Duelo a garrotazos, de Goya |
Estas líneas han sido escritas hace varios
días, pero las publico ahora, cuando falta muy poco para el 1 de octubre porque
es la fecha elegida por las máximas autoridades de Cataluña para que tenga
lugar una votación a la que llaman referéndum sin serlo. Y no lo es porque un
referéndum solo lo puede convocar quien está autorizado para ello, según
nuestra Constitución el Jefe del Estado a propuesta del Presidente, autorizado
por el Congreso. Yo no puedo convocar un referéndum porque no estoy facultado
para ello, y en esto el señor Puigdemont tiene tanto poder como yo, en otras
cosas, mucho más.
Tenemos la mala suerte de un gobierno sitiado
por mil errores y vicios, presa de políticas que favorecen solo a unos pocos,
pero es el Gobierno y, hoy por hoy, no hay otro. Tenemos la mala suerte,
también, de que las máximas autoridades de Cataluña, entre las que están
personas verdaderamente descerebradas, quieren llevar a su país a la ruina
(objetivamente hablando). ¿No sería mejor que los partidarios de la independencia
de Cataluña, que están en su derecho de perseguirla, iniciasen los tratos para
reformar la Constitución
española, en lo cual habrían de tener socios? Por ejemplo el artículo 2º, que
habla de la indisoluble unidad de España. ¿Cómo permitir que no se acate la Constitución que han
votado los catalanes? ¿Cómo permitir que no se acate el Estatuto que han votado
los catalanes? El propio Estatuto catalán establece la fórmula para su reforma,
pero se elige vulnerarlo, como así mismo la Constitución.
Sabemos que en las Constituciones se utilizan
términos maximalistas que luego pueden no responder a la realidad (el derecho
al trabajo, a la vivienda…) y que el territorio que ahora forma España pudiera
no serlo en el futuro, nada es eterno. Hubo un tiempo en el que España no
existía y puede que llegue un lejano tiempo en el que tampoco exista. Pero
mientras exista, no queda más remedio que hacer el cesto con los mimbres de que
se dispone, y esto es un principio elemental de la política. Ningún
revolucionario ha triunfado para hacer su revolución sin contar con la
realidad; si se equivoca en el análisis de la realidad está construyendo
castillos en el aire.
Un partido minoritario en España (CiU, ahora
PDCAT) y minoritario en Cataluña, se ha unido a otros dos minoritarios por sí
solos para formar una mayoría parlamentaria que no se corresponde con la
mayoría social, por la sencilla razón de que la participación en las elecciones
autonómicas es relativamente baja (mucha gente no vota y de su voluntad no se
puede apropiar nadie).
Si como digo, los partidarios de la
independencia consiguieran reformar la Constitución española (algo que ahora hasta el
partido del Gobierno dice estar dispuesto) se abrirían una serie de
posibilidades a la discusión –en la discusión no valen cerrazones, hay que dar
razones, que es otra cosa- y andar un camino hacia un tipo de estado que
alentase a los independentistas a conseguir sus objetivos. Objetivos que
seguramente tendrían que quedar pendientes, pero no necesariamente renunciar a ellos.
En aquellas negociaciones constitucionales Cataluña, como otras comunidades de
España, tendrían la ocasión de poner sus premisas y exigencias y llegar a
acuerdos políticos; entiéndase lo de políticos en el sentido de que no
colmarían los deseos de nadie, pero sí podrían satisfacer relativamente a
todos.
Lo del día 1 –me atrevo a decirlo por
anticipado- será el hazmerreír de medio mundo (porque el otro medio no ha oído
hablar de Cataluña) pero traerá problemas de orden público, resentimientos y división
más allá de la que existe en una sociedad marcada por el mal reparto de la
riqueza. Enderezar todo esto es misión de los responsables públicos, que no sé
si estarán a la altura de las circunstancias, y desde luego no lo estám el
actual Presidente del Gobierno y el Presidente catalán, dos descerebrados.
¿Podrían arrastrarlos otros partidos a posiciones políticas y a abandonar el
anticatalanismo de que ha hecho gala la derecha tradicional en la historia de
España? ¿A abandonar el camino de la ilegalidad que tiene sus precedentes en
1934? Los partidos nuevos tampoco permiten ser optimistas, pero el día 2 de
octubre se abre una etapa, una oportunidad de oro para el futuro de España. Los
independentistas deben saber que retar a un Estado es absurdo por los inmensos resortes
que este tiene; los que administran el Estado deben ser menos reaccionarios,
menos simples, y comprender que hay problemas difíciles que no se solucionan
con bravuconadas.
Puede haber incluso males colaterales tras el 1
de octubre si la actuación del Gobierno se sale de lo que el PSOE y otros
partidos puedan aceptar: que se dividan como consecuencia de la no asimilación
del grave problema político e institucional que vive España. Lo que me importa
a mí es el PSOE, que no está soldado como debiera, pues acontecimientos
recientes no han sido asimilados por peligrosos personajes de gran influencia
en algunos territorios.
¿Podría ser el camino para una solución la
convocatoria de elecciones anticipadas en España y en Cataluña, donde los
dirigentes respectivos no fuesen los actuales, ineptos para problemas tan
complejos como el que tenemos? A medio y largo plazo, creo que sería la
política acertada.
L. de Guereñu Polán.