
El 23 de julio se decide si volver a ser el país de “charanga y pandereta, cerrado y sacristía” que decía Machado, “Esa España inferior que ora y bosteza, vieja y tahúr, zagaratera y triste”. Convertida en aliento de los vientos neo-fascistas que azotan el continente agrietando los diques de los países que en la UE mantienen la dignidad democrática. España puede salir de la cita electoral con patético recorrido, o como estado democrático refrente. Cuyo protagonismo sea capital para la geografía democrática europea y mundial.
No se trata tan solo de votar un Presidente. La interrogante electoral es clara. Votar por el freno y la marcha, el regreso a las tinieblas, pasando tristemente de ciudadanos a súbditos. O apostar decididamente por seguir construyendo futuro. Con solidaridad y dignidad. Sin dejar a nadie abandonado en el camino.
*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia
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