No hay más que consultar el Diario de Sesiones
de las Cortes de fecha 9 de mayo de 1978, para ver que en la Comisión de asuntos
constitucionales, Manuel Fraga se expresaba diciendo “a mí me gusta la
expresión nación de naciones" para
referirse a España. Siguió el prócer mostrando su admiración por el jesuita
Ramón Lázaro, catalán y miembro de las Cortes de Cádiz que, desde posiciones
moderadas, fue partidario del liberalismo en España. También mostró Fraga su
admiración por Antonio de Capmany, militar catalán y miembro también de las
Cortes de Cádiz, donde demostró sus avanzados conocimientos en varias materias.
Fraga siguió diciendo en aquella ocasión que
todas las regiones y provincias españolas debían tener el mismo régimen, unas
buenas Diputaciones provinciales a las que se podrían llamar Generalidad. Está
clara la ironía, pero lo que me interesa recalcar aquí es que, tras lo que años
más tarde se vio con la discusión del segundo Estatuto de Autonomía de
Cataluña, en relación al concepto de nación, casi nadie parece haberse acordado
de aquella frase de Fraga en la que se mostraba de acuerdo con la expresión
“nación de naciones”.
Viene esto a cuento para demostrar que las
palabras valen poco, porque según quien las pronuncie, tienen un significado y
trascendencia u otro. Si yo fuera un alto responsable público del Estado, me
guardaría muy mucho de patrocinar para España la frase de Manuel Fraga, pues
entrañaría determinar, en primer lugar, el concepto de nación, y en segundo
lugar decidir si Cantabria, Murcia, La
Rioja, Madrid o Baleares (por poner solo unos ejemplos) son
naciones.
El historiador Álvarez Junco, que creo es uno
de los que más claro tiene este tema de las naciones, habla de que los diversos
teóricos se han visto obligados a hacer un repaso sobre la raza, la lengua, la
religión, el pasado histórico… para acabar comprobando que ninguno de estos
datos culturales sirve como criterio objetivo, universalmente aplicable, para
decidir qué comunidad es una nación y cual no. Hay que recurrir, entonces, a la
subjetividad de los individuos, si se consideran miembros de una comunidad que
quiere llamarse nación. Pero ello trae consigo un problema –sigue diciendo
Álvarez Junco- y es un “plebiscito cotidiano”, porque los miembros de una
comunidad pueden considerarse nación en un momento histórico y no en otro
posterior o anterior.
En efecto, para los casos de Cataluña y
Euzkadi, ¿se distinguen sus habitantes por la raza, la religión o el pasado
histórico del resto de los españoles? Solo la lengua es un elemento identitario
y parcialmente, pues al lado del catalán y el euskera está el castellano que,
lógicamente, está ahí por razones históricas. El castellano no se debe
considerar un intruso ni siquiera por los nacionalistas vascos, catalanes o
gallegos, porque si lo hacen también podría verse como intruso al gallego en el
Bierzo, entre el Eo y el Navia o en algunos pueblos de Extremadura. No digamos
el portugués en Brasil o Timor oriental, en Angola, Mozambique o Guinea Bissau.
¿Es intruso el catalán en Baleares o Valencia? Obviamente no: está ahí por
razones históricas. Como el euskera no se extendió hacia el sur ni hacia el
norte, como no tuvo literatura durante muchos siglos, de ahí que no sufre la
acusación de intruso en sitio alguno, y si se hubiese extendido a otras
regiones no podría considerársele intruso porque la historia cuenta y no se
puede evitar.
Hay algunos párrafos de Castelao en “Sempre en
Galiza” donde el eminente escritor y artista gallego se contradice: es cuando
considera que el castellano se ha extendido por la fuerza de las armas a otros
territorios… pero nada dice del mismo fenómeno sobre el portugués. ¿Qué nos
importa cual sea la forma en que una lengua se ha convertido en madre para
millones de personas? Lo que nos importa es que esos millones de personas no
están dispuestas a renunciar a ella, como no se renuncia a una madre.
Si el académico tema del concepto nación, sobre
el que no hay acuerdo, emponzoña a los políticos y españoles de un signo u
otro, malo. Dótese a las comunidades autónomas de recursos de forma justa y
consensuada, respétense sus peculiaridades culturales (y la palabra cultura
equivale a forma de vida) y no se pretenda privilegio de ningún tipo. De lo
contrario, el “diálogo” del que se habla no servirá para nada, porque todo
diálogo, si no va acompañado del razonamiento, es inútil. Los sentimientos de
mayor o menor raigambre romántica los puede guardar cada uno para su casa. Portugal,
que es un estado independiente del español, es hispano, como son hispanos los
mexicanos o los chilenos. La historia está ahí y no se puede cambiar.
L. de Guereñu Polán.
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